miércoles, 1 de julio de 2009

Parada temporal


El tiempo se detuvo. Las olas del mar dejaron de golpear la triste y oscura costa a la que habían estado golpeando varias veces todos los minutos de su vida desde su nacimiento. Y, en las olas, cada uno de los montones de espuma se pararon para siempre en la cima de cada ola, fijas en el tiempo y en el espacio. El Sol se instaló ya en un lugar en el cielo del cual nunca se volvió a parar y, cada uno de los planetas que estaban a su alrededor cesaron de girar a su alrededor, y sobre su propio eje, terminando el tiempo de su movimiento. Los animales en la tierra pararon también para siempre: las aves que volaban se quedaron suspendidas en el aire, los peces que nadaban se quedaron como congelados en el océano, las bestias de la tierra dejaron de correr, saltar, reptar y morder, para siempre. Y todos los seres humanos, por raro que parezca, olvidaron todas sus tareas y preocupaciones. Todos habían parado, como en trance, y se habían dejado llevar, quedando así quietos como estatuas, algo que duraría para siempre y nunca más cambiaría.

En estos días ya no queda nada en movimiento. Desde que hice mi experimento de parar el tiempo no he parado (valga la redundancia) de aburrirme. Soy el único ser que puede darse cuenta del paso del tiempo. Ni si quiera Dios o los ángeles lo hacen, también lo he parado para ellos y, ahora que me doy cuenta, creo que ser el Diablo es lo más aburrido del mundo.

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