miércoles, 29 de octubre de 2008

Otro día más


Llevo ya diecinueve entradas diarias en este blog. Es para mí un récord. No escribo a menudo pero me he estado esforzando para poder escribir una entrada cada día. Y hoy es un día más.
No es dificil escribir en un blog, no es dificil inventar historias, crear poemas...
No es difícil, pero es demasiado para mí. Así que voy a dejarlo por unos días. me voy a dedicar a algo más importante: escribir un libro.
Es dificil decidir entre escribir un libro y escribir en un blog, porque son muy diferentes opciones. Ambas tienen ventajas, ambas inconvenientes. Pero no puedo hacer las dos cosas, el blog me quita mucho tiempo (inventar la historia o el poema, escribirla, revisarla... y buscar una imagen que tenga relación).
Me disgusta tener que dejarlo por unos días (que pueden se dos y pueden ser treinta), pero espero que si has entrado en este blog y has leído mis entradas, sigas haciéndolo en cuanto vuelva a publicar. Esa es otra: si no has leído las entradas anteriores te invito a que las leas. Puedes sacar conclusiones con ellas, y puedes olvidarte del tema, o incluso puedes leerlas por el placer de leer. Sea lo que sea, te animo.
Espero que mi nuevo proyecto vaya tan bien como este (diecinueve días seguidos de entradas desde el comienzo, ¡hace menos de un mes!) y que pronto pueda volver a éste.
Hasta entonces...
PD: Cuidado con las espirales, tienen un final infeliz.

martes, 28 de octubre de 2008

Tormenta


TORMENTA





Estaba muy nerviosa. Se había quedado sola en casa, de noche, en invierno, y tenía miedo. Llovía. Llovía mucho. Y el suelo parecía retumbar con los truenos. Para colmo, hacía frío.


Ella había preferido quedarse en el salón tapada con una manta y con la luz encendida; era mejor idea que irse a la cama, a oscuras y con esa tormenta fuera.


Ella pensaba que era el fin del mundo, el Apocalipsis, y tenía miedo.


Pero lo peor era que estaba sola. No aguantaba esa soledad. No podía encender la tele, no se debe hacer en las tormentas eléctricas.


Tampoco le apetecía leer.


Decidió tumbarse en el sofá del salón, tapada con la manta mientras soñaba despierta.


Yo no se lo que soñaba.


Ella ya no sabe nada.


Sólo diré que esa tormenta acabó con ella. Y con sus vecinos. Y con todo el barrio. Y contoda la ciudad, con todo el país, el continente..., en fin, que ella tenía razón: era el fin del mundo, era el Apocalipsis.


¿A que nunca lo hubieras imaginado asi?

lunes, 27 de octubre de 2008

Silencio

Todo es silencio cuando,
en un momento de soledad,
te paras y quedas pensando
en la vida y la realidad.
.
Es un misterio que algo
que siempre parece normal
sea de todo lo más extraño
y que sólo en ello te centres al estar.
.
Es el alma mía cansada
ya de tanto esperar
que se ha vuelto vieja y mala
y siempre me hace divagar.
.
Pienso que no soy nada
y que no estoy en ningún lugar.
Que no pienso, que pertenezco
a ese todo que es irreal.
.
Y me quedo pensando en esto
cuando llega el momento de partir.
Los blancos pañuelos al viento
y las lágrimas caen sin fin.
.
Es incierto, falso y mentira
que todos tengamos a alguien
a quien llorar en su partida,
de esos no hay ni diez.
.
Y podría seguir contando
mis luchas con la verdad,
luchas en solitario
que me hacen volar.
.
Vuelo como el pájaro
de más largas alas
y llego al espacio
de las almas.
.
Y la veo.
A ella.
Cielo.
Era.
.
.
EDBS

domingo, 26 de octubre de 2008

La rosa negra


Le habían dado muchas flores en el funeral de su marido pero sólo guardaba una en la memoria.
Era una rosa negra, una sola.
No recuerda quién se la había regalado, pero eso no importa.
Era una rosa, como el resto de las flores que le habían dado.
Pero era la única de ese color.
Todos vestían de negro en el funeral.
Sólo esa flor era negra.
Y pinchaba.
Recuerda que se pinchó en el dedo con el tallo de esa rosa.
Y que se limpió la sangre en un pañuelo blanco.
El pañuelo lo guarda desde entonces, sin lavarlo, con la misma mancha de sangre del fueneral.
La rosa por desgracia se marchitó y la tiró.
La rosa se había ido con él.
Por una espiral.
Al Infierno.

