lunes, 19 de enero de 2009

Volviendo a empezar


Me sumergí en una nube de tiniebla por donde los finos rayos de la Luna nocturna ya no llegaban a penetrar, donde la oscuridad era inmensa y las esquinas dejaban de existir, doblándose en el espacio y viajando a través del tiempo.
Las sombras me hacían temblar de miedo pero no podía rendirme, ya había llegado hasta ahí. Lo difícil parecía que ya lo había pasado. Se suponía que lo realmente peligroso era entrar en la casa, no estar dentro de ella. Se suponía que eso ya no me debía atemorizar pero, sin lugar a dudas lo estaba haciendo, y bastante bien, pues yo temía, ya no sólo por el hecho de estar ahí, si no que además temía por mi vida.
El caso es que ya había entrado. Había burlado a los perros con un filete y había conseguido entrar por una de las viejas ventanas cuyos cristales yacían muertos en pedazos a su alrededor. Había sido siniestra la forma en la que había conseguido entrar, como un delincuente cuando entra en la casa de su víctima durmiente, pero con la diferencia de que en esa casa no había ninguna víctima durmiente. O por lo menos eso pensaba.
El espacio en el que había entrado al saltar desde la ventana era una especie de salón antiguo, con retratos gigantes en las paredes y espejos sinuosos que más de una vez me hicieron dar un respingo al verme reflejado en ellos gracias a la tenue luz de la Luna que entraba a través de la misma ventana por la que había entrado yo y por sus compañeras ventanas de al lado.
Caminé lentamente, no sin asustarme al ver mi reflejo en uno de los grandes espejos, hasta llegar a una puerta. Miré el pomo con temor, imaginando que estaría cerrado para siempre y que no podría abrirlo jamás, quedando siempre oculto para el resto del mundo, siendo indiferente y escuchando el sonido de ese reloj antiguo que misteriosamente seguía sonando cada segundo desde quién sabía hace cuánto tiempo. Miré el pomo con amargura, sabiendo que si lo intentaba girar cedería y abriría la puerta, queriendo no abrirlo, pero con la necesidad de hacerlo. Mi mano sa acercó a él lentamente, ligeramente abierta, con los dedos un poco separados entre sí. Y noté el polvo que cubría el pomo tras haber estado mucho tiempo sin ser usado.
Abrí la puerta definitivamente, solo un poco, para saber si había algún tipo de luz. Nada. La oscuridad era el único habitante de aquella casa. Abrí la puerta del todo entonces, para permitir que entrara un poco de la suave luz de la Luna.
Era un pasillo. Había tres puertas en la pared de en frente y otras dos más en la misma pared en la que estaba la puerta que había abierto. Decidí dejarla abierta para que la luz pasara y me alumbrase. Intenté cruzar el pasillo. Aparecí otra vez fuera, delante de la ventana rota, volviendo a empezar. Y repetí los mismos pasos, abrí la puerta de nuevo, volví a intentar cruzar el pasillo y volví a estar delante de la ventana. Y es lo que me sigue pasando. Que siempre vuelvo a empezar.

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