jueves, 16 de julio de 2009

La Tatuadora

Aquella noche lluviosa en la que nada malo podía ocurrir ocurrió lo inesperado. Fueron muchos los avisos, pero Susan, una joven norteamericana de 19 años, no se dio cuenta de que ese era su último día de vida.

Había ido esa mañana a un centro llamado Tatoo & Piercing para hacerse un tatuaje en el hombro. Era una chica alta, de piel clara y pelo largo y cataño. Trabajaba en una tienda de la madre de una amiga suya y, además, estudiaba en una prestigiosa universidad, pues había conseguido una beca pro haber obtenido las mejores notas de su ciudad. Era una chica muy inteligente, quizás fuera eso lo que le hubiera tendido a olvidar que ese era su último día. Porque ya lo sabía. Se lo había dicho una vidente de esas a las que acudes porque te llevan tus amigos y no tienes más que sentarte delante de ella y escuchar lo que "dicen" las cartas. Y había dicho que iba a morir pronto, pero que no se preocupase, que iba a ser persuadida. Evidentemente, como suele ocurrir en estos casos, Susan no dio la menor importancia a lo que había dicho la vidente, pues su inteligencia le hacía pensar que no era posible que una mujer, al echar las cartas, pudiera averiguar el futuro.

Quería un tatuaje de un dibujo especial. Era una especie de estrella enorme, con un montón de flores alrededor y unas espadas y cuchillos en el centro. Le había atraído el dibujo porque ella misma había dibujado en una de sus clases de universidad (o, como decía ella, "las horas aburridas que se usan para dibujar estupideces en el cuaderno") un dibujo muy parecido al del tatuaje. Le habría gustado que tuviese también un corazón en el centro, como lo tenía su dibujo, pero no podía ser, la estrella era demasiado pequeña.

Entró en el establecimiento y se dirigió a la mujer que atendía.

-Quiero hacerme un tatuaje -dijo.

-Muy bien, has venido al lugar indicado -respondió-. ¿Sabes ya qué dibujo quieres o sigues mirando los ejemplos?

-Quería ese de allí -dijo Susan señalando el que tanto le gustaba con la mano-. Lo quiero aquí, en el hombro.

-Está bien, sientate aquí un momentito para que prepare la máquina...

La máquina era una especie de pistola gigante, como un taladro, en cuya punta, en vez de una broca, había una aguja enorme. La máquina estaba conectada a un pequeño botecito de tinta.

-Bien, ya está. ¿Preparada? -preguntó la tatuadora cuando estaba ya con la pistola en las manos.

Susan asintió con la cabeza. Estaba segura de que lo quería. Pero tenía un mal presentimiento.

-Te va a doler un poco, pero no es mucho, ¿eh? -advirtió la tatuadora-. Puedes gritar si quieres.

La punta de la aguja penetró suavemente en la piel del hombro de Susan. No era dolor lo que sentía, era un pequeño pinchazo que... ardía. No podía sentir más que calor. Notaba cómo se movía la aguja, pero lo peor era que le quemaba... le ardía...

Apartó la mirada para fijarse en algo y distraerse. No podía más, le quemaba demasiado... De pronto, cayó al suelo, desmayada.

La tatuadora no se lo podía creer; era la primera vez que alguien se desmayaba en el proceso de tatuado. Nunca había pasado y no sabía qué hacer. Por el momento había parado de tatuar el hombro y estaba intentando reanimar a Susan. No lo conseguía, su cuerpo seguía inerte en el suelo. Decidió llamar a una ambulancia. Fue atrás a por su teléfono y llamó. Cuando volvió no pudo creer lo que veían sus ojos. El cuerpo entero de Susan se había transformado, toda su piel era ahora del color de la tinta. La tatuadora cerró los ojos y volvió a mirar. No era posible, pero era cierto; el cuerpo de aquella chica de 19 años estaba completamente negro. Intentó reanimarla de nuevo, pero no obtuvo ningún resultado.

Al girarse, una mano enorme y fría le agarró por detrás. De pronto notó un pinchazo en el muslo y... se desvaneció.

Susan se despertó asustada. No tenía ni idea de dónde estaba y tampoco sabía cómo había llegado hasta allí. Todo en su cabeza era confuso, no recordaba nada pero, en ese momento, lo único que quería era salir de allí. No se dio cuenta de que todo su cuerpo estaba teñido de negro. Al ver que estaba en un sitio oscuro, o por lo menos eso parecía, intentó palpar lo que había a su lado. Estaba en una cama y... al lado suyo había alguien. Una chica, al parecer. La tocó, la intentó despertar.

Alguien despertaba a la tatuadora, que se levantó molesta. Estaba en un sitio oscuro y no recordaba nada.

-¿Quién eres? ¿Qué quieres? -preguntó la tatuadora.

-Mi nombre es Susan. No sé quién eres tú ni dónde coño estamos. Y lo único que quiero es salir de aquí.

Esas palabras dejaron confusa a la tatuadora.

-No veo nada, creo que estamos en una habitación oscura.

-No -terció Susan-. Yo creo que estamos ciegas. Creo que nos han tatuado en los ojos.

-¿Por qué dices eso?

-Tú eres la tatuadora, ¿verdad? La de Tatoo & Piercing, ¿no?

-Sí. Tú debes de ser la chica que quería el tatuaje de la estrella.

Susan afirmó.

-Yo te estaba tatuando, ahora me acuerdo, cuando, de repente, te has desmayado.