sábado, 25 de octubre de 2008

El cuervo


Alcé la vista y lo ví. Era de un color azabache brillante y misteriosamente oscuro. Todas sus plumas, su pico, sus patas y hasta sus ojos eran negros. Y por eso me gustaba. Pero sabía que en realidad no era un cuervo, que era un disfraz, y que Él estaba detrás de ese disfraz.
Fue dificil de averiguar, pero lo descubrí a tiempo.
Mas ese tiempo era poco.
Se abalanzó hacia mí a una velocidad irreal, el golpe fue rápido, insensible y letal.
Al instante estaba en el suelo, con la cabeza sangrando, a punto de morir bajo las sus patitas.
Qué mal lo había hecho.
En un rato ya estaba muerto.
Debía haberme dado cuenta antes y echar a correr.
Correr...
No. No habría dado tiempo a huir.
Huir...
Estaba claro, era mi momento de morir.
Morir...
Sí, ya era mi hora; en algún momento hay que caer.
Caer...
Caer por una espiral.
Al Infierno.
De vuelta a Él.
Otra vez.
Es...

viernes, 24 de octubre de 2008

Sangre


Sangre roja, real
cae por mi mano.
La noto caer
pero no me duele.
Sé que está,
la veo y la huelo.
Pero no la siento,
no de dentro.
No es mi sangre.
No es de mi ser.
Por eso me duele
que en mi mano esté.
Es sangre limpia,
sangre pura,
de alguna princesa
que su vida busca
subida a algún árbol
mientras pasan las horas
y acabará sus días
perdida y sola.
Es la sangre suya,
esa sangre perfecta,
sangre de princesa
de reinos lejanos
donde los pobres
no existen,
ni tampoco sus amos;
donde la semilla
de algún álamo
se convierte de pronto
en una ramita
que crece despacio
hasta hacerse fuerte
y florece en un árbol;
de esos lugares
es la princesa
y de ella su sangre
que en mi mano
se deja caer
de ese color fresa
al oscuro precipicio
sobre el que está mi cabeza.
Y esa sangre me invita
a pensar: ¿quiero a la vida?
Si quiero su sangre,
que ella me agarre
al saltar desde arriba,
para no caer nunca
por esa espiral profunda,
debo pedirle perdón
porque lo merezco
porque lo quiero
y por su veneno.
.
.
EDBS

jueves, 23 de octubre de 2008

La calavera


Estaba corriendo...
No tenía escapatoria...
Me perseguía una gigante calavera roja, como la de la imagen...
Todo era rápido, no podía parar...
Ni pararme a pensar...
Fue como si me hubiera leído el pensamiento.
Frenó, dejando de seguirme, pero yo me seguía alejando, huyendo...
Al rato, al ver que ya no me seguía, miré atrás...
Y la vi...
Justo dende se había parado, allí, flotando en el aire...
Y la miré...
En el fondo de esos ojos..., ejem, esas cavidades oculares vacías... habís algo... que me gustaba.
Era..., es dificil de explicar.
Es uno de esos sentimientos que no se pueden expresar con palabras.
Pero el caso es que allí dentro había algún tipo de sentimiento.
Ahora me arrepiento de haber visto eso, pues me ha llevado directamente a la muerte...
A una espiral hacia el Infierno...
Otra vez.

miércoles, 22 de octubre de 2008

La Noche


Siempre oscurece. Cada atardecer,
el sol ya nos deja
y en el cielo se empiezan a ver
las estrellas.

.

Se hace la Noche. No puedes tener
dudas sobre ella,
pues siempre será, siempre es
noche eterna.

.

