domingo, 29 de noviembre de 2009

Capítulo 36

Este es el capítulo 36 de la novela que estoy escribiendo. He creído conveniente colgarlo aquí, no me preguntes por qué.

Á

ngela estaba nerviosa. Ella había sido la elegida para el sacrificio. No lo había pedido, pero había sido la elegida. En realidad le había pasado todo muy rápido. Ella nunca habría imaginado que acabaría su vida así. Nunca había pensado que sería asesinada de esa manera, que moriría en mi nombre, aunque sí que había pensado muchas veces en morir.

Nunca había sentido ningún tipo de cariño hacia sus padres. Su madre había muerto en el parto, pero al parecer, había querido abortar; su padre trabajaba sirviendo en un bar de copas y se pasaba el día borracho y cuando llegaba a casa pegaba a su hija. Ángela nunca le había querido.

En ocasiones Ángela se dejaba llevar por espirales infinitas a mundos de desolación y tinieblas, pero siempre se sentía lo suficientemente fuerte como para rehacer sus pasos y ascender de nuevo al mundo de los mortales. Era en esas ocasiones en las que se sentía más cercana a la muerte cuando se sentía más viva. Y era también en esas ocasiones en las que dejaba volar su imaginación y creaba mundos nuevos y los transformaba en poesía. Tomaba prestadas palabras creadas por otros y las plegaba, las retorcía, las amasaba y las arrugaba transformándolas en obras maestras, obras de arte que nadie más que ella era capaz de disfrutar y que acababan todas escondidas, acurrucadas en una libreta que se ocultaba en la oscuridad de un pequeño cajón en su habitación.

No permitía en ningún momento que nadie leyera sus poesías, eran para ella un santuario en el que se encerraba cuando las releía, una cámara sagrada en la que sólo ella podía entrar. Aunque, a decir verdad, tampoco había mucha gente que conociera ese mundo de Ángela, pues lo guardaba y lo mantenía en secreto ante cualquiera que quisiera atisbar en el interior de su alma. De todos modos, tampoco eran muchas las personas que se interesaban en ella.

Iba a un instituto público, donde había conocido a sus nuevas amigas, después de haberse cambiado de colegio varias veces y haber dejado que el olvido enterrase bajo ceniza sus antiguas relaciones amistosas. Sin embargo, esas relaciones nunca llegaban a ser suficientemente íntimas como para merecer una segunda oportunidad.

Y en este nuevo instituto era donde había conocido a sus actuales amistades que, al igual que las anteriores, no habían llegado a florecer. No obstante, había una chica que sí parecía tener interés en ella. Blanca, que así era como se llamaba, era una joven de grandes ojos verdes y cabellos anaranjados, brillantes al ser sorprendidos por la luz del sol, que estaba en la misma clase que Ángela y a que se había acercado a ella desde los primeros días del curso.

A estas alturas, ya en diciembre, parecía ser una chica lista, con muy buenos resultados en las notas académicas —rasgo que compartía con Ángela— y con ansias por aprender. Aún así, era una chica que no se abría con facilidad a la gente sin conocerla antes. Esta cualidad de Blanca había creado en Ángela vínculo especial, pues sentía que por fin había encontrado una amiga de verdad.

Con ella se había sincerado tanto como para llegar a contarle sus más secretas vivencias y había roto las cadenas que las guardaban, deshaciendo en pedazos los duros y resistentes candados que las protegían. Y eso había sido un trágico error. Ese error le hizo cambiar de idea acerca de todo lo que ella creía que era su vida. En primer lugar pensó que habría sido un malentendido, pero al conocer la verdad, todas sus ilusiones se las llevó una gran nube de desolación.

La traición que Blanca había cometido contra Ángela no tenía perdón, y eso era otro problema. Ángela ya no podría perdonarla, es más, nunca lo llegó a hacer, pero Ángela sabía que la traición no debía solventarse con la venganza. Y esto la llevó a introducirse en otro mundo, un mundo que desconocía pero que llamó su atención desde el primer momento. Ángela se había metido tanto en ese nuevo mundo, que no era más que un caos de ideas y poesía, que había perdido la razón. Ese mundo creado por ella la volvió loca.

Una cosa llevó a la otra, y la locura hizo que Ángela cayera de rodillas ante la vida y se rindiera, la poesía no era suficiente medicina para tan fuerte enfermedad y pensaba que ya no sería necesario arrepentirse de nada. Con esto llegó a la conclusión de que debía suicidarse.

