viernes, 30 de enero de 2009

Mar de fuego


No sabía cómo salir de ahí. El fuego, las llamas y la lava me rodeaban. Por suerte había podido salvarme de ese infierno gracias a una roca que flotaba sobre la lava. Pero veía que se derretía poco a poco por los lados, acercando la lava, el fuego, las llamas a mis patas.
Vi por un momento que había otro superviviente. Era un lobo. Salté hacia otra roca que flotaba, una más grande que en la que yo me mantenía, justo en el momento en el que la mía se derretía por completo. A punto estubieron mis patas traseras de quemarse, pero tube suerte.
El lobo parecía que me había visto. Probablemente yo fuera la última loba, la única que había sobrevivido. Probablemente no. El lobo me miró. Estaba en apuros. Quizá yo podría ayudarle, pensé. Sí. Me acerqué con mi roca flotante, que se dirigió hacia donde él se encontraba con una suerte de ola de ese mar de lava donde nos encontrábamos.
Salté hacia él, pero había saltado demasiado. No pude hacer nada, me iba a caer. Entonces vi que estaba a su lado, en el aire. Quise salvarme de la perdición y en un ademán de movimiento con el cuello sólo pude acercar el hocico hacia él. Hacia su cuello. Y lo mordí. Quería salvarme, era la única opción. Le mordí con todas mis fuerzas, y noté cómo mi cuerpo daba un giro en el aire. Tal vez hubiera funcionado. Pero de repente él cayó hacia mí. Toda la fuerza que yo había ejercido en mi mordisco había sido suficiente para que él perdiera el control y cayera hacia mí.
Yo estaba en el aire. Y él cayó hacia mí. Le solté. Él cayó sobre la lava y yo pude apoyar mis patas delanteras primero, las traseras después sobre su cuerpo que se hundía y vaporizaba. Caí de bruces en la roca que había al lado, sobre la que él se encontraba en el momento en el que le había visto. Pero ya no estaba. Me había quedado sola. Por lo menos estaba a salvo.
Pude librarme. Sobreviví. Y ahora vuelvo a ser humana. No volveré a cambiar mi forma. Ser loba me hizo matar. Matar a un lobo. Sufriré eternamente.

miércoles, 28 de enero de 2009

Seguir mi camino


Recuerdo lo que mi madre me decía todas las noches antes de acostarme. Lo recuerdo y lo echo de menos. ¿Hace cuántos años ya no la veo? ¿Treinta? ¿Treinta y cinco? También recuerdo lo que yo siempre le contestaba. Me hace gracia que con tan poca edad ya pensara de esa manera.
"Hasta mañana si Dios quiere", decía ella. Yo siempre respondía lo mismo. "Hasta mañana si Dios quiere. Y si no quiere, me da igual". Y ese "me da igual era una especie de "que se joda". Que se joda porque sí que es hasta mañana, joder. Que no me voy a morir esta noche.
Esa mentalidad era una mentalidad infantil. Era una mentalidad egoísta. Era una mentalidad personal y personalizada, en la que lo único importante en el mundo era yo y lo mío. Resulta difícil creer que siga pensando así, pero es cierto. Soy un egoísta. Me importo yo. Paso de los demás. La sociedad me es indiferente. No me importa nadie. No me importas. Ni tú ni nadie.
Porque en la vida cada uno debe seguir su propio camino. Porque mis pies no pisan las huellas de nadie y nadie pisa mis pies. Porque cada uno debe ir a su bola. Porque debo seguir mi camino. Lo importante es la supervivencia. Sobrevivir es nuestro objetivo. No lo olvides.

martes, 27 de enero de 2009

Aborto


Puede que pienses que el aborto es un tema serio. Puede que no. Puede que estés a favor y puede que estés en contra. Puede importarte o no importarte nada. Puede que lo puedas hacer por tu sexualidad de mujer o puede que no puedas hacerlo por ser hombre o ser estéril.
Eso a mí no me importa. No me parece tampoco un tema serio. Es lo que es, y punto. No voy a dar ideas que hagan pensar que estoy a favor, por su puesto, pero tampoco daré ideas para pensar que estoy en contra. Es más, intentaré explicarte que no mentiría si dijera que estoy a favor del aborto, que diría la verdad si dijese que estoy en contra. Que estoy a favor del aborto y en contra del aborto. Que no mentiría tampoco si dijese que odio el aborto, que diría cosa cierta si dijese que lo amo. Que me da igual. Que quiero dejar claro que no escribo esto para dar una opinión personal, que no quiero decir que estoy en contra, ni a favor. No quiero decir que estoy a favor y en contra. No quiero decir nada. Eso sí, si todas las mujeres del mundo abortasen todos los hijos que podrían tener a lo largo de unos cien años la especie humana se extinguiría. ¿A que mola? Pues de esto va esta historia.
Vian era una chica más. Se había acostado con un chico que había conocido la noche anterior. Y había disrutado una vez más del placer del sexo. Pero al hacerse la prueba de embarazo dio positivo. Y eso que se había tomado la píldora del día de después. Lo habían hecho sin condón.
Abortó. Y vivió setenta y cinco años más. Tuvo relaciones sexuales casi todas las semanas de su vida. Pero no tuvo nunca ningún hijo.
Muchas como ella hicieron lo mismo. El resto eran estériles. Y cuando todas murieron y los hombres intentaron sobrevivir ya eran todos ancianos.
El último hombre murió a las siete y venticuatro de la mañana del 16 de abril de 2168.
Eso es mi aborto. Yo soy un ser abortado.

lunes, 26 de enero de 2009

Llovía


Era el único vuelo de esa mañana en todo el aeropuerto. La verdad es que el aeropuerto no es muy grande que sólo salen unos tres aviones al día, y aterrizan los mismos tres. El avión se retrasó un poco, unos diez minutos, y en un rato ya estaba sentado en un asiento situado al fondo, casi en la última fila. En el lado de la ventanilla. Miré. Llovía.

Fijé la mirada en el asiento de delante mientras una señora de unos cincuenta y cinco años, quizá más, se sentaba a mi lado. Boeing 737-800, leí. Security information. Había unos dibujos debajo que indicaban todo lo que había que hacer en caso de emergencia. Para nuestra seguridad. No mentiría si dijese que en el fondo sí que tenía un poco de miedo. Había volado más veces, pero no estaba seguro de que todo saldría bien. Era otro aburrido viaje de negocios, a Santiago de Compostela. ¿Qué se me ha perdido a mí ahí?, me repetía para mis adentros cada minuto, mientras esperaba que los motores del avión se encendieran. Todo sería muy lento, lo tenía asumido, aunque el vuelo duraría apenas cuarenta y cinco minutos. Era poco, pero es que no estaba muy lejos. Yo pensaba que tardaría un poco más, las condiciones meteorológicas me hacían pensar eso. Dentro todo parecía normal. Pero sabía qué ocurría fuera. Llovía.

Me había fijado en una de las azafatas. Tenía acento inglés, pelo rubio, ojos pintados, una buena delantera, buen culo... Pensé que estaría casada. Volví a pensar y me dije que era demasiado joven para estarlo. Yo tenía treinta y cinco años y no estaba casado aún. Ella tendría unos veintiocho o veintinueve. Y me gustaba. Olía bien. Tenía las uñas pintadas de un color parecido al rojo, un poco más oscuro. Me deleité mirándola mientras explicaba qué había que hacer en caso de emergencia. Al mismo tiempo una voz de hombre explicaba lo mismo en inglés. Yo centraba mis sentidos en la azafata, sin prestar atención a lo que se oía por los altavoces. Dentro me sentía a salvo, cerca de ella. Fuera seguro que me mojaba. Llovía.

El piloto dio un aviso por el altavoz. Dijo cómo se llamaba y que el viaje duraría unos cuarenta y cinco minutos. Luego nos dio las gracias por escoger su aerolínea. Los motores se encendieron. Tardó un rato en arrancar. El avión se dirigió a la pista de despegue y después de girar un par de veces para colocarse de frente empezó a acelerar a tope. Yo miraba por la ventana, viendo pasar los árboles a una velocidad extrema. Las gotitas que había en el cristal se movían todas hacia atrás, como atraídas por una extraña fuerza. El suelo estaba mojado, y se seguía mojando. Seguramente las ruedas del avión levantaban gotas de agua. Volví la mirada hacia la señora que había a mi lado justo cuando el avión se separó del suelo. Me daba pánico mirar por la ventana y ver lo cerca que estaba del suelo al principio y lo lejos que estaba unos minutos después. Había que dejar las ventanillas abiertas en el despegue. Busqué a la azafata. No la vi. Estaba sentada delante, en una de las primeras filas. No quería mirar por la ventana por una sola razón. Llovía.