Noche. Empieza a llover.
Densa es la niebla.
Los árboles sufren, no pueden correr.
Presenciarán la escena.

.

Noche. Oscura hermosura.
Ternura.
Más que tristeza, tristura.
Qué belleza.
Belleza por su tristeza.
Por su desventura.
Por donde deambulan
los que la tumba dejan
y a la mujer de mas belleza
ayudan.

.

Noche. Qué reproche
que yo te escriba
este poema o poesía
a quien escribo tu nombre.
.

Oscuridad y ánimo a los vivos
eres luz para muertos,
y, si estoy en lo cierto,
muertos algunos vivimos.
.

No se me antoja otro nombre
que el tuyo:
Noche.
Puro.
.
.
EDBS

martes, 21 de octubre de 2008

Las ruinas








Todo estaba en ruinas.


No había quedado nada.


Fue un horrible terremoto que se lo llevó todo.


Todas nuestras cosas, nuestras ilusiones, nuestras vidas...


Y ahora solo quedamo las ruinas, los restos de una catástrofe natural...


No somos nada.


No valemos nada.

lunes, 20 de octubre de 2008

El ataúd


Llegó al castillo a eso de las siete de la tarde.
Era un gran castillo que había heredado de un tío a quien ni si quiera había conocido.
Estaba a las afueras, muy a las afueras, de un pueblo alejado del resto del mundo.
Quizás alguna carroza pasaba por las calles del pueblo, pero ninguna pasaba delante del castillo.
El camino de arena estaba rodeado de verdes prados que no pertenecían a nadie.
El castillo, con un par de atalayas al frente, tenía una gran puerta de madera maciza.
Al llegar a la puerta, nuestro protagonista la abrió con una llave vieja y oxidada.
La puerta chirrió al abrirse y el hombre tuvo que empujar con fuerza para que se abriera.
Dentro todo estaba oscuro.
Encendió una antorcha que había a un lado de la puerta con una bengala y recorrió la estancia encendiendo el resto de antorchas y corriendo las cortinas que impedían que la poca luz que ya quedaba del sol alumbrase el interior.
Lo que se veía era bastante poco habitual: una mesa triangular justo en el centro de la habitación y, a su lado una silla de tres patas; un carro de bueyes en una esquina; en otra se podía ver un monton de heno; en el techo había una lámpara araña de velas, casi gastadas; algún excremento por el suelo y poco más.
Él se extrañó.
Fue recorriendo cada uno de los rincones de la estancia.
Al llegar a una puerta se detuvo.
Tenía una inscripción.
In hac domo Diabulus non est bene receptus.
El Diablo no es bien recibido en esta casa.
Dudó en abrir la puerta, pero al final decidió hacerlo.
El pomo estaba frío y encajado.
No podía abrir así, se había atascado.
Pero no se iba a rendir: dio unos pasos hacia atrás, cogiendo carrerilla y se desplomó contra la puerta, que se abrió al instante.
El golpe levantó una polvareda.
El interior era inhóspito, signifique eso lo que signifique.
Todo estaba oscuro.
Dio un par de pasos.
El suelo, de madera, crujió como si le doliera.
Tropezó con algo.
Lo palpó, pues ya o veía nada, con las manos.
Era de madera... con esquinas muy marcadas... Parecía un baúl o una caja.
Quizás tuviera joyas dentro, pensaba él.
Así que dio la vuelta y cogió una de las antorchas para alumbrar.
Al volver, se fijó que en la puerta había un triángulo dibujado , cosa a la que no dio importancia.
La caja de madera seguía ahí.
Esta vez la vio con claridad.
Era un ataúd.
Le dio un poco de miedo, pero se acercó para saber por qué había un ataúd dentro de una habitación en cuya puerta estaba escrito, bajo el dibujo de un triángulo, que el Diablo no era bien recibido.
Al llegar y acercarse al ataúd...
Salí de golpe y le di un susto de muerte.
Es normal.
Ya no me queda piel y no soy tan guapo como antes, pero no es para tanto, ¿no?
El pobre de mi sobrino murió el mismo día en que había llegado a mi casa que había heredado de mí, el día en que tenía para él MÍ casa.
Y como era mía, no era suya.
Aunque yo estuviera muerto.
Y sigo estándolo, no hay remedio para la muerte.
La Muerte no tiene remedio.

