domingo, 14 de diciembre de 2008

Morir para contarlo


Siempre se sentía sola. No tenía amigas, nadie se preocupaba por ella y sus padres la despreciaban, especialmente su padre, quien ya había abusado de ella y la había violado. Ella no se atrevía a denunciarle por miedo a que ese hecho le llevara a su padre a continuar abusando de ella o hacerle cosas peores.
Ante todo, ella nunca había estado feliz. Su vida era una mierda, pensaba. Pero no se daba cuenta de que siempre había alguien que la miraba y la cuidaba.
No se daba cuenta, no lo sabía. Mas él seguía ahí, ayudándola cuando podía, siempre manteniendo su anonimato.
Ella pensaba suicidarse, lo pensaba a menudo, siempre con miedo, siempre asustada, pero decidida a hacerlo alguna vez. Un día, después del colegio le surgió la oportunidad. Era el momento que siempre había esperado, con temor, pero lo había esperado.
Dudó. Dudó de si era lo que tenía que hacer y se puso a pensar un motivo por el que acabar con su vida.
"Morir para contarlo" pensó.
Pero eso no tenía sentido.
Pensó en su vida. Las violaciones de su padre, los golpes de su madre, los insultos en el colegio...
Pensó en el colegio. Había un chico... un chico que parecía que la respetaba. Pensó en él. Sí, ese era el único que le había dirigido la palabra. Había sido un lunes, por la mañana.
Ella estaba sentada en su pupitre, sola en la clase, cuando él entró.
-¡Hola a todos! -saludó de forma general antes de fijarse en que sólo estaba ella.
Ella enmudeció.
-¿No respondes? Bueno, pues hola -dijo.
Ella se quedó pensando.
-Hola -respondió.
Y eso fue todo. Él la había hablado.
Se dió cuenta de que sí que había alguien que la respetaba.
Dejó el cuchillo. Ya no se iba a suicidar. No merecía la pena morir para contarlo.

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