El avión se estabilizó y las luces del techo que indicaban que permaneciéramos con el cinturón se apagaron. Mi azafata se levantó, pude ver su rubia cabellera por delante. Me dormí. Soñé que estaba con la azafata en una habitación de hotel. Que ella se acercaba a mí, que la podía oler. Me besaba y yo la besaba a ella. La desnudaba, sí, y ella me desnudaba a mí. Era muy bella, extremadamente guapa, sobre todo desnuda y con la ayuda de mi imaginación. Nos besábamos, nos abrazábamos y su aroma me fundía a ella. Nos duchamos, sí, y me recubrió con el gel de ducha por todo el cuerpo. Nos seguíamos besando, yo también la embalsamaba con el gel. Le tocaba los pechos con mucha insistencia y ella reía con risa extranjera. Bajo la ducha soñé que hacíamos el amor. Bajo la ducha. Llovía.

Me desperté de golpe. Miré a los lados. A uno estaba la cincuentona, al otro seguía la ventanilla abierta y en ella muchas gotitas de agua. Lo que se podía ver a través de ella eran nubes, nada más. Estábamos dentro de una nube gigante. Me pregunté cómo podría el piloto ver a través de las nubes. Pero sabía que no podía. Que lo veía todo tan blanco y gris como yo. El cielo era una pasta de nubes sucias, pero una nube blanca nos cubría. Miré el reloj. Ya llevábamos media hora de viaje. Miré también al techo del avión. La lucecita del cinturón de seguridad estaba encendida. Ya estaríamos cerca. Cerca de Santiago de Compostela. En invierno. Haría frío, claro. Y seguro que llovía. Sabía que en Galicia casi siempre lo hacía. En verano menos, pero también. Es lo que tiene ese clima, pensé. Miré por la ventanilla de nuevo. Blanco. Pero el avión empezaba a bajar. Llovía.

Me limité a estar callado en mi asiento. La señora de al lado no me había dirigido la palabra en ningún momento y yo no pensaba hacerlo. El avión bajaba a gran velocidad y, aunque eso era lo normal, yo no estaba cómodo. Eché la cabeza hacia atrás, apoyando la coronilla en el respaldo. Notaba cómo se me taponaban los oídos. Me dolía la cabeza. Pensaba en el sueño, en la azafata. La busqué. Seguro que estaba delante, sentada en su asiento reservado con las otras azafatas. Dediqué el poco tiempo de aterrizaje a pensar en ella hasta que el avión tocó tierra con bastante éxito y entonces me quedé tranquilo. Miré por la ventana. El suelo estaba mojado. Llovía.

Cuando la luz del cinturón de seguridad se apagó los motores ya habían hecho lo propio y el interior del avión se convirtió en una jaula de grillos. Todos los pasajeros se levantaron rápidamente para coger su equipaje de mano que había en los maleteros encima de los asientos. Yo permanecí sentado en mi asiento hasta que la cosa se hubo calmado un poco. Cogí mi bolsa y me dirigí a la salida de delante, aunque mi asiento estaba por detrás y había una puerta trasera. Quería volver a ver a la azafata. Estaba ahí, delante, despidiéndose de los pasajeros. La miré. Me miró, con esos ojos pintados, marrones, grandes, preciosos. Seguí andando porque había gente detrás de mí. Adiós, dijo, aunque no estoy seguro de que me lo dijera a mí. Sabía que ella no sabía que había soñado con ella. Salí del avión. Llovía.

Fui corriendo hasta la puerta del aeropuerto y cuando estuve dentro busqué la salida. Antes me tomé la molestia de comprarme un paraguas. No quería mojarme. Nos metieron a todos los que habíamos volado en mi avión en un autobús. Nos llevaría al centro de la ciudad. Yo no quería ir al centro, pero no había taxis en el aeropuerto así que me tuve que aguantar. El camino desde el autobús se me pasó volando. Al salir cogí un taxi y dije al taxista el nombre del hotel al que debía ir. Los coches iban despacio, o al menos eso me parecía. El limpiaparabrisas se movía incesantemente de un lado a otro. Oí una voz. El taxista me decía el precio del trayecto. Me hice el despistado y pagué lo que le debía. Salí y me encontré ante un gran edificio. Era el hotel. Pero no estaba cómodo, todavía. Llovía.

En recepción me dijeron cuál era mi habitación. Me dieron la llave y subí. Misteriosamente me pareció que esa era la misma habitación con la que había soñado en el avión. Entré en el baño para asegurarme. Sí, se parecía mucho. Era un misterio, pero tenía cosas que hacer. La reunión iba a ser en ese mismo hotel a las cuatro de la tarde. Eran las doce todavía. Me daba tiempo a darme una cabezadita. Soñé otra vez con la azafata. Me había gustado demasiado. No podía creerlo, pero la habitación del sueño volvía a ser la de antes, la misma en la que estaba en ese momento. En este sueño ella miraba, desnuda, por la ventana. Las gotas de agua repiqueteaban contra el cristal. Llovía.

El día lo pasé en el hotel, sin salir fuera. No había parado de llover. La reunión no había sido muy exitosa, pero la empresa no se enfadaría mucho. De vuelta a la habitación, a eso de las seis miré por la ventana. Llovía.

El tiempo fue todo el día el mismo. Hoy he despertado de otro sueño con la azafata. Espero que nos volvamos a ver, aunque me parece que es prácticamente imposible. Ahora estoy frente a este papel escribiendo esto porque me parece extraño todo lo que ha pasado. Lo de la azafata, digo. La he visto esta mañana en la ducha de mi habitación. Me ha reconocido y nos hemos duchado juntos. Le he dicho que la amo, ella sólo ha fingido un orgasmo. Hemos hecho el amor, esta vez de verdad. Y todavía llueve. Hay una palabra que me ha dicho la azafata antes de irse. Me dijo que pasaba en el viaje. Llovía.

viernes, 23 de enero de 2009

Un momento


Me desperté otra vez más a las cuatro de la madrugada. Había dormido esas cinco horas que necesitaba y no volví a acostarme esa noche, lo mismo que hice las noches anteriores de después del Período.
Era el Período lo que había producido esos cambios en mí, pero había cambiado todo y a todos. Había sido un momento, pero había sido suficiente. El Período fue algo irracional, algo sin sentido, pero fue. Fue y nos cambió.
Dicen que el mundo es un jardín ameno. Pero erran con amargura. Primero, porque después del Período ya no queda ningún jardín en el mundo. Segundo, porque no hay nada ameno ya. Y eso hace que los cambios que se produjeron tras el Período sigan cambiando a la gente, día a día, hasta el último día.
Esa noche, a las cuatro, volví a levantarme de la cama para dirigirme a la ventana. Volví a abrirla como lo había hecho todos los días anteriores y aspiré profundamente una bocanada de contaminante aire contaminado. Tenía poco oxígeno, pero nuestros cuerpos ya se habían acostumbrado a respirar casi dióxido de carbono. Aún así, el resto de contaminantes que había en el ambiente de mi casa no se difuminaba con el aire contaminado de fuera. Era una atmósfera caliente, pesada, fuerte.
Esa noche volví a mirar por la ventana, dirigiendo mi mirada a un cielo cubierto de nubes. No eran nubes naturales, eran nubes de contaminación. Y esa noche volví a buscar la Luna tras esas nubes negras que cubrían la bóveda del cielo. No la encontré.
Es que había pasado todo en un momento, un pequeño instante había convertido lo que era un jardín ameno en un... robot gigante. Era tan simple que parecía imposible. Había sido un segundo, un momento de nada, pero el Período había cambiado la vida por completo. Y la Tierra no duraría ya mucho más.
Nosotros, los humanos, ya no somos como lo éramos antes. Yo ya soy anciano, pero a mis doscientos treinta y cuatro me conservo bastante bien. Si lees esto en el pasado te puede parecer extraño. No lo es tanto si tienes en cuenta los altos niveles tecnológicos de estos tiempos y la alta investigación que se hizo en la terapia génica con ADN mitocondrial. Podríamos decir que ya no sufrimos ninguna de las enfermedades que provocan la vejez que nuestros antepasados tuvieron.
Somos más duraderos, sí, pero ya no nos importa la Tierra. Nos lo cargamos. Y no es que yo sea un defensor de la naturaleza, si ya no queda nada, solo que quiero poder vivir algunos cuantos años más. Tras el Período me siento mucho más vivo, pero veo que el mundo se viene abajo. Todo se ha muerto ya, menos las personas. No queda naturaleza, solo quedamos nosotros. Bueno, nosotros y las máquinas.
Y pensar que solo fue un momento... Un momento que lo cambió todo. Hasta cambió el tiempo. Ya no funcionan los relojes normales. Ya un segundo no se mide según la duración correspondiente a la transición entre los niveles del isótopo 133 del átomo de cesio. Ya no hay segundos que valgan. El tiempo se acelera y se ralentiza, según le apetezca. Ha cobrado vida propia desde el momento del Período.
Un momento puede cambiar la vida. ¿Podrá cambiar la tuya?

