martes, 9 de diciembre de 2008

Neblina


Antes de nada debería agradecerte que estés ahí, que leas esto.
También debería agradecer a otros, a Borja, por ejemplo, por leerme y por animarme a seguir escribiendo. A todos vosotros, gracias.
A quien no quiero agradecer nada es a la neblina que se formó cuando íbamos a salir del bosque.
Si le diera las gracias se las daría por hacérmela perder, por matarla, por acabar con su vida.
Fue ayer por la tarde, por poco no salí de esa.
Era una tarde oscura y nublada. A eso de las seis.
Había queado con ella para ir al bosque, para dar un paseo y que se nos ampliara la mente, para dejar volar nuestra imaginación que está contaminada del estrés del día a día, el humo de la ciudad.
Fuimos a pasar un buen rato. Pero ella murió.
Fue una sensación terrible.
Habíamos estado caminando un rato, ella me contaba sus cosas, yo le contaba a ella las mías, y nos hablábamos, nos decíamos cosas bonitas, nos besamos...
Pero duró poco. Más bien casi no duró.
Al poco tiempo de entrar en el bosque me sentí perdido: había perdido la noción de lugar, estaba dormido en esa faceta.
Pero no dije nada, no quería que ella se estresara, habíamos ido a relajarnos.
Pronto empezó a hacer frío pero ella seguía queriendo quedarse allí, quería que nos adentráramos lo más profundo que pudieramos para hacer cosas y que nadie nos viera.
Recuerdo el placer que sentía mientras la desnudaba en el bosque. Se había llevado una toalla en una mochila para que lo hiciéramos a gusto. Y estuvo bien, estuvo muy bien.
Pero no lo podré repetir, no con ella.
Cuando acabamos, ya era de noche, quisimos salir, pero nos habíamos perdido y estaba muy oscuro.
No veíamos más que a unos palmos de nosotros mismos por una neblina, no muy densa, pero que no dejaba ver.
Un agujero. Había un agujero.
Tuve suerte de resbalar, pero ella siguió caminando.
-¿Te pasa algo? -me preguntó.
-Tranquila, sólo me he resbalado.
La respuesta fue fácil y sencilla, lo último que oyó de mí estando viva.
Porque había un agujero, un puto agujero que se la llevó.
Eran unos diez metros. Cayó sin avisarme, sin despedirse.
Yo grité su nombre, pero ya no me respondía.
No recuerdo cómo salí del bosque, sólo recuerdo su cara al preguntarme: "¿Te pasa algo?".
¿Que si me pasa algo?
¿A mí?
A ti ya no te pasa nada, ya no estás, te has muerto.
A mí sí que me pasa. Te hecho de menos.
Por qué tuvo que caer ella.
Tenía que haber sido yo el que cayera por esa espiral.
Esa Espiral hacia el Infierno.

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