miércoles, 7 de enero de 2009

Cuidad


La ciudad se torna a gris en el momento en el que aparece la Luna detrás de una espesa nube de negra bruma y oscuro temor. La ciudad de la que han salido miles de hombres en un solo día. Y en la que han entrado otros miles más. La ciudad que siempre está llena de turistas, la ciudad de los grandes almacenes, la ciudad de las enormes fábricas destructoras del medio ambiente, la ciudad del aeropuerto, la ciudad de los museos, la de los autobuses, la ciudad de las nuevas tecnologías, la ciudad del Metro, la ciudad de los trenes modernos, la ciudad en la que yo estoy, mirando a esa incandescente luna que no es más que un satélite o algún otro astro natural.
Y en esa ciudad, esta ciudad es donde ocurrió todo. Nadie sabe qué fue, pero nadie nunca podrá saberlo porque ya no queda nadie, ni en esa ni en otra cualquiera. Fue es esa ciudad donde comenzó el final, fue esa ciudad, en todo su esplendor, la que arrancó de cuajo la ilusión de las demás. Fue esa ciudad la que evitó el hecho de tener que contar cadáveres. Porque ya no hay nadie para contarlos. No fue el Apocalipsis. Sólo fue el final. Ya no queda nadie, ni nada más que las ruinas de un mundo sin piedad, un mundo de pobres y ricos, un mundo de desfavorecidos y adinerados. Y ya no queda nadie. Ni de unos ni de otros. Todos están muertos.
Yo lo contemplo todo desde un montículo que quizás unas horas antes fuera lo alto de un rascacielos o un edificio de pisos. Y lo que se expande a mi mirar, aquello que veo con mi visión monótona de grises y negros, quizás algún blanco en esta época (no como antes, cuando las explanadas de nieve en el polo o en Groenlandia me llegaban a aburrir y donde solía disfrutar de las relaciones con otros de los míos). Mi visión en escala de grises no me impide disfrutar del momento de ver a todos los humanos muertos. Y pensar que me convertía en ellos cuando lo deseaba. Prometo nunca más transformarme de nuevo en humano, la forma de un lobo es sin duda la más bella en la tierra. No quiero acabar como ellos.
Mi instinto es mucho más fuerte que el suyo. Mis garras (sí, tengo garras) siempre están hambrientas de sangre y mis colmillos... ¿qué te voy a contar?
Es un momento que te llena por dentro, que satisface todos los recovecos de mi alma, que permite ver que eres el ser más valorado del mundo. Me gusta este momento, intentaré quedarme aquí todo el tiempo que me sea posible hasta que esta sensación de superioridad se esfume. Soy superior, soy un lobo y soy inmortal.
Las ruinas de una ciudad que antes era conocida y enorme me rodean y mi cuerpo de lobo se transforma a la luz de la luna en el de una bella mujer. Soy un lobo, pero también soy mujer, y no puedo evitarlo. Y he incumplido mi promesa. Pero es que si hay una cosa que nunca debes hacer esa es fiarte de un lobo. O no. No te fíes de mí, ni si quiera cuando te pido que no te fíes.

1 comentario:

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