jueves, 22 de enero de 2009

Despierta

Está dormida.
Me parece que para siempre.
Ya no despierta.
Nunca lo hará.
Son tantas las cosas que vivimos juntos...
Pero ya se ha dormido.
Ya no hay vuelta atrás.
Todos tenemos que morir, unos antes, otros después, pero todos moriremos.
Y ella ya lo ha hecho.
Mírala, qué bella es... qué bella plebella.
Espera. Me parece que se ha movido.
No, está quieta.
Deben haber sido imaginaciones mías.
Recuerdo cómo nos conocimos, fue una situción bastante curiosa.
No creo que sea el momento de recordar buenos tiempos.
No es necesario hacer más dolor al daño de estar vivo sin querer estarlo.
Ella no merecía morir.
Pero ahora quien la mira soy yo, y parece fría.
Toco una de sus manos, está fría.
Poso mi mano sobre su frente, aún hay algo de calor en ella, pero no lo suficiente.
Es difícil este momento, pero hay que afrontarlo.
Y me lo repetiré mil veces: está muerta, está muerta, está muerta, está muerta.
Sí que lo está, no puedo hacer nada.
Está muerta, está muerta.
Y ya lo estará para siempre.
Muerta, muerta, muerta, está muerta.
Espera. No es imposible. No puede haber movido un poco los párpados.
Ha debido de ser una imaginación mía, las ganas de tenerla viva de nuevo.
Está muerta, no debo engañarme, está muerta.
No. Se mueve.
Sus ojos se han movido.
No puede ser, pero lo he visto.
Seguro, lo ha hecho.
Rápido, traigan a un médico.
Sí, venga, vamos.
Vamos, despierta.
Está viva, está viva.
Ha abierto los ojos.
Me ha mirado.
Está despierta.
Está despierta.

miércoles, 21 de enero de 2009

Escribiendo


Escribo por escribir, por liberar mi alma y dejar de estar sumido en esta sociedad que es la nuestra y que es el mundo entero.
Escribo para dejarla volar, para que alcance todo la libertad, para que salga de mi cuerpo y, libre, vuele por la eternidad de las letras, de las palabras, de las frases y en definitiva, de la literatura escrita.

Dejo que mi mente fluya como un riachuelo en la sierra, permitiendo que las ideas salgan solas, que se transformen automáticamente en palabras y que mis manos, ya acostumbradas a teclear, pulsen la tecla correcta para cada letra, para cada sonido.

Es incesante el hecho de pensar pero muchas veces puede la mente bloquearse, dejar de utilizar palabras o imágenes para transmitir mensajes.
Y es en esos momentos de interrupción de la actividad cerebral, en ese instante en el que una neurona no hace sinapsis con otra, en el momento en el que no se produce electricidad cerebral, ese, es el momento perfecto para dejar volar al alma.

Las palabra son ideas, las personas son objetos... ¡Qué pesimista es la objetividad!
No sé qué pensar: si la realidad es subjetiva o si la objetividad es en cierto modo poco realista.
Ya sé que no tiene casi sentido, pero lo puedo explicar.
Todo tiene distintos puntos de vista.
Un terrorista, por ejemplo, puede ver a otro terrorista como un compañero y amigo o verlo como un rival odiado.
Del mismo modo, un ser humano o la realidad entera pueden ser vistos como realidades o como cosas que podrían ser reales o no serlo.
El problema en cuestión es que existe la duda.
La duda en el sentido de que no se tiene certeza de todo.
De que por que las matemáticas digan que dos más dos son cuatro no tiene por qué ser así.
Que dos más dos puede no ser cuatro, quién sabe.
A lo mejor en un futuro alguien descubre que puede ser así.

No sé, y ese es el problema: que tengo duda.
Duda de todo.
De hecho ni si quiera sé si estoy viviendo esto o si estoy siendo el sueño de un autista nacido en Groenlandia antes de la Primera Guerra Mundial.
Y no puedo estar seguro de eso, o de lo otro.
En parte porque tengo duda y en parte porque mi alma no está en mi cuerpo, sino que se desliza por los contornos de estas palabras que lees y que yo escribo no sé cuánto tiempo antes de que tú las leas.
Pero mi alma permanece en ellas.
Así que no sé qué hago aquí.

Bien, ahora toca volver a la realidad.
Ser un ser social no es fácil para un asocial como yo.
Pero es lo que hay.
Quiera o no.
Mala suerte.

martes, 20 de enero de 2009

Sin pensar

Hacemos cosas sin pensar, muchas cosas.
Las hacemos pero no sabemos que las hacemos.
No sabemos que las estamos haciendo, mejor dicho.
Porque nos damos cuenta de que las hemos hecho cuando ya no se puede hacer nada.
Cuando hablar ya no merece la pena.
Cuando es momento de entrar en el olvido.
En ese momento en el que ya no existimos y nos preguntamos acerca del mismo hecho de preguntarse.
Es en el momento en el que ni sabemos que sabemos, ni queremos saber, y sin embargo lo sabemos todo.
En ese momento no queremos estar muertos y solo vivir en el recuerdo, en los corazones y en los libros.
Yo ya quiero que llegue ese momento de saberlo todo.
Yo ya quiero vivir en los libros.
Yo ya lo quiero, pero... ¿quiero morir?
Por su puesto que no. No aún. No creo que sea el momento.
Pero de todas formas quiero vivir en los libros, quiero saberlo todo.
Es el momento de dejar de hacer las cosas sin pensar.
Ha llegado el momento de vivir para poder morir.
Para poder vivir en los libros y saberlo todo.
Es el momento de prepararse para el final.
Puede llegar pronto. Pero llegará antes si haces las cosas sin pensar.
O quizás si piensas puedes conseguir que la muerte llegue antes, y con ella la sabiduría y la vida en los libros.
Quiero vivir en los libros, empezaré a hacer las cosas sin pensar.
¿Acaso no es eso lo que ya estaba haciendo hasta ahora?
Pues entonces pensaré. ¿Qué más da?
Solo se lo que quiero, y que para ello tengo que morir. Sin embargo tengo mis dudas:
No se si tengo que hacer las cosas pensando o sin pensar.
Ahora esto lo estaba haciendo si pensar.
Pero ya es demasiado tarde.
Ya no puedo evitar que hayas leído esto.

