domingo, 29 de noviembre de 2009

Capítulo 36

Este es el capítulo 36 de la novela que estoy escribiendo. He creído conveniente colgarlo aquí, no me preguntes por qué.

Á

ngela estaba nerviosa. Ella había sido la elegida para el sacrificio. No lo había pedido, pero había sido la elegida. En realidad le había pasado todo muy rápido. Ella nunca habría imaginado que acabaría su vida así. Nunca había pensado que sería asesinada de esa manera, que moriría en mi nombre, aunque sí que había pensado muchas veces en morir.

Nunca había sentido ningún tipo de cariño hacia sus padres. Su madre había muerto en el parto, pero al parecer, había querido abortar; su padre trabajaba sirviendo en un bar de copas y se pasaba el día borracho y cuando llegaba a casa pegaba a su hija. Ángela nunca le había querido.

En ocasiones Ángela se dejaba llevar por espirales infinitas a mundos de desolación y tinieblas, pero siempre se sentía lo suficientemente fuerte como para rehacer sus pasos y ascender de nuevo al mundo de los mortales. Era en esas ocasiones en las que se sentía más cercana a la muerte cuando se sentía más viva. Y era también en esas ocasiones en las que dejaba volar su imaginación y creaba mundos nuevos y los transformaba en poesía. Tomaba prestadas palabras creadas por otros y las plegaba, las retorcía, las amasaba y las arrugaba transformándolas en obras maestras, obras de arte que nadie más que ella era capaz de disfrutar y que acababan todas escondidas, acurrucadas en una libreta que se ocultaba en la oscuridad de un pequeño cajón en su habitación.

No permitía en ningún momento que nadie leyera sus poesías, eran para ella un santuario en el que se encerraba cuando las releía, una cámara sagrada en la que sólo ella podía entrar. Aunque, a decir verdad, tampoco había mucha gente que conociera ese mundo de Ángela, pues lo guardaba y lo mantenía en secreto ante cualquiera que quisiera atisbar en el interior de su alma. De todos modos, tampoco eran muchas las personas que se interesaban en ella.

Iba a un instituto público, donde había conocido a sus nuevas amigas, después de haberse cambiado de colegio varias veces y haber dejado que el olvido enterrase bajo ceniza sus antiguas relaciones amistosas. Sin embargo, esas relaciones nunca llegaban a ser suficientemente íntimas como para merecer una segunda oportunidad.

Y en este nuevo instituto era donde había conocido a sus actuales amistades que, al igual que las anteriores, no habían llegado a florecer. No obstante, había una chica que sí parecía tener interés en ella. Blanca, que así era como se llamaba, era una joven de grandes ojos verdes y cabellos anaranjados, brillantes al ser sorprendidos por la luz del sol, que estaba en la misma clase que Ángela y a que se había acercado a ella desde los primeros días del curso.

A estas alturas, ya en diciembre, parecía ser una chica lista, con muy buenos resultados en las notas académicas —rasgo que compartía con Ángela— y con ansias por aprender. Aún así, era una chica que no se abría con facilidad a la gente sin conocerla antes. Esta cualidad de Blanca había creado en Ángela vínculo especial, pues sentía que por fin había encontrado una amiga de verdad.

Con ella se había sincerado tanto como para llegar a contarle sus más secretas vivencias y había roto las cadenas que las guardaban, deshaciendo en pedazos los duros y resistentes candados que las protegían. Y eso había sido un trágico error. Ese error le hizo cambiar de idea acerca de todo lo que ella creía que era su vida. En primer lugar pensó que habría sido un malentendido, pero al conocer la verdad, todas sus ilusiones se las llevó una gran nube de desolación.

La traición que Blanca había cometido contra Ángela no tenía perdón, y eso era otro problema. Ángela ya no podría perdonarla, es más, nunca lo llegó a hacer, pero Ángela sabía que la traición no debía solventarse con la venganza. Y esto la llevó a introducirse en otro mundo, un mundo que desconocía pero que llamó su atención desde el primer momento. Ángela se había metido tanto en ese nuevo mundo, que no era más que un caos de ideas y poesía, que había perdido la razón. Ese mundo creado por ella la volvió loca.

Una cosa llevó a la otra, y la locura hizo que Ángela cayera de rodillas ante la vida y se rindiera, la poesía no era suficiente medicina para tan fuerte enfermedad y pensaba que ya no sería necesario arrepentirse de nada. Con esto llegó a la conclusión de que debía suicidarse.

Fue justo el día en el que Ángela había tomado la cruda decisión cuando uno de los miembros de la Hermandad de la Medianoche se acercó a ella y le propuso la posibilidad de ser sacrificada por mí. Ella no lo dudó ni un instante y accedió.