Fue justo el día en el que Ángela había tomado la cruda decisión cuando uno de los miembros de la Hermandad de la Medianoche se acercó a ella y le propuso la posibilidad de ser sacrificada por mí. Ella no lo dudó ni un instante y accedió.

Y ahora allí se encontraba Ángela, a las doce menos dos minutos de la noche, en una extraña guarida escondida, con cientos de pasadizos y habitaciones oscuras, dispuesta a sacrificar su vida por mi llegada. Había más chicas para el sacrificio, pero la habían elegido a ella. Ella moriría por mí, aunque no llegaba a tenerlo claro. La idea del suicidio era tentadora, pero requería más fuerza de voluntad.

Estaba en una habitación oscura, de paredes amarillentas, alumbradas por una sola bombilla que tintineaba colgando de un delgado cable que parecía resistir el peso con dificultad. Estaba nerviosa. No tenía miedo, pues estaba segura de lo que hacía, pero aun así, no era capaz de mantenerse quieta. Las rodillas le temblaban.

Será por la emoción, pensó. ¿Emoción? Estoy loca, ¿cómo voy a estar emocionada? Me van a asesinar...

Una mujer de unos veinticinco años se acercó a ella por la espalda.

—Ángela —dijo­—, ponte este traje.

Ángela se giró justo a tiempo para ver cómo la chica le entregaba un bonito traje blanco bordado con guirnaldas doradas.

Es una preciosidad, pensó mientras lo sostenía con sumo cuidado con las dos manos.

—Vale, gracias. Me lo pongo ahora mismo.

Había un espejo de cuerpo entero en la habitación, y Ángela no pudo evitar mirarse en el espejo cuando se desnudaba.

Esa soy yo... Así soy yo.

Se fijaba en su figura. Le gustaba, se gustaba bastante; a decir verdad, era una chica muy guapa. Era uno de los mejores sacrificios que se me podía ofrecer a esas alturas, Venom lo había preparado todo muy bien. O al menos eso creía.

Mientras se miraba al espejo, Ángela se vistió el traje. Le quedaba muy bien y se sintió satisfecha.

Voy a morir vestida como una dama de la Edad Media, rió para sus adentros. Voy a morir porque ellos lo necesitan... Al final no voy a ser tan estúpida como decía Blanca...

—Ángela —dijo una voz interrumpiendo de golpe sus pensamientos—. Vamos a empezar.

Ella suspiró. Sí, iban a empezar, pero para ella eso no era el principio. Era el final. Ella lo había decidido así. Era su elección, no había nada que objetar. Se miró por última vez al espejo y pudo distinguir en la figura que se reflejaba una pequeña sonrisa en el rostro. Sí, había sonreído. Por fin había encontrado el sentido de su vida. Había descubierto el motivo de todo aquello que había escrito, la verdad de sus poemas, la realidad que se escondía en cada uno de sus versos. Por fin se daba cuenta de lo inteligente que era... ¿Cómo iba a destruir así una vida tan bella? Tal vez se hubiera preguntado eso como tú te lo puedes preguntar, pero... debes recordar que Ángela estaba loca.

Atravesó el umbral de la puerta que separaba la pequeña habitación de la verdadera cripta que servía de capilla de ceremonias. Aspiró todo el aire que le cabía en los pulmones y, con paso decidido, se dirigió al altar, con la cabeza bien alta. Pudo ver cómo las miradas de todos lo allí presentes la seguían fijamente y eso le dio más coraje.

Venom la esperaba de pie ante su trono. La capucha sobre la cabeza y la penumbra en la que se encontraba evitaban que los testigos pudieran diferenciar los rasgos de su cara, que habían formado una extraña sonrisa. Venom veía que se acercaba el momento de mi llegada, ya apenas quedaba un mísero minuto.

Ángela caminó hasta llegar ante él e hizo una leve reverencia inclinando la cabeza. No debía hablar, así se lo habían comunicado, así que no pronunció ni una sola palabra. Se dio la vuelta para quedar dándole la espalda a Venom y mirando con gesto pasivo a los presentes. Entre ellos pudo distinguir a la chica que le había entregado el bonito vestido.

Su mirada se deslizó como una sombra deteniéndose en cada uno de los rostros que veía, casi todos desconocidos. Los había serios, angustiados, nerviosos, con ganas, con miedo... Todos ellos iban a presenciar su muerte. Todos ellos asistirían al último segundo de su vida. Todos ellos serían los últimos rostros que Ángela vería en su vida. Esos rostros serían los de las últimas personas en cuyo mirar Ángela se podría sentir reflejada.