lunes, 19 de enero de 2009

Volviendo a empezar


Me sumergí en una nube de tiniebla por donde los finos rayos de la Luna nocturna ya no llegaban a penetrar, donde la oscuridad era inmensa y las esquinas dejaban de existir, doblándose en el espacio y viajando a través del tiempo.
Las sombras me hacían temblar de miedo pero no podía rendirme, ya había llegado hasta ahí. Lo difícil parecía que ya lo había pasado. Se suponía que lo realmente peligroso era entrar en la casa, no estar dentro de ella. Se suponía que eso ya no me debía atemorizar pero, sin lugar a dudas lo estaba haciendo, y bastante bien, pues yo temía, ya no sólo por el hecho de estar ahí, si no que además temía por mi vida.
El caso es que ya había entrado. Había burlado a los perros con un filete y había conseguido entrar por una de las viejas ventanas cuyos cristales yacían muertos en pedazos a su alrededor. Había sido siniestra la forma en la que había conseguido entrar, como un delincuente cuando entra en la casa de su víctima durmiente, pero con la diferencia de que en esa casa no había ninguna víctima durmiente. O por lo menos eso pensaba.
El espacio en el que había entrado al saltar desde la ventana era una especie de salón antiguo, con retratos gigantes en las paredes y espejos sinuosos que más de una vez me hicieron dar un respingo al verme reflejado en ellos gracias a la tenue luz de la Luna que entraba a través de la misma ventana por la que había entrado yo y por sus compañeras ventanas de al lado.
Caminé lentamente, no sin asustarme al ver mi reflejo en uno de los grandes espejos, hasta llegar a una puerta. Miré el pomo con temor, imaginando que estaría cerrado para siempre y que no podría abrirlo jamás, quedando siempre oculto para el resto del mundo, siendo indiferente y escuchando el sonido de ese reloj antiguo que misteriosamente seguía sonando cada segundo desde quién sabía hace cuánto tiempo. Miré el pomo con amargura, sabiendo que si lo intentaba girar cedería y abriría la puerta, queriendo no abrirlo, pero con la necesidad de hacerlo. Mi mano sa acercó a él lentamente, ligeramente abierta, con los dedos un poco separados entre sí. Y noté el polvo que cubría el pomo tras haber estado mucho tiempo sin ser usado.
Abrí la puerta definitivamente, solo un poco, para saber si había algún tipo de luz. Nada. La oscuridad era el único habitante de aquella casa. Abrí la puerta del todo entonces, para permitir que entrara un poco de la suave luz de la Luna.
Era un pasillo. Había tres puertas en la pared de en frente y otras dos más en la misma pared en la que estaba la puerta que había abierto. Decidí dejarla abierta para que la luz pasara y me alumbrase. Intenté cruzar el pasillo. Aparecí otra vez fuera, delante de la ventana rota, volviendo a empezar. Y repetí los mismos pasos, abrí la puerta de nuevo, volví a intentar cruzar el pasillo y volví a estar delante de la ventana. Y es lo que me sigue pasando. Que siempre vuelvo a empezar.

domingo, 18 de enero de 2009

Encadenado


Me dijeron que estaría allí una temporada, que como máximo me querían durante un año. Si nadie pagaba el rescate antes de que el año pasara me matarían. No me dejarían ni un día más. La pudredumbre del lugar no era lo peor. Había ratas por todas partes, y me mordían a menudo. Tenía un bote de alcohol del noventa y seis por ciento y un trapo sucio y roto que utilizaba para limpiarme las heridas. Al poco tiempo me di cuenta de que el trapo sucio empeoraba las heridas y me las infectaba así que decidí darle otro uso al alcohol.
Todos los días me daban un vaso con agua y un trozo de pan que había sido arrancado a mano de la barra, pronto me di cuenta de que me daban el pan de la misma barra a lo largo de cada semana. El vaso lo usaba racionalmente para beber a lo largo de todo el día. Cuando el agua se acababa lo rellenaba con el alcohol y se lo daba a las ratas. Morían dolorosamente, lo cual me alegraba los días.
Día a día iba enloqueciendo, en parte por lo mal alimentado que estaba, en parte por las heridas que tenía a causa de las mordeduras de las ratas. De todos modos sabía que nadie pagaría mi rescate y que cada día que pasaba quedaba un día menos para el día de mi esperada muerte. No sabía cómo lo harían y esa era una de mis casuales preguntas que me hacía. Me daba clases a mí mismo de filosofía, con las cuales aumentaba mi locura y mis días se hacían cada vez más y más moótonos.
Era de suponer que los los raptores sabían que de una forma u otra moriría antes de que transcurriera el tiempo de vida que me habían dado y así no me matarían pero, aún así, esa era una de las dudas que me carcomían el poco cerebro que me funcionaba. Las ratas morían diariamente y mis dolores aumentaban casi cada hora.
Una cadena con un grillete me resguardaba el tobillo derecho. Ya no lo sentía. Era uno de los principales objetivos de mis animales de compañía debido a que la sangre que les podía proporcionar ya estaba su alcance. Los primeros días, tras las primeras heridas había decidido rociar sobre ellas el alcohol que me había dado. El escozor era inhumano.
Mis días pasaban y pasaban. Se convirtieron en meses, meses largos y dolorosos. Empecé a dejar de comer y los dolores cesaron, en parte porque cesó mi conciencia y en parte porque las ratas comían mi alimento y no me comían a mí. Un alegre día decidí acabar con mi vida. Para ello me dispuse a beber el alcohol que me habían dado los raptores el primer día. Desgraciadamente ya se había terminado. Mi vida seguiría, por lo menos hasta que llegara el día, ese día en el que acabarían conmigo si es que yo no había terminado con mi vida antes.
Volví a comer porque me deshidrataba. No lo hice a ciencia cierta, fue un simple problema de instinto lo que me hizo recuperar el hábito de comer. Mi cuerpo lo necesitaba. Aunque mi mente no lo quería. Mis fuerzas ya habían decaído. Mis reflejos ya no eran. Sólo me guiaba ya por el instinto. Aunque era dificil pasar las horas sin poder moverse. Y teniendo como única luz una ventanita cerca del techo de cristal tranlúcido (o muy sucia) por la que de día podía ver la luz del exterior, de la cual muy poca entraba en el interior.
Mis manos eran cada día más débiles, incluso me costaba moverlas para coger el trozo de pan diario y metérmelo en la boca. Ya ni me movía, y había perdido la movilidad en la pierna derecha. Mis planes de escapar, los cuales había existido desde el primer día y cada día que pasaba empezaban a desaparecer de mi mente, ya se habían esfumado por completo. Ninguna esperanza había en mi corazón. Ningún resquicio de esperanza, ni una pizca de intención siquiera de salir albergaban ya en mi interior.
Era dificil, cada vez más, seguir en esa situación, pero mi instinto (maldito instinto) me obligaba a sobrevivir, impidiendo que me suicidara, olvidando lo mal que lo pasaba. Me resistía a pesar que algún día volvería a ver el exterior, pero era tal mi locura que llegaba a pensar que me rescatarían al día siguiente. Cada día al día siguiente. Y así los días pasaban, muy lentamente, tanto que hasta me perdía en el tiempo, sin saber si había dejado de existir. Y cada día me preguntaba cuánto faltaría para mi muerte segura, quería saber, aunque no pudiera hacer nada al respecto, cuántos días me restaban.
Y ese sentimiento de agobio interior, junto con la locura y las heridas, junto con la oscuridad y las infecciones, junto con la cadena que me agarraba a la pared, me hacían gritar de día al sol y de noche a la luna como si fuera un hombre lobo. Y los días pasaban, y el agobio aumentaba. Y ya ni siquiera me quería morir. Pero ya no me creía vivo. Mi estado de locura me había llevado a un estado de trance diario que duraba horas y horas. Ya no me daba cuenta de que comía cuando comía, de que cagaba cuando cagaba o de que me dolía cuando alguna de las pocas ratas que quedaban me mordía en mi cuerpo sucio y desnudo.
Pronto empecé a imaginarme mundos, a vivir historias y a ser héroes. Y en eso se pasaban los días hasta que llegó el último día del encierro. Ya no reaccionaba, y no me di cuenta de que me sacaban de mi habitáculo. No me di cuenta de cómo me sacaban a la luz del sol, de cómo me colocaban desnudo sobre una tabla de madera y agarraban mis brazos a ella con unos grilletes. Ya no sentía nada. No me enteré de que era el momento de mi muerte.
Suavemente abrí los ojos para ver a una bella mujer clavar sus colmillos en mi cuello y dormir para siempre.

