
viernes, 30 de enero de 2009
Mar de fuego

miércoles, 28 de enero de 2009
Seguir mi camino

martes, 27 de enero de 2009
Aborto

lunes, 26 de enero de 2009
Llovía

Era el único vuelo de esa mañana en todo el aeropuerto. La verdad es que el aeropuerto no es muy grande que sólo salen unos tres aviones al día, y aterrizan los mismos tres. El avión se retrasó un poco, unos diez minutos, y en un rato ya estaba sentado en un asiento situado al fondo, casi en la última fila. En el lado de la ventanilla. Miré. Llovía.
Fijé la mirada en el asiento de delante mientras una señora de unos cincuenta y cinco años, quizá más, se sentaba a mi lado. Boeing 737-800, leí. Security information. Había unos dibujos debajo que indicaban todo lo que había que hacer en caso de emergencia. Para nuestra seguridad. No mentiría si dijese que en el fondo sí que tenía un poco de miedo. Había volado más veces, pero no estaba seguro de que todo saldría bien. Era otro aburrido viaje de negocios, a Santiago de Compostela. ¿Qué se me ha perdido a mí ahí?, me repetía para mis adentros cada minuto, mientras esperaba que los motores del avión se encendieran. Todo sería muy lento, lo tenía asumido, aunque el vuelo duraría apenas cuarenta y cinco minutos. Era poco, pero es que no estaba muy lejos. Yo pensaba que tardaría un poco más, las condiciones meteorológicas me hacían pensar eso. Dentro todo parecía normal. Pero sabía qué ocurría fuera. Llovía.
Me había fijado en una de las azafatas. Tenía acento inglés, pelo rubio, ojos pintados, una buena delantera, buen culo... Pensé que estaría casada. Volví a pensar y me dije que era demasiado joven para estarlo. Yo tenía treinta y cinco años y no estaba casado aún. Ella tendría unos veintiocho o veintinueve. Y me gustaba. Olía bien. Tenía las uñas pintadas de un color parecido al rojo, un poco más oscuro. Me deleité mirándola mientras explicaba qué había que hacer en caso de emergencia. Al mismo tiempo una voz de hombre explicaba lo mismo en inglés. Yo centraba mis sentidos en la azafata, sin prestar atención a lo que se oía por los altavoces. Dentro me sentía a salvo, cerca de ella. Fuera seguro que me mojaba. Llovía.
El piloto dio un aviso por el altavoz. Dijo cómo se llamaba y que el viaje duraría unos cuarenta y cinco minutos. Luego nos dio las gracias por escoger su aerolínea. Los motores se encendieron. Tardó un rato en arrancar. El avión se dirigió a la pista de despegue y después de girar un par de veces para colocarse de frente empezó a acelerar a tope. Yo miraba por la ventana, viendo pasar los árboles a una velocidad extrema. Las gotitas que había en el cristal se movían todas hacia atrás, como atraídas por una extraña fuerza. El suelo estaba mojado, y se seguía mojando. Seguramente las ruedas del avión levantaban gotas de agua. Volví la mirada hacia la señora que había a mi lado justo cuando el avión se separó del suelo. Me daba pánico mirar por la ventana y ver lo cerca que estaba del suelo al principio y lo lejos que estaba unos minutos después. Había que dejar las ventanillas abiertas en el despegue. Busqué a la azafata. No la vi. Estaba sentada delante, en una de las primeras filas. No quería mirar por la ventana por una sola razón. Llovía.
El avión se estabilizó y las luces del techo que indicaban que permaneciéramos con el cinturón se apagaron. Mi azafata se levantó, pude ver su rubia cabellera por delante. Me dormí. Soñé que estaba con la azafata en una habitación de hotel. Que ella se acercaba a mí, que la podía oler. Me besaba y yo la besaba a ella. La desnudaba, sí, y ella me desnudaba a mí. Era muy bella, extremadamente guapa, sobre todo desnuda y con la ayuda de mi imaginación. Nos besábamos, nos abrazábamos y su aroma me fundía a ella. Nos duchamos, sí, y me recubrió con el gel de ducha por todo el cuerpo. Nos seguíamos besando, yo también la embalsamaba con el gel. Le tocaba los pechos con mucha insistencia y ella reía con risa extranjera. Bajo la ducha soñé que hacíamos el amor. Bajo la ducha. Llovía.
