jueves, 28 de mayo de 2009

La marca

-No me digas que no te advertí.
La mirada de Alvin volvió a dirigirse hacia el suelo.
Estaban en el apartamento de Julian, en en norte de Maine. Julian sostenía en su mano una pistola pequeña, pesada, una pistola que había guardado siempre en el fondo del cajón de su mesilla de noche y que pensaba que nunca necesitaría. Alvin, con su mirada caída y la piel blanca por el miedo estaba sentado a su lado, en el suelo.
Había sido capaz de hacer esa barbaridad y ahora Julian le miraba con la pistola en la mano.
-Te advertí de que no lo hicieras. Te dije qué era lo que iba a pasar.
-¿Y qué quieres que haga ahora? -su voz sonaba áspera y dolorida-. Ya no puedo hacer nada, Jul, estoy muerto. ¿Lo entiendes? Muerto.
Julian miró la pistola con la que jugueteaba. Era una buena pistola, de bajo calibre, pero de buena calidad. Sabía qué era lo que pasaba, pero intentaba ayudar a su amigo por cualquier método.
-¿Sabes qué, Al? Somos amigos desde que ibamos al colegio y siempre me has ayudado cuando lo he necesitado. Ahora quiero que me dejes que te ayude yo a ti.
Alvin le miró con ojos llorosos. No quería que Julian se jugara la vida por él.
-No, Jul. Esto es cosa mía. No te metas. Hazlo por tu mujer y por tu hija.
Julian sonrió. Recordó de pronto a su hija. Denisse era a quien más quería en el mundo. Había sido un parto dificil y su madre casi muere en el proceso. Pero no. Ahora vivían todos en un chalet a las afueras de Maine y en verano organizaban barbacoas en el jardín de detrás de la casa. Su mujer, Mary, ya no era como había sido en su juventud. Julian y Mary se conocieron en una fiesta de un amigo común y empezaron a salir. Una noche ella se quedó embarazada y se casaron. Y entonces nació Denisse, a quien tanto querían.
Alvin se levantó apoyándose en la pared y se dirigió a la cocina.
-¿Una cerveza?
-No, gracias. Ya sabes que tengo mal el hígado desde lo de aquella noche.
Alvin no respondió. Volvió a sentarse donde había estado antes, al lado de Julian y abrió la lata. Se quedó pensando en todo lo que le había pasado. Lo del incendio, lo del accidente, la muerte de Jenny, la marca... Y ahora lo había echado todo a perder.
-Al, ¿podrías contarme otra vez cómo lo hiciste? Ya sé que te dije que no lo hicieras y de todas formas pasaste de mi. Pero no me importa, era por tu bien.
-No creo que sea buena idea...
-¿El qué?
-Contarte lo que pasó.
-¿Por qué?
-¿Realmente quieres que te lo cuente?
-Si.
-Vale, pero te va a parecer horrible.
-Seré capaz de soportarlo.
-Está bien. Deja que me aclare las ideas. Sí, te lo contaré. Me vendrá bien para ajustarme el cinturón y darme cuenta de las consecuencias de mis actos. Ayer me disponía a salir del trabajo, después de haber estado solo en la oficina y cuando ya no quedaba nadie en el edificio, cuando de repente empezó a sonar la alarma de incendios. Estaba todavía en mi despacho, trabajando con el ordenador y actualizando unos datos importantes y pensé que sería un pequeño escape y nada grave.
>>Seguí con los datos en el ordenador pero no podía concentrarme porque el sonido de la alarma era demasiado estridente. De repente se me apagó la pantalla del ordenador. Joder, pensé. No se habían guardado los datos. Mi jefe me iba a matar. Me levanté de golpe. Cogí la americana y abrí la puerta del despacho, listo para irme a casa. Ya había olvidado el ruido de la alarma. Hasta que al salir la oí con más intensidad. El agua que salía por los dispensadores de emergencia del techo me empezó a mojar y salí de allí corriendo. Era de noche. Cuando llegué a la calle estaba agotado. Pero me daba igual. No debía ser para tanto. Llegué a donde había aparcado el coche. Miré de nuevo al edificio de mi empresa. Lo vi tal y como era y en un instante escuché una explosión y todo se hizo fuego. Entré en el coche y salí de allí a toda velocidad. Iba por la autopista. Estaba estresado y giré mal. Me metí por el carril contrario y choqué lateralmente contra un coche. Yo no me hice nada. Maté a una familia al completo. El padre, su mujer y sus hijos de 6 y 3 años.
>>Seguí el camino, hullendo de todo, con el coche destrozado. Llegué a casa y lo que menos quería era hablar con alguien. Y ahí estaba mi mujer. Y discutimos. Salió a la calle, o más bien la eché de casa. No quería que me molestaran y ella fue lo único que hizo. Pero justo cuando ella cruzaba la calle atravesó un camión... y la atropelló. Murió allí mismo. Y no tuve las agallas de salir a por ella, a ver su cadáver, a llorar su muerte.
>>Entré en el baño. Me desnudé y me miré al espejo. Mi cara estaba pálida, desdibujada, diferente. Había una pequeña mancha, como una marca, en la frente. Una D. Una letra D. No sabía qué significaba. Después de dormir te llamé por teléfono. Viniste y ya sabes el resto.
-Ya... Pero todavía me pregunto una cosa: ¿qué crees que significa la marca de tu frente?

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