domingo, 19 de octubre de 2008

El cementerio


Estaba en el pueblo de visita, y solo.
Me alojaba en una inhóspita casucha antigua y rural cercana al cementerio.
Ya era de noche; la cama, cuyo colchón era duro y viejo, chirriaba mientras me movía.
No era fácil dormir, pues se oían voces de mujeres, más bien llantos y gritos.
No provenían de la casa, pero tampoco de un lugar lejano.
Cansado de no poder dormir y buscando una alternativa, pensé pasear por el cementerio.
No era muy grande, a decir verdad, pero me impresionó todo tanto como para que ahora lo recuerde esta anciana y loca mente de poeta.
Recuerdo que en la entrada, situada al lado de la puerta, había una inscripción que rezaba:
.
Sean las almas de los muertos
que aquí depositados
yacen bajo este suelo
por Ella utilizados.
.
La noche era oscura y me dio un poco de miedo entrar en el cementerio.
Hacía frío, pero había olvidado mi abrigo en la casa.
Las hojas de los cipreses bailaban al son del viento.
Era todo muy fantasmagórico y oscuro, especialmente porque las farolas estaban apagadas.
No sé muy bien cómo pasó, pero recuerdo bien que vi, en un instante, un esqueleto vivo.
Sí, como has oído, un esqueleto que, andando, se dirigía a un lugar.
Le seguí lentamente, procurando que no se percatara de que estaba ahí.
Lo que ví fue horrible: unos cinco o seis esqueletos (al parecer, de hombres) abusando sexualmente de una joven de unos dieciséis o diecisiete años.
Era horrible ver cómo introducían sus esqueléticos dedos por su vagina.
Ella lloraba gritando de dolor, pero se dejaba hacer.
Sus pechos estaban al descubierto.
Estaba sobre una tumba, abierta de piernas, y subiendo y bajando en un movimiento de vaivén mientras uno de los esqueletos la penetraba con su dedo índice.
Iba como vestida para la ocasión: minifalda sin bragas y camiseta sin sujetador, que tenía levantada sobre sus bellos pechos ya mencionados.
Me quedé allí, mirando, escondido tras una de las lápidas.
Al final creo que me gustó, pues a ella también parecía gustarle.
Ya era ella la que hacía que los muertos la penetrasen.
Ella disfrutaba siendo abusada.
Me acerqué lentamente, de forma intuitiva.
Ella me vió.
Me miró fijamente y en sus ojos vi un destello de amor.
Hizo que los esqueletos pararan.
Se acercó a mí, aún con los pechos al aire y cogió mis manos.
Las pasó por sus pechos, haciendo círculos.
Me gustaba.
Me desnudó, como de un vistazo y pronto me vi penetrandola con mi miembro.
El placer duró poco.
Me encantaba su sexo, sí, pero a ella no la satisfacía.
Se separó de mí con asco.
Me dio vergüenza estar desnudo ante ella, pues ella parecía ser superior a mí.
Me agarró del pene con una fría y delgada mano.
Apretó fuertemente hasta que morí de dolor.
Literalmente.
Caí por una espiral hasta que, misteriosamente, llegué al mismo lugar en el que me encontraba.
Entonces entendí.
Ahora ya era yo uno de ellos, un esqueleto, y, desde entonces, todas las noches hago con mis compañeros lo mismo que yo vi a ellos hacer a la joven.
Era lo que estaba escrito:
Sean las almas de los muertos
que aquí depositados
yacen bajo este suelo
por Ella utilizados.

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