Me desperté de golpe. Miré a los lados. A uno estaba la cincuentona, al otro seguía la ventanilla abierta y en ella muchas gotitas de agua. Lo que se podía ver a través de ella eran nubes, nada más. Estábamos dentro de una nube gigante. Me pregunté cómo podría el piloto ver a través de las nubes. Pero sabía que no podía. Que lo veía todo tan blanco y gris como yo. El cielo era una pasta de nubes sucias, pero una nube blanca nos cubría. Miré el reloj. Ya llevábamos media hora de viaje. Miré también al techo del avión. La lucecita del cinturón de seguridad estaba encendida. Ya estaríamos cerca. Cerca de Santiago de Compostela. En invierno. Haría frío, claro. Y seguro que llovía. Sabía que en Galicia casi siempre lo hacía. En verano menos, pero también. Es lo que tiene ese clima, pensé. Miré por la ventanilla de nuevo. Blanco. Pero el avión empezaba a bajar. Llovía.
Me limité a estar callado en mi asiento. La señora de al lado no me había dirigido la palabra en ningún momento y yo no pensaba hacerlo. El avión bajaba a gran velocidad y, aunque eso era lo normal, yo no estaba cómodo. Eché la cabeza hacia atrás, apoyando la coronilla en el respaldo. Notaba cómo se me taponaban los oídos. Me dolía la cabeza. Pensaba en el sueño, en la azafata. La busqué. Seguro que estaba delante, sentada en su asiento reservado con las otras azafatas. Dediqué el poco tiempo de aterrizaje a pensar en ella hasta que el avión tocó tierra con bastante éxito y entonces me quedé tranquilo. Miré por la ventana. El suelo estaba mojado. Llovía.
Cuando la luz del cinturón de seguridad se apagó los motores ya habían hecho lo propio y el interior del avión se convirtió en una jaula de grillos. Todos los pasajeros se levantaron rápidamente para coger su equipaje de mano que había en los maleteros encima de los asientos. Yo permanecí sentado en mi asiento hasta que la cosa se hubo calmado un poco. Cogí mi bolsa y me dirigí a la salida de delante, aunque mi asiento estaba por detrás y había una puerta trasera. Quería volver a ver a la azafata. Estaba ahí, delante, despidiéndose de los pasajeros. La miré. Me miró, con esos ojos pintados, marrones, grandes, preciosos. Seguí andando porque había gente detrás de mí. Adiós, dijo, aunque no estoy seguro de que me lo dijera a mí. Sabía que ella no sabía que había soñado con ella. Salí del avión. Llovía.
Fui corriendo hasta la puerta del aeropuerto y cuando estuve dentro busqué la salida. Antes me tomé la molestia de comprarme un paraguas. No quería mojarme. Nos metieron a todos los que habíamos volado en mi avión en un autobús. Nos llevaría al centro de la ciudad. Yo no quería ir al centro, pero no había taxis en el aeropuerto así que me tuve que aguantar. El camino desde el autobús se me pasó volando. Al salir cogí un taxi y dije al taxista el nombre del hotel al que debía ir. Los coches iban despacio, o al menos eso me parecía. El limpiaparabrisas se movía incesantemente de un lado a otro. Oí una voz. El taxista me decía el precio del trayecto. Me hice el despistado y pagué lo que le debía. Salí y me encontré ante un gran edificio. Era el hotel. Pero no estaba cómodo, todavía. Llovía.
En recepción me dijeron cuál era mi habitación. Me dieron la llave y subí. Misteriosamente me pareció que esa era la misma habitación con la que había soñado en el avión. Entré en el baño para asegurarme. Sí, se parecía mucho. Era un misterio, pero tenía cosas que hacer. La reunión iba a ser en ese mismo hotel a las cuatro de la tarde. Eran las doce todavía. Me daba tiempo a darme una cabezadita. Soñé otra vez con la azafata. Me había gustado demasiado. No podía creerlo, pero la habitación del sueño volvía a ser la de antes, la misma en la que estaba en ese momento. En este sueño ella miraba, desnuda, por la ventana. Las gotas de agua repiqueteaban contra el cristal. Llovía.
El día lo pasé en el hotel, sin salir fuera. No había parado de llover. La reunión no había sido muy exitosa, pero la empresa no se enfadaría mucho. De vuelta a la habitación, a eso de las seis miré por la ventana. Llovía.
El tiempo fue todo el día el mismo. Hoy he despertado de otro sueño con la azafata. Espero que nos volvamos a ver, aunque me parece que es prácticamente imposible. Ahora estoy frente a este papel escribiendo esto porque me parece extraño todo lo que ha pasado. Lo de la azafata, digo. La he visto esta mañana en la ducha de mi habitación. Me ha reconocido y nos hemos duchado juntos. Le he dicho que la amo, ella sólo ha fingido un orgasmo. Hemos hecho el amor, esta vez de verdad. Y todavía llueve. Hay una palabra que me ha dicho la azafata antes de irse. Me dijo que pasaba en el viaje. Llovía.
viernes, 23 de enero de 2009
Un momento