domingo, 19 de octubre de 2008

El cementerio


Estaba en el pueblo de visita, y solo.
Me alojaba en una inhóspita casucha antigua y rural cercana al cementerio.
Ya era de noche; la cama, cuyo colchón era duro y viejo, chirriaba mientras me movía.
No era fácil dormir, pues se oían voces de mujeres, más bien llantos y gritos.
No provenían de la casa, pero tampoco de un lugar lejano.
Cansado de no poder dormir y buscando una alternativa, pensé pasear por el cementerio.
No era muy grande, a decir verdad, pero me impresionó todo tanto como para que ahora lo recuerde esta anciana y loca mente de poeta.
Recuerdo que en la entrada, situada al lado de la puerta, había una inscripción que rezaba:
.
Sean las almas de los muertos
que aquí depositados
yacen bajo este suelo
por Ella utilizados.
.
La noche era oscura y me dio un poco de miedo entrar en el cementerio.
Hacía frío, pero había olvidado mi abrigo en la casa.
Las hojas de los cipreses bailaban al son del viento.
Era todo muy fantasmagórico y oscuro, especialmente porque las farolas estaban apagadas.
No sé muy bien cómo pasó, pero recuerdo bien que vi, en un instante, un esqueleto vivo.
Sí, como has oído, un esqueleto que, andando, se dirigía a un lugar.
Le seguí lentamente, procurando que no se percatara de que estaba ahí.
Lo que ví fue horrible: unos cinco o seis esqueletos (al parecer, de hombres) abusando sexualmente de una joven de unos dieciséis o diecisiete años.
Era horrible ver cómo introducían sus esqueléticos dedos por su vagina.
Ella lloraba gritando de dolor, pero se dejaba hacer.
Sus pechos estaban al descubierto.
Estaba sobre una tumba, abierta de piernas, y subiendo y bajando en un movimiento de vaivén mientras uno de los esqueletos la penetraba con su dedo índice.
Iba como vestida para la ocasión: minifalda sin bragas y camiseta sin sujetador, que tenía levantada sobre sus bellos pechos ya mencionados.
Me quedé allí, mirando, escondido tras una de las lápidas.
Al final creo que me gustó, pues a ella también parecía gustarle.
Ya era ella la que hacía que los muertos la penetrasen.
Ella disfrutaba siendo abusada.
Me acerqué lentamente, de forma intuitiva.
Ella me vió.
Me miró fijamente y en sus ojos vi un destello de amor.
Hizo que los esqueletos pararan.
Se acercó a mí, aún con los pechos al aire y cogió mis manos.
Las pasó por sus pechos, haciendo círculos.
Me gustaba.
Me desnudó, como de un vistazo y pronto me vi penetrandola con mi miembro.
El placer duró poco.
Me encantaba su sexo, sí, pero a ella no la satisfacía.
Se separó de mí con asco.
Me dio vergüenza estar desnudo ante ella, pues ella parecía ser superior a mí.
Me agarró del pene con una fría y delgada mano.
Apretó fuertemente hasta que morí de dolor.
Literalmente.
Caí por una espiral hasta que, misteriosamente, llegué al mismo lugar en el que me encontraba.
Entonces entendí.
Ahora ya era yo uno de ellos, un esqueleto, y, desde entonces, todas las noches hago con mis compañeros lo mismo que yo vi a ellos hacer a la joven.
Era lo que estaba escrito:
Sean las almas de los muertos
que aquí depositados
yacen bajo este suelo
por Ella utilizados.

