viernes, 16 de enero de 2009

En el juicio


No me sentía seguro ante aquella situación pero no tenía más remedio que aceptarla y seguir adelante.
Los días eran fríos y las noches heladoras, no había casi comida y la mayor parte de los días comí de lo que encontraba en la naturaleza porque había repartido mal los alimentos y me los había comido todos antes de lo previsto. Mis fuerzas empezaban a flaquear cuando por fín pude ver que se acercaba el final de mi misión. Habían sido muchos días difíciles, durmiendo a la interperie a temperaturas extremadamente bajas, alimentandome de aquellas pocas bayas que se atrevían a crecer por allí. Había trabajado mucho físicamente, escalando montañas y cruzando valles helados donde cada paso costaba el trabajo de diez y donde la posibilidad de caída era de más del cincuenta por ciento.

Sí, mis esfuerzos habían muchos, y considerables, pero había conseguido lo que me habían propuesto. Había cumplido mi misión, y eso, al fin y al cabo, me hacía felíz. Pero las cosas no eran tan buenas como me había imaginado. Pensaba que al acabar mi misión volvería a vivir como lo había hecho siempre, pero me equivocaba. Realmente, estaba harto equivocado.

Las noches siguieron siendo frías, los días seguían siendo largos, la Luna seguía sin aparecer, como si se hubiera descarrilado de su órbita para siempre para que todos los días fueran Luna nueva.

¿Mi misión había concluido? Esa era mi principal pregunta. Porque había hecho todo lo que me habían dicho que hiciera. ¿O no? Estaba todo hecho, por lo menos eso creía, pero, por motivos varios, no sé cuáles ni el por qué de su existencia, todo había sido en vano. Me habían engañado. Se habían burlado de mí, como si de un niño de cinco años se tratase. Pero yo no me iba a dar por vencido. Sabía que de algún modo ese que había sido un trabajo impuesto era, al mismo tiempo, el destino que había sido escogido para mí. Que ese no era el final, que ahí no se acababa la cosa, que esto iba para largo, y que dudaría al menos unos años más.

El camino de vuelta fue quizás peor que la ida, pero estaba claro que ya no tenía provisiones y que el invierno se acercaba cada vez más. Los días eran cada vez más cortos y las noches más largas. La Luna seguía sin salir, como si me vacilara, como si ella también se estuviera riendo de mí. Fueron unos meses duros, ¡quién sabe si los más duros de mi vida!, pero sobreviví, y mi supervivencia fue positiva para mi.

Al llegar de vuelta al lugar del que había salido en un primer momento el hecho de que no hubiera nadie de los que me habían contratado para mi expedición allí me extrañó sumamente. Fue extraño que no viera a nadie, que ni si quiera me dejaran una nota, que me hubieran abandonado. Ya no tenía donde ir. Ese es uno de los inconvenientes de los seres clónicos: si nuestro dueño nos deja, no podemos hacer nada. Somos personas procedentes de personas, pero somos vida creada a partir de la información genética de alguien. Al ser clones tampoco tenemos los mismos derechos que los "normales" y nuestra vida depende de quien nos haya comprado o contratado. Yo pertenezco a un laboratorio pero en ese momento estaba trabajando contratado por un expedicionista. Había estado caminando por Marte, buscando lo que me habían pedido que buscara. Y lo había encontrado. Había cumplido mi misión.

No me gustó nada encontrarme la estancia vacía, pero me gustó menos encntrarme a un controlador al salir. Me pidió la documentación y se la di amablemente. Y me detuvieron. Resultaba que mi contratante era un asesino a sueldo que utilizaba clones para matar. Y eso está prohibido.

Señores del jurado, les aseguro que todo lo que digo es cierto. Yo no soy un delincuente. Soy inocente, soy un clon, pero soy inocente.

Señores del jurado, permítanme hacerles una petición más, sin importarme ya el veredicto que me impongan: quiero conocer a aquel de quien soy parte, quiero conocer a aquél del que soy clon.

No hay comentarios:

Publicar un comentario