jueves, 22 de enero de 2009
Despierta
Me parece que para siempre.
Ya no despierta.
Nunca lo hará.
Son tantas las cosas que vivimos juntos...
Pero ya se ha dormido.
Ya no hay vuelta atrás.
Todos tenemos que morir, unos antes, otros después, pero todos moriremos.
Y ella ya lo ha hecho.
Mírala, qué bella es... qué bella plebella.
Espera. Me parece que se ha movido.
No, está quieta.
Deben haber sido imaginaciones mías.
Recuerdo cómo nos conocimos, fue una situción bastante curiosa.
No creo que sea el momento de recordar buenos tiempos.
No es necesario hacer más dolor al daño de estar vivo sin querer estarlo.
Ella no merecía morir.
Pero ahora quien la mira soy yo, y parece fría.
Toco una de sus manos, está fría.
Poso mi mano sobre su frente, aún hay algo de calor en ella, pero no lo suficiente.
Es difícil este momento, pero hay que afrontarlo.
Y me lo repetiré mil veces: está muerta, está muerta, está muerta, está muerta.
Sí que lo está, no puedo hacer nada.
Está muerta, está muerta.
Y ya lo estará para siempre.
Muerta, muerta, muerta, está muerta.
Espera. No es imposible. No puede haber movido un poco los párpados.
Ha debido de ser una imaginación mía, las ganas de tenerla viva de nuevo.
Está muerta, no debo engañarme, está muerta.
No. Se mueve.
Sus ojos se han movido.
No puede ser, pero lo he visto.
Seguro, lo ha hecho.
Rápido, traigan a un médico.
Sí, venga, vamos.
Vamos, despierta.
Está viva, está viva.
Ha abierto los ojos.
Me ha mirado.
Está despierta.
Está despierta.
miércoles, 21 de enero de 2009
Escribiendo

martes, 20 de enero de 2009
Sin pensar
Las hacemos pero no sabemos que las hacemos.
No sabemos que las estamos haciendo, mejor dicho.
Porque nos damos cuenta de que las hemos hecho cuando ya no se puede hacer nada.
Cuando hablar ya no merece la pena.
Cuando es momento de entrar en el olvido.
En ese momento en el que ya no existimos y nos preguntamos acerca del mismo hecho de preguntarse.
Es en el momento en el que ni sabemos que sabemos, ni queremos saber, y sin embargo lo sabemos todo.
En ese momento no queremos estar muertos y solo vivir en el recuerdo, en los corazones y en los libros.
Yo ya quiero que llegue ese momento de saberlo todo.
Yo ya quiero vivir en los libros.
Yo ya lo quiero, pero... ¿quiero morir?
Por su puesto que no. No aún. No creo que sea el momento.
Pero de todas formas quiero vivir en los libros, quiero saberlo todo.
Es el momento de dejar de hacer las cosas sin pensar.
Ha llegado el momento de vivir para poder morir.
Para poder vivir en los libros y saberlo todo.
Es el momento de prepararse para el final.
Puede llegar pronto. Pero llegará antes si haces las cosas sin pensar.
O quizás si piensas puedes conseguir que la muerte llegue antes, y con ella la sabiduría y la vida en los libros.
Quiero vivir en los libros, empezaré a hacer las cosas sin pensar.
¿Acaso no es eso lo que ya estaba haciendo hasta ahora?
Pues entonces pensaré. ¿Qué más da?
Solo se lo que quiero, y que para ello tengo que morir. Sin embargo tengo mis dudas:
No se si tengo que hacer las cosas pensando o sin pensar.
Ahora esto lo estaba haciendo si pensar.
Pero ya es demasiado tarde.
Ya no puedo evitar que hayas leído esto.
lunes, 19 de enero de 2009
Volviendo a empezar

domingo, 18 de enero de 2009
Encadenado

sábado, 17 de enero de 2009
Respira

viernes, 16 de enero de 2009
En el juicio
Los días eran fríos y las noches heladoras, no había casi comida y la mayor parte de los días comí de lo que encontraba en la naturaleza porque había repartido mal los alimentos y me los había comido todos antes de lo previsto. Mis fuerzas empezaban a flaquear cuando por fín pude ver que se acercaba el final de mi misión. Habían sido muchos días difíciles, durmiendo a la interperie a temperaturas extremadamente bajas, alimentandome de aquellas pocas bayas que se atrevían a crecer por allí. Había trabajado mucho físicamente, escalando montañas y cruzando valles helados donde cada paso costaba el trabajo de diez y donde la posibilidad de caída era de más del cincuenta por ciento.
miércoles, 14 de enero de 2009
martes, 13 de enero de 2009
La leyenda de Jonny Hair