sábado, 17 de enero de 2009

Respira


Un alma se sentía segura
en un cielo de verdad
donde, escondida, la Luna
un día la vio pasar.
.
Era una alma sola
que vivía con su soledad
y se guiaba por las olas,
dulces olas del mar.
.
Que no volaba, decía,
que no quería marchar.
Estaba arrepentida
de haberla dejado marchar.
.
Alma de hombre era
y a una mujer buscaba
del río en la ribera
y del mar en la playa.
.
La había pedido una mañana
en la que al mar había ido,
mientras pájaros cantaban
y la Luna se había escondido.
.
Y esta alma que busca
con desesperación a su amada
no la encontrará nunca
si no busca con más calma.
.
La Luna, que es sabia
la intenta advertir
pero al hombre con rabia
no debe hacer sufrir.
.
Sabe que ella no ha muerto
que aún ella está viva.
Sabe que todavía es cierto.
Que aún ella respira.
.
La busca por la orilla
del mar que le vio morir
sabiendo que fue la escotilla
del barco lo que se lo llevó por fin.
.
Pero siente que está cerca
y su aliento siente al volar
sobre los barcos de naaufragios
cuyas vidas quitó el mar.
.
Sabe que en ese barco
ya no queda nada de ella
y que arriba, sobre el barranco
la encontrará con su belleza.
.
Ya la ha visto y encontrado
pero ella no le mira,
no le hace nigún caso
como si no existiera.
.
No está seguro ya.
Ya puede irse a otra vida
porque sabe que su amada
todavía respira.
.
.
ED-BS

viernes, 16 de enero de 2009

En el juicio


No me sentía seguro ante aquella situación pero no tenía más remedio que aceptarla y seguir adelante.
Los días eran fríos y las noches heladoras, no había casi comida y la mayor parte de los días comí de lo que encontraba en la naturaleza porque había repartido mal los alimentos y me los había comido todos antes de lo previsto. Mis fuerzas empezaban a flaquear cuando por fín pude ver que se acercaba el final de mi misión. Habían sido muchos días difíciles, durmiendo a la interperie a temperaturas extremadamente bajas, alimentandome de aquellas pocas bayas que se atrevían a crecer por allí. Había trabajado mucho físicamente, escalando montañas y cruzando valles helados donde cada paso costaba el trabajo de diez y donde la posibilidad de caída era de más del cincuenta por ciento.

Sí, mis esfuerzos habían muchos, y considerables, pero había conseguido lo que me habían propuesto. Había cumplido mi misión, y eso, al fin y al cabo, me hacía felíz. Pero las cosas no eran tan buenas como me había imaginado. Pensaba que al acabar mi misión volvería a vivir como lo había hecho siempre, pero me equivocaba. Realmente, estaba harto equivocado.

Las noches siguieron siendo frías, los días seguían siendo largos, la Luna seguía sin aparecer, como si se hubiera descarrilado de su órbita para siempre para que todos los días fueran Luna nueva.

¿Mi misión había concluido? Esa era mi principal pregunta. Porque había hecho todo lo que me habían dicho que hiciera. ¿O no? Estaba todo hecho, por lo menos eso creía, pero, por motivos varios, no sé cuáles ni el por qué de su existencia, todo había sido en vano. Me habían engañado. Se habían burlado de mí, como si de un niño de cinco años se tratase. Pero yo no me iba a dar por vencido. Sabía que de algún modo ese que había sido un trabajo impuesto era, al mismo tiempo, el destino que había sido escogido para mí. Que ese no era el final, que ahí no se acababa la cosa, que esto iba para largo, y que dudaría al menos unos años más.

El camino de vuelta fue quizás peor que la ida, pero estaba claro que ya no tenía provisiones y que el invierno se acercaba cada vez más. Los días eran cada vez más cortos y las noches más largas. La Luna seguía sin salir, como si me vacilara, como si ella también se estuviera riendo de mí. Fueron unos meses duros, ¡quién sabe si los más duros de mi vida!, pero sobreviví, y mi supervivencia fue positiva para mi.

Al llegar de vuelta al lugar del que había salido en un primer momento el hecho de que no hubiera nadie de los que me habían contratado para mi expedición allí me extrañó sumamente. Fue extraño que no viera a nadie, que ni si quiera me dejaran una nota, que me hubieran abandonado. Ya no tenía donde ir. Ese es uno de los inconvenientes de los seres clónicos: si nuestro dueño nos deja, no podemos hacer nada. Somos personas procedentes de personas, pero somos vida creada a partir de la información genética de alguien. Al ser clones tampoco tenemos los mismos derechos que los "normales" y nuestra vida depende de quien nos haya comprado o contratado. Yo pertenezco a un laboratorio pero en ese momento estaba trabajando contratado por un expedicionista. Había estado caminando por Marte, buscando lo que me habían pedido que buscara. Y lo había encontrado. Había cumplido mi misión.

No me gustó nada encontrarme la estancia vacía, pero me gustó menos encntrarme a un controlador al salir. Me pidió la documentación y se la di amablemente. Y me detuvieron. Resultaba que mi contratante era un asesino a sueldo que utilizaba clones para matar. Y eso está prohibido.

Señores del jurado, les aseguro que todo lo que digo es cierto. Yo no soy un delincuente. Soy inocente, soy un clon, pero soy inocente.

Señores del jurado, permítanme hacerles una petición más, sin importarme ya el veredicto que me impongan: quiero conocer a aquel de quien soy parte, quiero conocer a aquél del que soy clon.

miércoles, 14 de enero de 2009

Extremos




Frío, calor.


Blanco, negro.


Luz, oscuridad.


Noche, día.


Bien, mal.


Dolor, placer.


Amor, odio.


Visión, ceguera.


Acción, pasividad.


Susurro, grito.


Intenso, tenue.


Susto...


Miedo...


Pavor...


Terror...


Horror...


Muerte... ¿vida?




martes, 13 de enero de 2009

La leyenda de Jonny Hair


La leyenda de Jonny Hair en realidad no existe. No existe aún, pero el proceso de comienzo de existencia está próximo. Lo que quiero decir es que nunca he oído hablar de ninguna leyenda que se llame de Jonny Hair pero que en este preciso instante comienza su elaboración y, por lo tanto, su existencia.

Jonny Hair era un pequeño ciudadano, un niño, para ser más realista, de la ciudad de KromtenKainesToilen. (El motivo de que el nombre sea tan largo es la poca probabilidad de que ese nombre exista en la realidad). Era un niño felíz. Vivía en una pequeña casa de hierro, como el resto de sus amigos, con sus padres y una mascota especial: una libélula. Iba siempre a todos los lugares a los que acudía con una gran sonrisa en la cara, una sonrisa que aumentaba de tamaño según la cantidad de sonrisas que iba viendo a lo largo de cada uno de los días en los que su vida iba dejando un hilo y un rastro que todos pensaban benévolo.
Una de las cosas que mejor hacía era hacer reír. Podía lograr tanto que ancianos como los niños más llorones puieran estallar a carcajadas. Y eso era un gran inconveniente.
El gobierno que llevaba ya unos diez años con el poder de la ciudad era un gobierno cruel, un gobierno en el que existía una mínima cantidad de riqueza acumulada en enormes cantidades y una enorme cantidad de pobreza distribuida a lo largo y ancho de la ciudad, y casi el país entero.
Ese gobierno atroz y malvado había prohibido las risas por ley. A quien riera siendo visto por uno de los miles de vigilantes que se habían distribuido por toda KromtenKainesToilen se le cortaría la cabeza. Y eso para el pequeño Jonny era muy malo.

Una mañana Jonny acudió a la escuela como el resto de los días y con todos sus compañeros. Lo que ocurrió ese día es el motivo de que esta leyenda exista.
Fue algo extraño, aunque nadie se había dado cuenta, pero el caso es que Jonny ese día, desde esa mañana, desde la hora en la que se despertó, no había sonreído. Su cara había cambiado para siempre. Ya nunca más volvió a verse una sonrisa en ella, nunca, nunca más.
Nadie supo entonces el motivo y aún nadie lo sabe ahora, pero el caso es que ese día, al ver que Jonny no sonreía, el resto de la gente que le conocía (que era la mayor parte de la ciudad, especialmente los pobres a los que él alegraba el día cada día de sus vidas, hasta entonces), todos ellos, intentaron animarle y hacerle reír. Eso no era delito, el delito era reír, por lo que no perderían nada ellos, desde su mente egoísta, si conseguían hacerle reír como él lo hacía, de buenas maneras, todos los días a ellos.

