martes, 14 de octubre de 2008

La muñeca

La habiatción estaba oscura, muy oscura...
La puerta se cerró tras mis pasos, cosa que no me gustó nada.
Quise dar la vuelta, huir... pero ya era demasiado tarde.
El picaporte no cedía, helado, y sólo me congelaba las manos.
La puerta estaba cerrada... y yo dentro.
No podía creerlo, pero era cierto.
Y hay que admitir la realidad.
Seguro que había otra salida, o, al menos, eso pensaba yo.
Pero estaba equivocado, muy equivocado...
Giré, dando la vuelta sobre mí mismo, hacia el centro de la habitación.
Nada.
Todo estaba oscuro, no veía ni un mínimo rayito de luz.
Por eso pensé, entonces, en descubrir dónde me había metido.
Pensé dar una vuelta a toda la habitación bordeándola apoyado en las paredes para hacerme una idea del tamaño de la habitación.
Eso fue tarea fácil.
Era una habitación más o menos cuadrada, de unos tres metros cuadrados, o sea, bastante más pequeña de lo que yo creía, sin ningún tipo de ventanas.
Había dado ya una vuelta entera, llegando de nuevo a la puerta cuando se me ocurrió atravesar la habitación de un lado a otro, pues ya pensaba que estaría vacía.
Con un poco de temos di el primer paso, alejandome de la puerta.
El segundo, el tercero...
De repente note que había algo delante.
Lo palpé con las manos: una silla, o, mejor dicho, el respaldo de una silla.
Es decir, que la silla estaba mirando hacia la dirección opuesta a la de la puerta.
Interesante, pensé.
Pero no era nada interesante.
Rodeé la silla y miré hacia ella.
Los ví sin ningún problema, ya que el resto de la habitación estaba completamente a oscuras.
Los dos ojos de la muñeca brillaban con un brillo más bien débil, pálido.
Y me dio miedo.
Di un paso hacia atrás, tropezando con una silla y cayendo, sentado, sobre ella.
Era una trampa, todo estaba preparado y amañado para que yoo cayera.
Al instante unas fuertes y frías cadenas salieron de la nada, atando mis brazos y piernas a la silla.
Entonces comprobé que era una silla de madera, sin pulir, causa de que me hiciera arañazos en las manos.
No fue ni un instante después cuando del interior de la muñeca empezó a salir un chillido ensordecedor.
Mis oídos estaban a punto de estallar.
Me revolcaba sobre la silla, dañandome las muñecas con mis ataduras, intentado no escuchar ese aullido horrible que me oprimía el corazón.
Y no podía parar de mirar esos ojos, esos ojos de mentira, artificiales.
La luz me cegaba, pero no podía dejar de mirarlos.
Y mis oídos rechinaban y me pitaban.
Y así pude estar muchas horas.
No sé cuántas, exactamente, pero cuando me rescataron me dijeron que había estado fuera dos meses.
¡Dos meses!
¡Si había estado fuera de casa media hora hasta llegar allí!
Sí, al parecer estuve mirando esos ojos y oyendo ese horripilante sonido durante dos meses.
Sin comida, ni agua... ni luz.
Me ha costado mucho volver a ver la luz.
Por eso salgo de noche.
Por la muñeca.
Mi muñeca...

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