lunes, 11 de enero de 2010

Casius y el concierto eterno

Era viernes, un viernes lluvioso y frío del mes de noviembre. Casius, un grupo de rock con talento pero sin reconocimiento, ensayaban en una vieja y oscura sala de ensayo de menos de doce metros. En una esquina se amontonaban decenas de latas de cerveza barata vacías y aplastadas. Una sola bombilla desnuda iluminaba tenuemente a los integrantes del grupo y sus modernos instrumentos. Las paredes estaban repletas de pósters de Slipknot, Iron Maiden y Metallica, entre otros. Unos grandes amplificadores de más de veinte años tapaban una de las paredes laterales.

La formación de Casius no era muy amplia: Cervan, guitarra eléctrica; Arci (el de Hita), bajo; Juan Manuel (el Juanma), batería; el encargado de cantar era Berceo.

Siempre ensayaban en esa oscura sala, pues, al no tener “mucha pasta” para alquilar una en condiciones, Arci le había pedido a su tío que se la prestara, pues antes había sido su cuarto trastero.

Eran las tres o las cuatro de la madrugada y el ambiente de la sala no podía ser peor. Mientras Arci tocaba sin ningún ritmo las gruesas cuerdas de su bajo, el Juanma estaba echado en su sillín de la batería, con una cerveza en la mano y los pies sobre el bombo. Berceo, por su parte, había dejado el micrófono a un lado y escuchaba música en su mp3, sentado en el suelo y apoyado en una de las paredes. El único que se lo tomaba en serio era Cervan, que intentaba componer algún riff que quedara bien con la melodía y con las quintas que habían decidido que utilizarían en su nueva canción. El sonido que despedía su amplificador podía decirse que no era del todo ruidoso. No tocaba mal la guitarra, desde luego.

Esa noche ya no podían ensayar más. No pasaba nada, ya ensayarían al día siguiente. A eso de las cuatro salieron del pequeño cuarto y se dirigió cada uno a su casa. Cervan llevaba en su cabeza el ritmo de esa nueva canción. Le había pedido a Berceo que cambiara un poco la letra de la canción que tenían entre manos. Era mejor que rimase.

Cervan, al llegar a su casa, se echó sobre la cama. Vale, no era una estrella del rock, pero esa canción que estaban componiendo sí que podía llegar a ser un éxito. Sólo necesitaban conseguir que algún bar de la ciudad les dejase dar un concierto. Pero no habían tenido esa suerte todavía. Aunque la verdad era que sus anteriores maquetas no eran muy buenas.

Como por arte de magia, Cervan se sumió en un profundo sueño.

Estaba en lo alto de un escenario, con una Gibson Les Paul entre las manos. Ante él, miles de personas saltaban y gritaban esperando que comenzase el concierto para poder llenar sus almas de la esencia del rock. Cervan miró a los lados y pudo ver a sus compañeros de grupo. El concierto parecía estar a punto de empezar.

—¡Buenas noches! —La voz de Berceo se amplificó de manera ensordecedora e hizo que el público enloqueciera—. Este concierto... —la gente del público gritaba “Casius” sin parar—, no lo vais a olvidar.

De pronto a los lados del escenario empezaron a explotar cientos de fuegos artificiales y Cervan comenzó a tocar esa nueva canción. Pero... la gente dejó de saltar y se formó un silencio muy incómodo para Cervan. Las cientos de personas que había en el público le abucheaban y le recriminaban. Cervan no pudo más que parar de tocar mirar, confuso, a sus compañeros. ¿Cómo era posible que a la gente no le gustara su canción?

Se despertó sobresaltado y miró el despertador que tenía a un lado. Ya eran las tres de la tarde. Se levantó de la cama y se fue a la ducha. Mientras las gotas de agua caían por su cuerpo, pensó en su sueño.

“La canción...”, pensaba. “La canción no es el problema. La gente es el problema”. Y luego añadió para sus adentros: “Quizá no pedimos la ayuda a quien debemos”.

Esa misma noche, se lo comentó a sus compañeros.

—Siempre rezamos antes de ensayar, ¿verdad? Pues no sé si vosotros, pero creo que Dios está pasando de Casius. Creo que deberíamos pedir ayuda al Diablo.

Los compañeros del grupo accedieron y esa misma noche, hicieron la plegaria a Satanás. A la mañana siguiente, todos presentían que había pasado algo raro durante la noche, pero ninguno recordaba qué era.

Cuando ensayaban, una terrible voz les llamó. Era Satanás, que había escuchado su propuesta.

—Os daré un concierto multitudinario, algo que nadie podrá olvidar nunca, pero, a cambio, vosotros tocaréis para mí en el Infierno.

Ellos asintieron encantados.

El concierto en la Tierra fue un éxito.

Y, desde entonces, tocaron en el Infierno para siempre.

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