sábado, 18 de octubre de 2008

La Luna

.
.
Es blanca y oscura
alumbra en la noche,
enferma y sin cura
brillante cual broche.
.
.
Llamada La Luna
por buenos poetas,
en esa laguna
es una saeta.
.
.
Su luz en la cuna
del niño durmiente,
a éste le acuna
de forma eficiente.
.
.
Luz blanca que arranca
de un golpe la pena
roba con retranca
lo que el alma llena.
.
.
Luz viva y sincera
que duele por dentro
que viene de afuera
por el pensamiento.
.
.
Me dañas con males
mi oscuro corazón.
Males infernales
que causan desazón.
.
.
¡Sal ya de mi vida
que apenas me queda!
Mi Luna querida
que vi en la vereda.
.
.
Ya ha amanecido
y arriba en el cielo
no estás, te has ido.
Ya no eres de hielo.
.
.
.
EDBS

viernes, 17 de octubre de 2008

El gato negro


Era mi obsesión, mi único amigo.
Yo era por entonces tomado por loco, pues ya estaba viejo, y nunca había sido un hombre sociable.
No tenía amigos. Ni estaba casado ni nada por el estilo.
Vivía en una gran casa, un chalet gigante en las afueras, al que se llegaba por un camino de arena.
Las noches eran frías, incluidas las de verano, y me gustaba salir y dar paseos nocturnos.
En una de esas noches, que eran para mí tan apacibles, conocí al que fue mi mejor amigo.
Era un gato negro, salvaje, cuyos amarillos ojos brillaban en la noche.
Fue durante un paseo en una noche de luna llena.
Iba yo por el camino de vuelta a casa cuando noté que alguien me seguía.
Al volerme vi que se cruzaba un gato negro.
No soy supersticioso, y tampoco lo era entonces, pero eso me pareció extraño.
Al mirarlo, parose y dirigiose a mí con su mirada felina.
Y eso fue amor a primera vista, no amor sexual, amor de amistad.
Y creo que él lo entendió igual, porque desde entonces no se había separado de mí.
Hasta aquel día, hace hoy veinte años, en el que me dejó.
Fue muy triste, de veras, pero tuve que hacerlo.
Me entraba hambre y no tenía comida, cualquiera hubiera hecho lo mismo que yo en mi lugar.
Lo decapité, primero, y bebí su sangre, pues tenía sed.
Luego comí sus tripas.
Estas imágenes no se me quitan de mi cabeza, y eso que fueron hace veinte años...
Y ya era viejo entonces...
Ya no me queda nada de vida, puede ser hoy mi último día...
Lo es...
Siento una convulsión, el corazón deja de latir...
Y pasa por última vez por mi mente un recuerdo de aquel gato negro.
Mi mejor amigo...
Caigo en una espiral.
Muero..., como él murió por mí.

jueves, 16 de octubre de 2008

El incendio


Fue en un pequeño pueblo, en un país lejano.
Todo ocurrió de noche, en una clara noche de verano.
Una joven chica estaba caminando por la calle.
Iba en dirección a la iglesia.
A una anciana que la vio por la ventana le extrañó ver a esa chica entrar.
¿Por qué?
Porque esa chica se hacía llamar "La Amiga de Satán".
No sólo no creía en Dios, sino que afirmaba que existía, únicamente, Satanás.
Pero era joven, muy joven...
Había derrochado su vida, haciéndose solitaria y sin amigos.
Y ahora iba a la iglesia.
¿Por qué haría algo así?
No era de esperar que fuera a... confesarse de sus pecados, no; además era demasiado tarde.
Pero ella entró sigilosamente por la puerta delantera, abierta.
Se acercó a la sacristía y buscó a un sacerdote.
El primero que la vió, asustado, pues conocía lo que la joven contaba, le preguntó qué quería.
Ella, sin mirarle a los ojos ni un momento, se acercó al sacerdote, dandole un fuerte abrazo.
Con un cuchillo en las manos.
Se lo clavó en la espalda al sacerdote, quién gritaba de dolor y ensangrentaba las bellas manos de la muchacha con su espalda que no cesaba de emmanar sangre.
Fue al altar, cogió una vela y la lanzó a la alfombra que cubría el suelo.
Salió de la iglesia, del pueblo, del pais...
El incendio lo quemó todo.
Y a todos.
No sobrevivió nadie.
Ni yo.