-Sí, es que la aguja me quemaba en el hombro.

-Bueno, vale, y ¿se puede saber dónde estamos?

-No tengo ni la menor idea.

-Pues será mejor que hagamos algo para descurbrirlo.

La tatuadora se levantó de la cama sobre la que estaban las dos jóvenes y pisó el suelo. Pero el suelo no era firme y resbaló, dándose un golpe en la cabeza con el pico de metal que tenía la cama. Un chorro de sangre brotó de su cabeza y no volvió a respirar.

Susan se sintió extraña. Sabía que había muerto, sabía que la tatuadora estaba muerta. No sabía por qué, porque no veía nada, pero lo sabía. Ahora sólo le quedaba esperar, ella no quería correr la misma suerte. Se quedó sobre la cama hasta que, por fin, se durmió.

Al despertar nada era igual. Todo había cambiado por completo. Estaba muerta. Eso es, ya no tenía de qué preocuparse.

martes, 14 de julio de 2009

No se sabe

Nunca se sabe cuándo se va a morir, no puedes saber el momento exacto. Pueden diagnosticarte alguna enfermedad que te mate en pocos segundos, pueden darte un tiro y que sepas que vas a morir pero... el momento exacto, milimétrico, nunca se sabe. Es lo que tiene la vida, que acaba pero no puedes saber cuándo.

miércoles, 8 de julio de 2009

Juventud


Son las doce y ventidós de la noche y me pongo a pensar en la juventud. Es difícil pensar en ella al ser joven, pero quizás sea necesario. En la juventud, la sociedad se convierte en algo necesario, algo que cuando eres niño, está, pero no se siente. Con una edad un poco mayor te empiezas a dar cuenta de que existe esa sociedad, de que eres parte de ella y no puedes hacer nada para impedirlo. Es más o menos como la fuerza de la gravedad. Hasta que no sabes nada de ella no te pregunas por qué existe, pero al conocerla quieres deshacerte de ella y echar a volar...
La sociedad es un signo nuevo en la vida de un joven. La juventud es la entrada en la sociedad. Es siendo joven cuando realmente entras en contacto con otros sin necesidad, obviando que ambos sois personas y actuando como simples "seres sociales".

Es en la juventud donde se comienza a forjar un vínculo especial con alguien del otro sexo. Aunque a mí no me ha llegado aún ese momento.
La juventud es la parte de la vida que te enseña que no eres el único en la vida, que tu vida no es tuya, sino que es el proyecto de otros. La maldita juventud te quita la ilusión de ser tú mismo convirtiéndote en el objeto de los demás, no en un objeto cualquiera, sino el de los demás.

domingo, 5 de julio de 2009

Satélites y astronautas

Satélites y astronautas en el espacio; satélites, máquinas humanas, no los naturales, que vuelan por el espacio explorándolo todo, sacando fotos de todo lo que pasa por delante; astronautas, hombres enormes y fuertes que luchan contra la Naturaleza con el objetivo de buscar algún ser en el Universo al que dominar.
El mundo sería mucho mejor si no existiera esa "necesidad", como dicen algunos, de dominar, gobernar, tener, ambicionar. Es eso lo que hace que salgamos de la hermosa Tierra, nuestro planeta que tanto amo. Y desde mi celda de esta oscura cárcel veo las estrellas en el cielo y descubro la belleza que hay en ellas. Y en un abrir y cerrar de ojos distingo cómo aparece súbitamente una estrella fugaz que en un instante desaparece y me hace pensar que no ha sido más que fruto de mi joven pero ya magullada imaginación de humano.
No soy un astronauta, y aunque no quiero serlo, pues ya le he cogido cariño a mi cama y a mi celda, me gustaría estar entre las estrellas, allí en lo alto, disfrutando de la libertad, olvidando lo que he sido y deshaciéndome de todo lo que me ha atado a la tierra, a la vida en sociedad, llena de suciedad y penurias, siendo al fin un ser más, un satélite, un astronauta, o una simple estrella.


miércoles, 1 de julio de 2009

Parada temporal


El tiempo se detuvo. Las olas del mar dejaron de golpear la triste y oscura costa a la que habían estado golpeando varias veces todos los minutos de su vida desde su nacimiento. Y, en las olas, cada uno de los montones de espuma se pararon para siempre en la cima de cada ola, fijas en el tiempo y en el espacio. El Sol se instaló ya en un lugar en el cielo del cual nunca se volvió a parar y, cada uno de los planetas que estaban a su alrededor cesaron de girar a su alrededor, y sobre su propio eje, terminando el tiempo de su movimiento. Los animales en la tierra pararon también para siempre: las aves que volaban se quedaron suspendidas en el aire, los peces que nadaban se quedaron como congelados en el océano, las bestias de la tierra dejaron de correr, saltar, reptar y morder, para siempre. Y todos los seres humanos, por raro que parezca, olvidaron todas sus tareas y preocupaciones. Todos habían parado, como en trance, y se habían dejado llevar, quedando así quietos como estatuas, algo que duraría para siempre y nunca más cambiaría.

En estos días ya no queda nada en movimiento. Desde que hice mi experimento de parar el tiempo no he parado (valga la redundancia) de aburrirme. Soy el único ser que puede darse cuenta del paso del tiempo. Ni si quiera Dios o los ángeles lo hacen, también lo he parado para ellos y, ahora que me doy cuenta, creo que ser el Diablo es lo más aburrido del mundo.