lunes, 20 de octubre de 2008

El ataúd


Llegó al castillo a eso de las siete de la tarde.
Era un gran castillo que había heredado de un tío a quien ni si quiera había conocido.
Estaba a las afueras, muy a las afueras, de un pueblo alejado del resto del mundo.
Quizás alguna carroza pasaba por las calles del pueblo, pero ninguna pasaba delante del castillo.
El camino de arena estaba rodeado de verdes prados que no pertenecían a nadie.
El castillo, con un par de atalayas al frente, tenía una gran puerta de madera maciza.
Al llegar a la puerta, nuestro protagonista la abrió con una llave vieja y oxidada.
La puerta chirrió al abrirse y el hombre tuvo que empujar con fuerza para que se abriera.
Dentro todo estaba oscuro.
Encendió una antorcha que había a un lado de la puerta con una bengala y recorrió la estancia encendiendo el resto de antorchas y corriendo las cortinas que impedían que la poca luz que ya quedaba del sol alumbrase el interior.
Lo que se veía era bastante poco habitual: una mesa triangular justo en el centro de la habitación y, a su lado una silla de tres patas; un carro de bueyes en una esquina; en otra se podía ver un monton de heno; en el techo había una lámpara araña de velas, casi gastadas; algún excremento por el suelo y poco más.
Él se extrañó.
Fue recorriendo cada uno de los rincones de la estancia.
Al llegar a una puerta se detuvo.
Tenía una inscripción.
In hac domo Diabulus non est bene receptus.
El Diablo no es bien recibido en esta casa.
Dudó en abrir la puerta, pero al final decidió hacerlo.
El pomo estaba frío y encajado.
No podía abrir así, se había atascado.
Pero no se iba a rendir: dio unos pasos hacia atrás, cogiendo carrerilla y se desplomó contra la puerta, que se abrió al instante.
El golpe levantó una polvareda.
El interior era inhóspito, signifique eso lo que signifique.
Todo estaba oscuro.
Dio un par de pasos.
El suelo, de madera, crujió como si le doliera.
Tropezó con algo.
Lo palpó, pues ya o veía nada, con las manos.
Era de madera... con esquinas muy marcadas... Parecía un baúl o una caja.
Quizás tuviera joyas dentro, pensaba él.
Así que dio la vuelta y cogió una de las antorchas para alumbrar.
Al volver, se fijó que en la puerta había un triángulo dibujado , cosa a la que no dio importancia.
La caja de madera seguía ahí.
Esta vez la vio con claridad.
Era un ataúd.
Le dio un poco de miedo, pero se acercó para saber por qué había un ataúd dentro de una habitación en cuya puerta estaba escrito, bajo el dibujo de un triángulo, que el Diablo no era bien recibido.
Al llegar y acercarse al ataúd...
Salí de golpe y le di un susto de muerte.
Es normal.
Ya no me queda piel y no soy tan guapo como antes, pero no es para tanto, ¿no?
El pobre de mi sobrino murió el mismo día en que había llegado a mi casa que había heredado de mí, el día en que tenía para él MÍ casa.
Y como era mía, no era suya.
Aunque yo estuviera muerto.
Y sigo estándolo, no hay remedio para la muerte.
La Muerte no tiene remedio.

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