miércoles, 15 de octubre de 2008

El pozo


Me dí la vuelta. No estaba seguro de haberlo visto.
Fue muy rápido, no puede reccionar y caí rápidamente en el pozo.
Me habían dicho que el agua estaba muy al fondo, casi al final, pero que había llovido unos días antes.
Yo, en el aire, mientras caía por el hueco, miraba a mi alrededor, confundido.
Todo me daba vueltas.
Era otra espiral, otra maldita espiral.
Ya sabía donde acabaría esto.
Pero, aun así, una pizca de esperanza se agazapaba en una esquina de mi corazón, intentando no ser arroyada por la ola de la verdad.
No servía de nada.
Moriría.
Mientras caía recordé cómo había llegado hasta ahí.
A mis amigos.
La excursión con el colegio.
Lo aburrida que había sido la subida a la montaña.
La foto que había hecho a unos turistas delante del pozo.
Y mi mirada en el fondo del pozo.
Luego, un giro brusco y una caída.
Y esta caída.
Al pozo.
Otra espiral.
Otra espiral hacia el Infierno.

martes, 14 de octubre de 2008

La muñeca

La habiatción estaba oscura, muy oscura...
La puerta se cerró tras mis pasos, cosa que no me gustó nada.
Quise dar la vuelta, huir... pero ya era demasiado tarde.
El picaporte no cedía, helado, y sólo me congelaba las manos.
La puerta estaba cerrada... y yo dentro.
No podía creerlo, pero era cierto.
Y hay que admitir la realidad.
Seguro que había otra salida, o, al menos, eso pensaba yo.
Pero estaba equivocado, muy equivocado...
Giré, dando la vuelta sobre mí mismo, hacia el centro de la habitación.
Nada.
Todo estaba oscuro, no veía ni un mínimo rayito de luz.
Por eso pensé, entonces, en descubrir dónde me había metido.
Pensé dar una vuelta a toda la habitación bordeándola apoyado en las paredes para hacerme una idea del tamaño de la habitación.
Eso fue tarea fácil.
Era una habitación más o menos cuadrada, de unos tres metros cuadrados, o sea, bastante más pequeña de lo que yo creía, sin ningún tipo de ventanas.
Había dado ya una vuelta entera, llegando de nuevo a la puerta cuando se me ocurrió atravesar la habitación de un lado a otro, pues ya pensaba que estaría vacía.
Con un poco de temos di el primer paso, alejandome de la puerta.
El segundo, el tercero...
De repente note que había algo delante.
Lo palpé con las manos: una silla, o, mejor dicho, el respaldo de una silla.
Es decir, que la silla estaba mirando hacia la dirección opuesta a la de la puerta.
Interesante, pensé.
Pero no era nada interesante.
Rodeé la silla y miré hacia ella.
Los ví sin ningún problema, ya que el resto de la habitación estaba completamente a oscuras.
Los dos ojos de la muñeca brillaban con un brillo más bien débil, pálido.
Y me dio miedo.
Di un paso hacia atrás, tropezando con una silla y cayendo, sentado, sobre ella.
Era una trampa, todo estaba preparado y amañado para que yoo cayera.
Al instante unas fuertes y frías cadenas salieron de la nada, atando mis brazos y piernas a la silla.
Entonces comprobé que era una silla de madera, sin pulir, causa de que me hiciera arañazos en las manos.
No fue ni un instante después cuando del interior de la muñeca empezó a salir un chillido ensordecedor.
Mis oídos estaban a punto de estallar.
Me revolcaba sobre la silla, dañandome las muñecas con mis ataduras, intentado no escuchar ese aullido horrible que me oprimía el corazón.
Y no podía parar de mirar esos ojos, esos ojos de mentira, artificiales.
La luz me cegaba, pero no podía dejar de mirarlos.
Y mis oídos rechinaban y me pitaban.
Y así pude estar muchas horas.
No sé cuántas, exactamente, pero cuando me rescataron me dijeron que había estado fuera dos meses.
¡Dos meses!
¡Si había estado fuera de casa media hora hasta llegar allí!
Sí, al parecer estuve mirando esos ojos y oyendo ese horripilante sonido durante dos meses.
Sin comida, ni agua... ni luz.
Me ha costado mucho volver a ver la luz.
Por eso salgo de noche.
Por la muñeca.
Mi muñeca...