Jonny Hair era un pequeño ciudadano, un niño, para ser más realista, de la ciudad de KromtenKainesToilen. (El motivo de que el nombre sea tan largo es la poca probabilidad de que ese nombre exista en la realidad). Era un niño felíz. Vivía en una pequeña casa de hierro, como el resto de sus amigos, con sus padres y una mascota especial: una libélula. Iba siempre a todos los lugares a los que acudía con una gran sonrisa en la cara, una sonrisa que aumentaba de tamaño según la cantidad de sonrisas que iba viendo a lo largo de cada uno de los días en los que su vida iba dejando un hilo y un rastro que todos pensaban benévolo.
Una de las cosas que mejor hacía era hacer reír. Podía lograr tanto que ancianos como los niños más llorones puieran estallar a carcajadas. Y eso era un gran inconveniente.
El gobierno que llevaba ya unos diez años con el poder de la ciudad era un gobierno cruel, un gobierno en el que existía una mínima cantidad de riqueza acumulada en enormes cantidades y una enorme cantidad de pobreza distribuida a lo largo y ancho de la ciudad, y casi el país entero.
Ese gobierno atroz y malvado había prohibido las risas por ley. A quien riera siendo visto por uno de los miles de vigilantes que se habían distribuido por toda KromtenKainesToilen se le cortaría la cabeza. Y eso para el pequeño Jonny era muy malo.
Una mañana Jonny acudió a la escuela como el resto de los días y con todos sus compañeros. Lo que ocurrió ese día es el motivo de que esta leyenda exista.
Fue algo extraño, aunque nadie se había dado cuenta, pero el caso es que Jonny ese día, desde esa mañana, desde la hora en la que se despertó, no había sonreído. Su cara había cambiado para siempre. Ya nunca más volvió a verse una sonrisa en ella, nunca, nunca más.
Nadie supo entonces el motivo y aún nadie lo sabe ahora, pero el caso es que ese día, al ver que Jonny no sonreía, el resto de la gente que le conocía (que era la mayor parte de la ciudad, especialmente los pobres a los que él alegraba el día cada día de sus vidas, hasta entonces), todos ellos, intentaron animarle y hacerle reír. Eso no era delito, el delito era reír, por lo que no perderían nada ellos, desde su mente egoísta, si conseguían hacerle reír como él lo hacía, de buenas maneras, todos los días a ellos.
Uno de los ancianos más sabios de la ciudad, de quien ya no se recuerda ni el nombre, fue el primero que intentó hacerle reír. El resultado fue pasivo. Otros más lo intentaron, tanto adultos como niños y ancianos, tanto mujeres como hombres, pero nadié consiguió que volviera a reír.
Entonces llegó un filósofo bastante joven (tendría unos veinte años) y formuló una serie de preguntas a los ciudadanos acerca de el pequeño Jonny Hair. Ellos contestaron cortésmente. El filósofo, tras meditar un rato las respuestas que habían acertado a darle los ciudadanos comentó en voz alta con el fin de que todos le oyeran:
-El pequeño Jonny está atrapado, por eso no puede volver a sonreir.
-¿Atrapado? -preguntaron un par de ancianos que había en cerca del filósofo.-¿A qué te refieres?
-Quiero decir que está atrapado en el tiempo. Que aunque nosotros lo veamos aquí, aunque su cuerpo permanezca en este mundo, su alma se ha ido a otra dimensión temporal -cayó un instante para que los ciudadanos recibieran esas palabras.- Creo que Jonny Hair está en el futuro. Y que muestra su humor según cómo será en el futuro. Y verle así, sin una sonrisa en la cara solo puede significar una cosa: que el futuro para KromtenKainesToilen no va a ser bueno.
Los ciudadanos no creyeron nada de lo que el filósofo decía. Le gritaron, llamándole mentiroso, embustero, traidor y más insultos y acabaron por degollarlo y cocinar la cena general de esa noche en su sangre.
El filósofo, ya muerto, acudió a la dimensión en la que, efectivamente, Jonny Hair se encontraba (aunque su cuerpo aún permanecía en KromtenKainesToilen) y le contó lo sucedido. Al enterarse, el pequeño Jonny regresó a la ciudad, a su propio cuerpo, pero no volvió a sonreir. Reaccionó de forma normal hasta bien entrada la noche, cuando todos se disponían a cenar la comida que habían cocinado en la sangre del filósofo. Dió un grito estrepitoso, un grito inhumano que hizo que todos los presentes se cayaran y le mirasen. Jonny Hair habló.
-El filósofo al que habéis matado me ha contado lo que hicísteis y pagaréis por ello. Desde ahora permaneceréis atrapados en el tiempo hasta el fin de los días. Todos los días serán hoy. Todas las mañanas os levantareis con la ilusión de verme sonreir; todas las tardes me intentareis animar; todas las tardes vendrá el filósofo, a quien todas las tardes matareis; y todas las tardes volveré yo para contaros esto que os estoy contando ahora. Será una maldición por haber querido que incumpliera la ley. Yo siempre sonreía, pero nunca me reía. Y aunque siempre os hacía reír, nunca yo incumplí la ley.
Desde aquél día todos los días fueron ese. Desde entonces vivieron atrapados en el tiempo para siempre. Esta es la leyenda de Jonny Hair. Así es como se hace una leyenda.
Dormido
Estoy dormido. Y eso que son las siete y media de la mañana... pero es que no puedeo más. Ayer fue lunes y los lunes son pesadísimos.
Aunque no lo parezca, un día tras otro, día a día, levantarse a las siete puede ser demasiado pesado.
Los párpados se me cierran solos... Y pensar que me queda otro largo día por delante...
Un largo día que trancurrirá lentamente corroyéndome y desviándome. Un día en el que el tiempo me atrapará entre sus garras y apretará, aplastándome, destruyéndome, matándome...
Eso me recuerda a la historia del pequeno Jonny Hair.
¿No conoces la historia del pequeño Jonny Hair?
En la siguiente narración te la contaré, exclusivamente para tí.
Qué sueño... zzz...zzz...zzz.
lunes, 12 de enero de 2009
Ojos:¿Ventana o espejo?