Uno de los ancianos más sabios de la ciudad, de quien ya no se recuerda ni el nombre, fue el primero que intentó hacerle reír. El resultado fue pasivo. Otros más lo intentaron, tanto adultos como niños y ancianos, tanto mujeres como hombres, pero nadié consiguió que volviera a reír.
Entonces llegó un filósofo bastante joven (tendría unos veinte años) y formuló una serie de preguntas a los ciudadanos acerca de el pequeño Jonny Hair. Ellos contestaron cortésmente. El filósofo, tras meditar un rato las respuestas que habían acertado a darle los ciudadanos comentó en voz alta con el fin de que todos le oyeran:
-El pequeño Jonny está atrapado, por eso no puede volver a sonreir.
-¿Atrapado? -preguntaron un par de ancianos que había en cerca del filósofo.-¿A qué te refieres?
-Quiero decir que está atrapado en el tiempo. Que aunque nosotros lo veamos aquí, aunque su cuerpo permanezca en este mundo, su alma se ha ido a otra dimensión temporal -cayó un instante para que los ciudadanos recibieran esas palabras.- Creo que Jonny Hair está en el futuro. Y que muestra su humor según cómo será en el futuro. Y verle así, sin una sonrisa en la cara solo puede significar una cosa: que el futuro para KromtenKainesToilen no va a ser bueno.
Los ciudadanos no creyeron nada de lo que el filósofo decía. Le gritaron, llamándole mentiroso, embustero, traidor y más insultos y acabaron por degollarlo y cocinar la cena general de esa noche en su sangre.

El filósofo, ya muerto, acudió a la dimensión en la que, efectivamente, Jonny Hair se encontraba (aunque su cuerpo aún permanecía en KromtenKainesToilen) y le contó lo sucedido. Al enterarse, el pequeño Jonny regresó a la ciudad, a su propio cuerpo, pero no volvió a sonreir. Reaccionó de forma normal hasta bien entrada la noche, cuando todos se disponían a cenar la comida que habían cocinado en la sangre del filósofo. Dió un grito estrepitoso, un grito inhumano que hizo que todos los presentes se cayaran y le mirasen. Jonny Hair habló.
-El filósofo al que habéis matado me ha contado lo que hicísteis y pagaréis por ello. Desde ahora permaneceréis atrapados en el tiempo hasta el fin de los días. Todos los días serán hoy. Todas las mañanas os levantareis con la ilusión de verme sonreir; todas las tardes me intentareis animar; todas las tardes vendrá el filósofo, a quien todas las tardes matareis; y todas las tardes volveré yo para contaros esto que os estoy contando ahora. Será una maldición por haber querido que incumpliera la ley. Yo siempre sonreía, pero nunca me reía. Y aunque siempre os hacía reír, nunca yo incumplí la ley.

Desde aquél día todos los días fueron ese. Desde entonces vivieron atrapados en el tiempo para siempre. Esta es la leyenda de Jonny Hair. Así es como se hace una leyenda.

Dormido

No tengo fuerzas ni para buscar una imagen...
Estoy dormido. Y eso que son las siete y media de la mañana... pero es que no puedeo más. Ayer fue lunes y los lunes son pesadísimos.
Aunque no lo parezca, un día tras otro, día a día, levantarse a las siete puede ser demasiado pesado.
Los párpados se me cierran solos... Y pensar que me queda otro largo día por delante...
Un largo día que trancurrirá lentamente corroyéndome y desviándome. Un día en el que el tiempo me atrapará entre sus garras y apretará, aplastándome, destruyéndome, matándome...
Eso me recuerda a la historia del pequeno Jonny Hair.
¿No conoces la historia del pequeño Jonny Hair?
En la siguiente narración te la contaré, exclusivamente para tí.
Qué sueño... zzz...zzz...zzz.

lunes, 12 de enero de 2009

Ojos:¿Ventana o espejo?


People say that the eyes are the window of the soul. That means that if you look through them you can kwow the feelings of whom you are looking to. But I don't know if it is true at all.
.
En español decimos una frase parecida, pero que no significa lo mismo. La traducción literal a la inglesa sería "los ojos son la ventana del alma". En cambio nuestra cultura popular ha "fabricado" una frase un poco distinta: "Los ojos son el espejo del alma". Aunque sólo cambia en una palabra ya es suficiente para cambiar en nivel de significado. Ya no es una ventana, algo que permite ver lo que hay detrás, ahora es un espejo, una masa opaca que devuelve la imagen.
.
And if the eyes are the mirror of the soul, then, the thing you can see if you look at them is not the soul like it is, is the reverse of the soul, the soul but in a false side, not the real feelings.
So, in Spanish, maybe the real meaning of this idiom is this: if you look to someone's eyes you will not see the feelings he/she is feeling, you will see the opposite of that feelings.
.
Si ves amor, en realidad estará sintiendo odio; si ves alegría, tristeza; si ves un sentimiento, sentirá el opuesto.
.
Es la diferencia de los ojos en diferentes idiomas.
.
That's the difference between different languages eyes.
.
Estúpido, ¿no?
Stupid, isn't it?

domingo, 11 de enero de 2009

Why?

No pongo foto. ¿Por qué no? Te preguntarás. Y ¿por qué si? Simplemente, no pongo foto. Y solo escribo esto. ¿Que por qué? No necesito responder más que con la misma pregunta: ¿por qué?
Why? And... why not? Because... (). I don't need to answer that question, but if I did it, I would say: "Why?" And then I would cry to the sky: "Why?"

sábado, 10 de enero de 2009

Let me go


Por supuesto todo lo que aquí escribo no tiene ninguna relación con la realidad.
.
Era de noche, una noche cerrada y oscura. El cielo se tapaba con una inmensa manta de nubes negras que impedía que la tenue luz de la luna menguante llegara hasta donde me encontraba y me alumbrara al menos lo suficiente para ver a un palmo de mis ojos. Debido a este problema me había tomado la molestia de tomar prestado un candil de los de llama más grande y alargada para que pudiera atravesar el camino sin temor y sin preocupaciones. Claramente eso era imposible, pues era de noche, se oían extraños sonidos que procedían del espeso bosque que se hallaba a mi derecha, sabía que en esos parajes había animales peligrosos y, además, tenía la extraña sensación de que alguien me observaba.
.
Andaba despacio, pero mis pasos eran lo más grandes que podían ser. Aún así, intentaba provocar el menor ruido posible mientras mis botas chocaban con el arenoso suelo del que el pequeño camino se constituía. Mi mirada estaba continuamente dirigida a un mismo lugar, del que no separé la vista en casi ningún momento: la llama de la vela. Era un simple juego visual y mental, trataba de concentrarme en algo para no pensar en nada más, pero me temo que fue en vano. El frío me golpeaba, el viento me hería y los recuerdos... los recuerdos me hacían llorar.
.
La explicación era sencilla: había muerto. Eso es lo que exactamente me había dicho el doctor Sprouch cuando me había dirigido hacia él, aquella misma mañana. El cura, que se hallaba también allí, el Padre Colberg, me había ayudado a quitarme las penas de encima leyéndome alguno de los Proverbios de la Biblia. Pero no habían echo casi nada. Y ahora salía del caserón, a las afueras de Rivermane, para dirigirme al camposanto, el Cementerio de Personas Adultas de Rivermane.
.
En el pueblo había dos cementerios, el de adultos y el de niños. Eso se debía a una antigua leyenda (que no creo conveniente contar ahora), una leyenda sin sentido y cuyo relato conocía ya todo el pueblo. Más que una leyenda era un cuento chino, y yo conocía a su autor. El señor Pratche, un hombre con un buen sentido del humor, pero aún así, un sentido un poco macabro. Gracias a él se hizo el cementerio de niños, al otro lado de la gran carretera, la llamada Villa Dentro, cuyo nombre compartía la casa que se situaba justo al final.
Pues resulta que me dirigía al cementerio para acompañar a los restos de mi querida novia y prometida, mirando fijamente a la llama de la vela, que se consumía lentamente, sabiendo que no tenía ningún fósforo encima, burlándose de mí.
Cuando llegué al gran portón giré a la derecha, rodeando parte de la entrada. Me dirigía a un lugar que conocía muy bien, un agujero abierto en la valla trasera.
.
Unos segundos después ya estaba dentro del Cementerio de personas adultas de Rivermane y me dirigía con pasos temerosos a la tumba de la que había sido mi compañera de historias, aventuras y noches en vela. La recordaba con una claridad... Y resultaba que ya habían pasado diez años desde que ocurrió aquello. Eran ya malos tiempos para Rivermane. El señor Pratche ya había muerto, al Padre Colberg lo habían destinado a un pueblo cercano, pero nunca más se había pasado por aquí. Hasta la casa del final de la carretera, Villa Dentro, ya solo era un amasijo de piedras, tierra y madera.
.
Aún así la recordaba, la recordaba como si el tiempo se hubiera parado en el mismo instante en el que el doctor Sprouch me dijera esas palabras. Palabras que nunca olvidaría: "Ha muerto".
¡Maldigo al Cielo y al Infierno por habérsela llevado! Ojalá hubiera sido yo el que hubiera muerto esa noche que recuerdo todas las noches, esa noche en la que el suceso se repite constantemente, desde hace diez malditos años. Llevo diez años sin poder dormir porque las noches ya no son noches, porque dormirse significa revivir el odiado momento...
.
Y esa pesadilla que se hace realidad cada noche en mi cabeza no me deja salir, no me deja huir, porque cuando ya estás dentro... no puedes salir. Como el la leyenda de Villa Dentro. Como en la historia del señor Pratche. Como en este cementerio en el que acabo de entrar y de que nunca podré salir.
.
La tumba de mi amada se encontraba en uno de los laterales, cerca de una pared de piedra de unos cinco o seis metros de altura. Había llegado hasta allí con la poca luz que obsequiaba la vela, que sufría mientras se consumía y de la que ya no quedaba más que un centímetro de cera. Miré la tumba como si no lo hubiera hecho nunca antes. Y lo hacía todas las noches desde hacía diez años. Pero hoy era una noche especial, se cumplía el décimo aniversario de su muerte.
.
De pronto una maño blanca y de delgados dedos, pero firme y fuerte me agarró el tobillo. Miré. Era su mano, nunca podría olvidarla. Pero eso no era posible, no podía estar pasando. Y tiró con fuerza, me hizo entrar dentro de la tumba. No sé cómo lo hizo, pero creo que lo que ocurrió fu que atravesé la piedra. Solamente que en un momento, un instante, me encontré tumbado sobre ella en una oscuridad total. Toqué su cuerpo desnudo y caliente como si nunca hubiera muerto, besé sus labios y comprobé que el calor que siempre había en ellos no se había apagado... Y nos fundimos el uno en el otro, le hice el amor como no se lo había hecho nunca y, antes de que me diera cuenta ya estaba enterrado junto a mi prometida y nunca saldría de allí.