lunes, 13 de octubre de 2008

El resplandor

Lo veo allí, a lo lejos.
Y me atrae.
Lo quiero.
Es el resplandor, es la luz.
Y todo a mi alrededor es una jodida oscuridad.
Por eso me atrae, me gusta.
Me pide que vaya a él, que lo coja, que lo tenga en mis manos.
Pero sé que no puedo, que nunca llegaré a él.
De todas formas lo intento.
Pero no logro nada.
A cada paso que doy lo veo más lejos, más pequeño...
Es como si a cada paso que yo doy hacia delante él, el resplandor, da dos hacia atrás.
Y me mira, me mira con ese ojo que es toda su esencia.
Y lo odio.
Por lo que me hace sufrir al dejarme verlo en esta oscuridad.
Preferiría no poder verlo, no hacerme ilusiones.
Pero está siempre allí, lejos, inalcanzable.
No puedo seguir así y echo a correr.
Y cada vez lo veo más lejos.
No puedo resistirlo más y empiezo a caer...
Otra vez en esta espiral de muerte...
Adios...

domingo, 12 de octubre de 2008

Miedo


Estaba tan asustada que no sabía qué hacer. Había llegado a esa absurda situación sin haberlo pensado siquiera. Era una chica normal, nunca se hubiera imaginado a sí misma haciendo algo así.
Se había levantado esa mañana como si fuera un día de colegio, a las siete, aunque era sábado. No se dió cuenta hasta que llegó al colegio y vio la puerta cerrada. Qué estúpida había sido, pensó. Nada más llegar se percató de que ni siquiera se había llevado la mochila. Y ahí estaba ella, en la puerta del colegio, un sábado, a las ocho de la mañana, sin nada que hacer. Así que decidió deambular por la zona. No había mucha gente en la calle, sólo algunos ancianos y algunos empresarios con prisa.
Caminó por las calles en dirección a ningún sitio, perdida en las calles de Madrid, pues había llegado a una zona que no conocía. Vio una boca de metro, allí, a lo lejos, y decidió entrar. Esa línea no le dejaba cerca de su casa, por lo que buscó en el mapa. Tenía que hacer tres trasbordos. Bueno, si algo le faltaba, no era tiempo. Se compró un billete sencillo, de un viaje, y entró en el andén. No había nadie y la pantallita marcaba que el siguiente tren llegaría en siete minutos. Se sentó en un banco a esperar. ¡Qué estúpida había sido levantándose a las siete!
Bostezó. Tenía sueño. Se preguntó por qué se había levantado tan temprano. pensando que tenía que ir al colegio. Estaba ensimismada en sus pensamientos por lo que no se dio cuenta de que sus piernas se levantaros y empezaron a llevarla hacia la vía del tren. En unos instantes llegaría el metro. Y justo antes de que el metro llegara a donde ella se encontraba, sus piernas reaccionaron saltando a la vía. El tren pasó sobre su cuerpo partiéndolo en dos por la cadera. Un millón de pensamientos pasaron por su cabeza mientras su cuerpo derramó toda su sangre. Fue menos de un segundo. Murió al instante.
Se sentía ligera, muy ligera, pero frágil, débil y sin fuerzas. Miró a su alrededor. Todo era blanco. ¿Estaría en el Cielo? No. No podía ser. Y mucho menos eso era el Infierno. Sólo sabía que estaba muerta. Se miró las manos. Eran sus manos, las de siempre, pero eran semitransparentes. Era un fantasma, un alma. Pero seguía sin saber donde estaba. De repente oyó algo. Se dió la vuelta y vio a un joven de su edad, en el mismo estado que ella. Y, no supo por qué, le abrazó. Y en ese abrazo se sundieron sus almas. No le conocía de nada, eso era muy raro, pero lo hizo.
Y en esa siyuación se encontraba cuando notó que él lloraba.
-¿Qué te pasa? -preguntó, conmovida.
-¿No lo sabes?... Estamos... -paró un momento para dejar de llorar- ...muertos. Hemos llegado hasta aquí y no sé donde coño estamos. Y vienes tú y me abrazas... Nadie me había abrazado en la vida... pero ya no estoy vivo... -y siguió llorando.
Ella se sintió rara. En un momentó pensó que los ojos de ese chaval le miraron. Y tuvo miedo. Un miedo, un terror le inundó el alma, todo lo que era ella. Esos ojos...
No pudo dejar de mirarlos, pero cuanto más lo hacía más miedo le daban. Y se sintió mal, muy mal. Sintió que no debía haber abrazado a ese chico, que no era un chico normal. Era el mismo Diablo, en forma de alma. Y ahora la tenía atrapada. Y haría con ella lo que quisiera. Esos ojos... Los ojos del Diablo. ¡Qué miedo tenía...! Pero ya no podía hacer nada, era demasiado tarde...