domingo, 11 de enero de 2009
Why?
Why? And... why not? Because... (). I don't need to answer that question, but if I did it, I would say: "Why?" And then I would cry to the sky: "Why?"
sábado, 10 de enero de 2009
Let me go
.
Era de noche, una noche cerrada y oscura. El cielo se tapaba con una inmensa manta de nubes negras que impedía que la tenue luz de la luna menguante llegara hasta donde me encontraba y me alumbrara al menos lo suficiente para ver a un palmo de mis ojos. Debido a este problema me había tomado la molestia de tomar prestado un candil de los de llama más grande y alargada para que pudiera atravesar el camino sin temor y sin preocupaciones. Claramente eso era imposible, pues era de noche, se oían extraños sonidos que procedían del espeso bosque que se hallaba a mi derecha, sabía que en esos parajes había animales peligrosos y, además, tenía la extraña sensación de que alguien me observaba.
viernes, 9 de enero de 2009
Nieve

Camino

jueves, 8 de enero de 2009
Rutina
miércoles, 7 de enero de 2009
Cuidad

lunes, 5 de enero de 2009
Fuego

domingo, 4 de enero de 2009
Espirales

sábado, 3 de enero de 2009
viernes, 2 de enero de 2009
Vampiro

jueves, 1 de enero de 2009
Feliz año nuevo
La puerta estaba abierta y una luz perlada goteaba de las grietas del techo. La encontré tendida en el suelo, sosteniendo todavía el libro entre las manos, con los labios envenenados de escarcha y la mirada abierta sobre el rostro blanco de hielo, una lágrima roja detenida sobre la mejilla y el viento que soplaba desde aquel ventanal abierto de par en par enterrándola en polvo de nieve. Dejé el collar sobre su pecho y hui de vuelta a la calle, a confundirme con los muros de la ciudad y a esconderme en sus silencios, rehuyendo mi reflejo en los escaparates por temor a encontrarme con un extraño.
Poco después, acallando las campanas de Año Nuevo, se escucharon de nuevo las sirenas y un enjambre de ángeles negros se extendió sobre el cielo escarlata de Madrid, desplomando columnas de bombas que nunca se verían tocar el suelo.
Sacado (más o menos) del relato corto "Alicia al alba" de Carlos Ruiz Zafón, y modificado en las partes que he creído conveniente.