viernes, 9 de enero de 2009

Nieve


Se ha cumplido lo que estaba escrito:
El sol lucía brillante sobre los montes nevados produciendo un sentimiento de calor que no llegaba a calentar pero que sí incrementaba esa sensación de bienestar que se siente cuando uno se queda de frente ante él. Las calles estaban nevadas pero en la calzada se veían las huellas de los coches que habían pasado por allí dejando su rastro sobre la nieve que había caído durante la noche. Los árboles, desnudos de hojas, estaban vestidos con una fina capa de nieve que los cubría. Las farolas de la calle, apagadas, sostenían sobre sus cabezas pequeños montones de nieve que se derretían de vergüenza al sentir que el gran ojo del cielo les miraba intensamente. El cielo, de un azul celestial, estaba contento, pues no presentaba ningún tipo de síntoma de tener ganas de ponerse a llover lágrimas de agua o nieve, no tenía nubes.
No se ha cumplido del todo, porque hoy el cielo sigue tan nublado como siempre lo ha estado mi vista, pero, aparte de eso, se ha cumplido la escritura. Mi escritura.

Camino


Camino siempre en la misma dirección a través de la senda de la mentira, cruzando valles, atravesando laderas, rompiendo desiertos, trazando líneas a lo largo de los bosques y buscando salidas de las junglas salvajes, extrayendo de cada uno de los lugares por lo que paso un poco de imaginación, siempre con la mirada dirigida al olvido, desesperándome al no encontrar nada más que eso en el futuro. Y recuerdo mi pasado, pero sé que no me puedo rendir, que ya no hay vuelta atrás; y, aunque mis piernas me lo piden, es mi mente irracional la que me impide dar la vuelta, la que se niega a trabajar en equipo, como lo hicimos antes, cuando mi alma y mi mente estaban del mismo lado.
Ahora ya nada es posible, nada excepto seguir andando, caminar por los senderos de mi vida, una vida ya sin esperanza, perdida en la desilusión y en la oscuridad de la idea de buscar y escondida en la esperanza de poder llegar algún día a la iusión. Interpretando lo que sería una bienvenida por un "¡márchate de aquí", evitando mantener contacto con el resto, porque es el resto lo que me ha convertido en esto. En una especie de ser mutante, en un eperimento para la ciencia, en una atracción para los niños, en un extraño para los adultos y, en definitiva, en un ser peligroso para todos los demás.
Un ser peligroso, pero no estúpido.
Un ser que camina despacio pero que nunca se detiene.
Un ser que (todos coinciden en eso) es especial.
Y en cuyo interior alberga la ilusión y en un recoveco de su corazón hay una chispa de esperanza de ser aceptado. Al mismo tiempo huyo, me alejo de todo lo que me recuerde a eso.
Y eso es lo malo.

jueves, 8 de enero de 2009

Rutina


Vuelvo a la rutina de siempre. Estoy agarrado al tiempo y lo odio.
Odio estarlo y odio la rutina a la que me lleva.
Odio el colegio.
Odio el tiempo.

miércoles, 7 de enero de 2009

Cuidad


La ciudad se torna a gris en el momento en el que aparece la Luna detrás de una espesa nube de negra bruma y oscuro temor. La ciudad de la que han salido miles de hombres en un solo día. Y en la que han entrado otros miles más. La ciudad que siempre está llena de turistas, la ciudad de los grandes almacenes, la ciudad de las enormes fábricas destructoras del medio ambiente, la ciudad del aeropuerto, la ciudad de los museos, la de los autobuses, la ciudad de las nuevas tecnologías, la ciudad del Metro, la ciudad de los trenes modernos, la ciudad en la que yo estoy, mirando a esa incandescente luna que no es más que un satélite o algún otro astro natural.
Y en esa ciudad, esta ciudad es donde ocurrió todo. Nadie sabe qué fue, pero nadie nunca podrá saberlo porque ya no queda nadie, ni en esa ni en otra cualquiera. Fue es esa ciudad donde comenzó el final, fue esa ciudad, en todo su esplendor, la que arrancó de cuajo la ilusión de las demás. Fue esa ciudad la que evitó el hecho de tener que contar cadáveres. Porque ya no hay nadie para contarlos. No fue el Apocalipsis. Sólo fue el final. Ya no queda nadie, ni nada más que las ruinas de un mundo sin piedad, un mundo de pobres y ricos, un mundo de desfavorecidos y adinerados. Y ya no queda nadie. Ni de unos ni de otros. Todos están muertos.
Yo lo contemplo todo desde un montículo que quizás unas horas antes fuera lo alto de un rascacielos o un edificio de pisos. Y lo que se expande a mi mirar, aquello que veo con mi visión monótona de grises y negros, quizás algún blanco en esta época (no como antes, cuando las explanadas de nieve en el polo o en Groenlandia me llegaban a aburrir y donde solía disfrutar de las relaciones con otros de los míos). Mi visión en escala de grises no me impide disfrutar del momento de ver a todos los humanos muertos. Y pensar que me convertía en ellos cuando lo deseaba. Prometo nunca más transformarme de nuevo en humano, la forma de un lobo es sin duda la más bella en la tierra. No quiero acabar como ellos.
Mi instinto es mucho más fuerte que el suyo. Mis garras (sí, tengo garras) siempre están hambrientas de sangre y mis colmillos... ¿qué te voy a contar?
Es un momento que te llena por dentro, que satisface todos los recovecos de mi alma, que permite ver que eres el ser más valorado del mundo. Me gusta este momento, intentaré quedarme aquí todo el tiempo que me sea posible hasta que esta sensación de superioridad se esfume. Soy superior, soy un lobo y soy inmortal.
Las ruinas de una ciudad que antes era conocida y enorme me rodean y mi cuerpo de lobo se transforma a la luz de la luna en el de una bella mujer. Soy un lobo, pero también soy mujer, y no puedo evitarlo. Y he incumplido mi promesa. Pero es que si hay una cosa que nunca debes hacer esa es fiarte de un lobo. O no. No te fíes de mí, ni si quiera cuando te pido que no te fíes.