sábado, 11 de octubre de 2008

Caída


Siento que me caigo, que no puedo más.
Me duele todo: la cabeza, los músculos...
Y caigo. No puedo evitarlo.
Caigo, sin remedio.
Miro hacia arriba, veo vuestras caras.
Caras serias que me miran desde lo alto.
Allí, a lo lejos.
Intento agarrarme a algo, pero no puedo.
Todo a mi alrededor es negro.
Y blanco.
Y no existe nada a mi alrededor.
Pero sigo cayendo.
Y me miráis desde arriba, serios.
Cómo me gustaría morir...
Pero no, sigo cayendo en esta interminable caída.
La agonía que recorre mi cuerpo, mis venas, mi alma... ese dolor...
Me siento vacío.
Mi alma ya no está.
No, mi alma sí está, lo que no está es otra cosa.
¿Qué es eso que ahora me falta?
Son recuerdos...
Ya no recuerdo nada.
No sé quién soy.
No sé qué soy.
Pero hay algo que sí sé.
Que caigo.
Y que no puedo hacer nada.
No me puedo agarrar a nada.
Y sigo cayendo.
Joder, cómo me gustaría dejar de caer.
Quisiera estar muerto.
Preferiría estar en el Infierno que aquí.
Esto sí que es un infierno.
Pero sigo cayendo...
Veo vuestros cuerpos ahí arriba, cada vez más alejados.
Y os dais la vuelta.
¿Por qué me dais la espalda?
Siento que llego al final, que ya no queda más.
Noto cómo mi cuerpo se calienta.
Sangre en la boca.
Olor metálico, olor a muerte, a putrefacción.
Sí, me estoy muriendo.
Pero no veo una luz, sólo esta jodida espiral interminable.
Y, en un momento dado, dejo de sentir.
Siento que sólo me queda un suspiro...
Que muero...
Me despierto de golpe.
Sólo ha sido una pesadilla.
Malditas espirales, sólo me llevais al Infierno.

viernes, 10 de octubre de 2008

La Finalidad de la Vida, su Final

Es el fin. Cuando se acaba todo. El mundo, la vida... todo. Y eso te incluye a ti y me incluye a mí. El fin. Cuando todo se acaba. Cuando deja de haber algo y empieza a no haber nada. Es el final de la existencia, y no quedará nada. Mas no sabemos cuándo es eso. Sólo sabemos que eso será, en un futuro, aunque ese futuro sea dentro de dos segundos. Dos segundos... Dos segundos de vida... Dos segundos que se pueden traducir a dos millones de años. O dos mil millones. O más. No lo sabemos. Pero eso no importa, es muy probable que no presenciemos el fin. No creas que no tendrás fin, eso sí. Hay un fin en el que dejará de existir la existencia, donde aparecerá la nada; y hay otro fin, el de cada uno, el tuyo propio y el mío. Y es en ese fin en el que tú morirás. Y caerás en una espiral eterna. Eterna pero con final. El Infierno. Y caerás allí, sobre un montón de almas que han caído antes. Y no son almas en pena. Son una pena de almas, almas vivas de gente muerta. Y caerás sobre ellas. Y allí te quedarás, para siempre.