lunes, 10 de agosto de 2009

El Hombre Lobo

Otro día más de este verano. Me acuerdo de una persona que un día me contó...

Iba corriendo entre las sombras y el corazón le latía fuertemente. Notaba cómo se le oprimía el pecho con cada latido. Pum pum, pum pum. Subió la cuesta todo lo rápido que pudo. Ya no podía más pero debía seguir subiendo. Se resbaló, pero no le importó, y siguió subiendo... Hasta arriba, tenía que llegar a lo alto de la parcela; allí, donde estaba el Gran Árbol.
Era un cedro de muchos años. Muy viejo ya. Allí habían jugado su bisabuelo y su abuelo desde niños. Y su madre. Su madre, que ya no estaba con ella.
Elisabeth llegó hasta el árbol. Subió, escaló hasta lo más alto que pudo. Debía huir. El hombre lobo la seguía desde la explanada.
Cayó. Cayó del árbol como una manzana que cae del manzano. Se partió una pierna, pero no importaba, ella quería huir...
Vio cómo el hombre lobo llegaba. Cerró los ojos, esperando notar el mordisco..., las garras. Pero no. No notó nada. Fue muy rápido, por eso no lo notó. El hombre lobo le mordió en el cuello, directamente en el cuello, mientras con sus manos aplastaba su cráneo. Había muerto.
Debía morir y lo había hecho. Pero sin dolor. Ni lo notó. Era mejor así.
El hombre lobo volvió a bajar la ladera hasta llegar a la mansión. Había terminado con la vida de su hija. Pero era necesario. Había que hacerlo.
El cielo se fue aclarando y la luna llena se empezó a poner. Poco a poco, el hombre fue recuperando su forma... y su razón.

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