lunes, 5 de enero de 2009

Fuego


Ilumina con su ardor,
ilumina oscuridad
con una brizna de calor
que hiela.
Es de colores cálidos
y sus fríos colores
que queman con
llamas heladas.
Pueden quemar
como largos dedos
afilados que rasgan
como luceros.
Su nombre es siempre
el mismo, de acero
todos le conocen
al fuego, fuego.
Me llena el interior
congenlándome
entero
y se ríe.
Se burla de mí
al abrigo de él
y me explica en ese
idioma de calor
que no le necesito
si es como el sol.
Yo ya lo siento cerca
y le respondo acalorado
que el sol no se acerca
a su frío calor helado.
Que el fuego no es más
que un sin fin de llamas
y no tiene remedio
si ya estás dentro.
El calor del fuego es
por siempre extraño
y sus largos brazos
son llamas menores.
El interior de su alma,
ese hueco en espacio
en el que yace su llama,
no exite en realidad.
Ni tú, ni yo, ni nadie.
En el mundo del fuego,
todos somos cenizas.
.
.
EDBS

domingo, 4 de enero de 2009

Espirales


Hay tipos y tipos de espirales. Las hay grandes, las hay pequeñas; de colores vivos, oscuras, monótonas, en blanco y negro; las hay suaves y ásperas; dulces, saladas, amargas, insípidas, ácidas; las hay que gustan ver, otras son invisibles, unas no quieren ser vistas, otras son amigas de los humanos; hay espirales grandilocuentes y espirales huérfanas; espirales tristes y sin amigos, espirales de fiesta y espirales de reflexión; las hay de campo y de ciudad; de vida y de suicidio; espirales de amor, espirales de guerra, espirales de paz y espirales de odio; algunas son deprimentes y otras alegran el día; de unas ni te enteras de que están ahí mientras otras llaman la atención; hay espirales de día y espirales de noche; espirales de comida, espirales de deporte, espirales de viajes, espirales de salud, espirales de ancianos, de jóvenes, de niños y de bebés; hay algunas que son buenas y ptras que son malas; hay espirales dentríficas, espirales de los oídos, espirales de los brazos y del bazo, para todas las partes del cuerpo; unas se pueden leer y otras se pueden ver como películas; las hay en todos los idiomas, incluso hay espirales para los que no saben hablar; unas se ven, otras se oyen como la cancion que estoy escuchando (Come Clarity), unas se tocan, otras se huelen y otras se saborean; mientras unas son chicas, otras son chico, incluso las hay homosexuales y bisexuales, (llegado el caso podríamos hablar de las espirales necrofílicas y de las zoofílicas); algunas son viejas y otras son jóvenes; algunas se preocupan por el medio ambiente mientras otras tratan de consumir el conbustible; espirales científicas buscan fuentes de energía alternativa y otras cuidan a sus animales; las más pequeñas siempre están revoloteando y jugando; otras se dedican a ganarse la vida trabajando; otras simplemente están muertas; y, ante todas ellas, hay una, la Espiral, con mayúcula, la Espiral que aspira a las demás y donde las demás viven y mueren: la Espiral hacia el Infierno.

viernes, 2 de enero de 2009

Vampiro


Eran muchos, muchísimos. Hice una mirada rápida y conté unos dos mil. Pero luego me fijé en que había también muchos más detrás de los grandes toneles y seguro que había más dentro de las cámaras. Eran por lo menos cinco mil. Cinco mil chiflados. Cinco mil vampiros que sólo salían de noche y que se alimentaban de nuestra sangre. Y nosotros éramos sólo cinco. Y dos de nosotros eran mujeres. Y una embarazada de seis meses.
No sé cómo lo hicimos pero uno de los nuestros, el más anciano (todavía recuerdo su bastón con la empuñadura de marfil con forma de calavera) se acercó al jefe de os vampiros. Lo miró con cara de pocos amigos, pero lo peor fue la reacción del vampiro. Sonrió. Sí, sonrió, enseñando sus colmillos que, a pesar de haber podido morder el cuello de cientos de personas y de haber bebido sangre de todo tipo, estaban limpios y muy blancos. Casi brillaban a la poca luz de la luna que había en ese momento. El vampiro sonrió pero el anciano no le respondió con una sonrisa. En un rápido movimiento sacó el revólver de su bolsillo y disparó al vampiro e pleno corazón. Todo se detuvo en ese momento. Nosotros, los normales, no podíamos quitar la mirada del agujero que la bala había surcado en el vampiro atravesando la poca ropa que llevaba y su propia piel. Los vampiros seguían con sus miradas vacuas y vacías sin mirar a ningún sitio y al mismo tiempo obsevándolo todo.
No hubo ninguna reacción en el jefe de los vampiros que no fuera la de un vampiro. Primero bajó la mirada hacia el agujero que había en su pecho. Luego levantó la cabeza para mirar al anciano que seguía apoyado en su bastón con la calavera de marfil. En un mismo movimiento echó la cabeza para detrás en señal de mirar hacia el cielo y abrió los brazos en cruz con las palmas de las manos hacia arriba. Profirió un grito inhumano; se me heló la sangre en ese momento que duró una eternidad. De pronto todos los chiflados que teníamos delante (incluidos los de dentro de las cámaras y que no podíamos ver) repitieron el gesto del jefe y ese grito nos congeló el corazón. Me acerqué a la mujer embarazada y dejé que se apoyara en mí para que no cayera desmayada.
El segundo grito duró dos eternidades. Y no pude aguantar. Solté a la mujer dejando que cayera al suelo de golpe y me abalancé hacia el jefe de los vampiros. Sabía que era inútil, pero no aguantaba más. Mis piernas reaccionaron rápidamente a pesar de que no tenía fuerzas y sentí que se movían solas, en un ademán de echar a volar. Fui directo hacia él con el cuchillo que había cogido en la carnicería minutos antes dispuesto a clavárselo en el cuello. En el puto cuello, joder. Fue un movimiento letal. Pero para mí. Cuando el cuchillo ya se acercaba a su cuello, con una mano me agarró del brazo de la mano con la que lo sostenía y con el otro me golpeó en el estómago. Me caí hacia delante, hacia él, dejando mi cuello a la altura de su boca. Mi barbilla cayó sobre su hombro y el resto fue peor que la muerte. Sentí cómo penetraban sus colmillos en mi piel, cómo mi sangre se congelaba, cómo célula a célula me convertía en uno de ellos. Unos instantes después me sentí libre. Me separé del vampiro y miré mis manos. Eran blancas como la cal. Y mis brazos. Pero ya no me importaba. Ahora sólo tenía sed.
Me giré sobre mis talones y la vi a ella. A la mujer embarazada, tirada en el suelo, desvanecida. Me dirigí hacia ella a una velocidad pasmosa, como si volara y mis colmillos sin estrenar penetraron en su cuello. Fue una sensación genial. Bebí, bebí con ansia, con lujuria, haciéndola una de los míos. Bebí y degusté el sabor de la verdadera sangre. Me sentía libre a pesar de estar muerto. Era un vampiro. Y me gustaba. Y me sigue gustando. Te esperaré.

jueves, 1 de enero de 2009

Feliz año nuevo

Feliz 2009. Me acuerdo de algo que pasó justo ayer hace unos años:

La puerta estaba abierta y una luz perlada goteaba de las grietas del techo. La encontré tendida en el suelo, sosteniendo todavía el libro entre las manos, con los labios envenenados de escarcha y la mirada abierta sobre el rostro blanco de hielo, una lágrima roja detenida sobre la mejilla y el viento que soplaba desde aquel ventanal abierto de par en par enterrándola en polvo de nieve. Dejé el collar sobre su pecho y hui de vuelta a la calle, a confundirme con los muros de la ciudad y a esconderme en sus silencios, rehuyendo mi reflejo en los escaparates por temor a encontrarme con un extraño.

Poco después, acallando las campanas de Año Nuevo, se escucharon de nuevo las sirenas y un enjambre de ángeles negros se extendió sobre el cielo escarlata de Madrid, desplomando columnas de bombas que nunca se verían tocar el suelo.

Sacado (más o menos) del relato corto "Alicia al alba" de Carlos Ruiz Zafón, y modificado en las partes que he creído conveniente.