Estaba triste, pero preparada. Se sentía dispuesta a morir. Era su momento. Los segundos pasaban tan lentamente para ella que el último minuto de vida se le antojaba una eternidad. Una eternidad amarga y fría, un escalofrío latente que ahora se dejaba ver y que la atemorizaba. Mientras miraba a los asistentes no se daba cuenta de que Pablo había aparecido por una puerta desde detrás del altar.

Las miradas de todos los presentes se fijaron en Pablo mientras se acercaba a Venom. Llevaba puesta una túnica negra similar a la de los guardias, pero con el signo de baphomet cosido en la parte del pecho, con la capucha echada sobre la cabeza. Se acercó hacia un lado de la habitación donde se escondía un gran almohadón sobre el que reposaba una antigua espada.

¡Oh!, gritó para sus adentros Ángela, que se había dado la vuelta y miraba aterrorizada cómo Pablo tomaba lentamente la espada con sus manos. No me dijeron que sería así. Yo no quiero que me atraviesen con una espada... Y este vestido... El vestido no se merece ningún corte... No pueden rasgarlo... No...

Una delgada y cálida lágrima resbaló por su mejilla dejando un cristalino rastro a su paso. Y esa lágrima no era una lágrima de pena, era una lágrima de locura. Y era todo lo que tenía que llorar. No necesitaba más que una sola lágrima para desahogarse, para quitarse todas sus preocupaciones humanas y sentirse libre y preparada para ser entregada y llegar a mi presencia. Una única lágrima resumía todo su dolor y su locura.

Pablo se situó ante Venom con la espada entre los dedos y tomó la mano de su señor con la suya y la dirigió hacia sus labios.

—Sea lo que está escrito —susurró; y besó la mano de Venom.

Pablo se dio la vuelta y dirigió una gélida mirada a su víctima. Sí, la iba a matar, a ella, una chica que no conocía de nada pero que había elegido morir. Ella había tomado la decisión y a Pablo le tocaba el trabajo sucio, la parte que más le gustaba.

Alzó la espada con un rápido gesto.

Ángela sintió miedo y no pudo más que cerrar los ojos y soltar un grito antes de sentir cómo la espada se clavaba en su cráneo y lo destrozaba. Durante una milésima de segundo sintió que se le tensaba el cuerpo entero y una especie de relámpago blanco le nublaba el cerebro. Todos los sonidos eran lejanos, el tiempo parecía haberse detenido. Pero después de eso, nada. Estaba muerta, muerta al fin.

Pablo lo había hecho tal y como debía, justo en el momento exacto. Las doce de la noche. Como estaba escrito. A los ojos de Venom todo había sucedido tal y como debía haber sucedido. Él pensaba que con eso era suficiente, que no había nada más, pero estaba equivocado. Pablo conocía cierta información que había ocultado a su señor. Y Venom nunca lo sabría.

En ese momento, justo al atravesar el filo de la espada la cabeza de la joven, llegué a este mundo. No lo hice tal y como nadie lo hubiera imaginado, eso también formaba parte de mi plan. Porque debía combatir contra Luis. La clásica lucha entre el bien y el mal de vuestras películas iba a tener por fin un ejemplo real. Y por fin vencería el que tenía que vencer.

En la capilla se había formado un silencio que no se quebrantó hasta muchos minutos después. El cuerpo de Ángela había caído al suelo y estaba mojado en sangre, al igual que el blanco vestido. Su cabeza estaba destrozada y de ella emanaba la sangre que seguía inundando la sala. Todos los que habían presenciado la escena estaban fuera, cada uno preparándose para estar en su puesto, pues esperaban mi llegada como la de un ser humano superior o un superhombre.

Sólo Venom y Pablo se habían quedado en la capilla unos minutos más. Pablo limpiaba la espada con esmero con un trapo húmedo. Venom le observaba sentado en su trono.

—Por fin ha ocurrido —dijo su cavernosa voz.

Pablo no contestó; seguía con su labor de limpieza.

—Siempre supe que al fin todo esto pasaría. Muchos años he tenido que esperar para ver llegar este momento.

Pablo depositó con cuidado la espada sobre el almohadón y se postró ante Venom. Se quitó la capucha.

—No tiene sentido —dijo.

Y antes de que Venom se hubiera dado cuenta, había atravesado la puerta de la capilla.

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