Y ahora allí se encontraba Ángela, a las doce menos dos minutos de la noche, en una extraña guarida escondida, con cientos de pasadizos y habitaciones oscuras, dispuesta a sacrificar su vida por mi llegada. Había más chicas para el sacrificio, pero la habían elegido a ella. Ella moriría por mí, aunque no llegaba a tenerlo claro. La idea del suicidio era tentadora, pero requería más fuerza de voluntad.

Estaba en una habitación oscura, de paredes amarillentas, alumbradas por una sola bombilla que tintineaba colgando de un delgado cable que parecía resistir el peso con dificultad. Estaba nerviosa. No tenía miedo, pues estaba segura de lo que hacía, pero aun así, no era capaz de mantenerse quieta. Las rodillas le temblaban.

Será por la emoción, pensó. ¿Emoción? Estoy loca, ¿cómo voy a estar emocionada? Me van a asesinar...

Una mujer de unos veinticinco años se acercó a ella por la espalda.

—Ángela —dijo­—, ponte este traje.

Ángela se giró justo a tiempo para ver cómo la chica le entregaba un bonito traje blanco bordado con guirnaldas doradas.

Es una preciosidad, pensó mientras lo sostenía con sumo cuidado con las dos manos.

—Vale, gracias. Me lo pongo ahora mismo.

Había un espejo de cuerpo entero en la habitación, y Ángela no pudo evitar mirarse en el espejo cuando se desnudaba.

Esa soy yo... Así soy yo.

Se fijaba en su figura. Le gustaba, se gustaba bastante; a decir verdad, era una chica muy guapa. Era uno de los mejores sacrificios que se me podía ofrecer a esas alturas, Venom lo había preparado todo muy bien. O al menos eso creía.

Mientras se miraba al espejo, Ángela se vistió el traje. Le quedaba muy bien y se sintió satisfecha.

Voy a morir vestida como una dama de la Edad Media, rió para sus adentros. Voy a morir porque ellos lo necesitan... Al final no voy a ser tan estúpida como decía Blanca...

—Ángela —dijo una voz interrumpiendo de golpe sus pensamientos—. Vamos a empezar.

Ella suspiró. Sí, iban a empezar, pero para ella eso no era el principio. Era el final. Ella lo había decidido así. Era su elección, no había nada que objetar. Se miró por última vez al espejo y pudo distinguir en la figura que se reflejaba una pequeña sonrisa en el rostro. Sí, había sonreído. Por fin había encontrado el sentido de su vida. Había descubierto el motivo de todo aquello que había escrito, la verdad de sus poemas, la realidad que se escondía en cada uno de sus versos. Por fin se daba cuenta de lo inteligente que era... ¿Cómo iba a destruir así una vida tan bella? Tal vez se hubiera preguntado eso como tú te lo puedes preguntar, pero... debes recordar que Ángela estaba loca.

Atravesó el umbral de la puerta que separaba la pequeña habitación de la verdadera cripta que servía de capilla de ceremonias. Aspiró todo el aire que le cabía en los pulmones y, con paso decidido, se dirigió al altar, con la cabeza bien alta. Pudo ver cómo las miradas de todos lo allí presentes la seguían fijamente y eso le dio más coraje.

Venom la esperaba de pie ante su trono. La capucha sobre la cabeza y la penumbra en la que se encontraba evitaban que los testigos pudieran diferenciar los rasgos de su cara, que habían formado una extraña sonrisa. Venom veía que se acercaba el momento de mi llegada, ya apenas quedaba un mísero minuto.

Ángela caminó hasta llegar ante él e hizo una leve reverencia inclinando la cabeza. No debía hablar, así se lo habían comunicado, así que no pronunció ni una sola palabra. Se dio la vuelta para quedar dándole la espalda a Venom y mirando con gesto pasivo a los presentes. Entre ellos pudo distinguir a la chica que le había entregado el bonito vestido.

Su mirada se deslizó como una sombra deteniéndose en cada uno de los rostros que veía, casi todos desconocidos. Los había serios, angustiados, nerviosos, con ganas, con miedo... Todos ellos iban a presenciar su muerte. Todos ellos asistirían al último segundo de su vida. Todos ellos serían los últimos rostros que Ángela vería en su vida. Esos rostros serían los de las últimas personas en cuyo mirar Ángela se podría sentir reflejada.

Estaba triste, pero preparada. Se sentía dispuesta a morir. Era su momento. Los segundos pasaban tan lentamente para ella que el último minuto de vida se le antojaba una eternidad. Una eternidad amarga y fría, un escalofrío latente que ahora se dejaba ver y que la atemorizaba. Mientras miraba a los asistentes no se daba cuenta de que Pablo había aparecido por una puerta desde detrás del altar.

Las miradas de todos los presentes se fijaron en Pablo mientras se acercaba a Venom. Llevaba puesta una túnica negra similar a la de los guardias, pero con el signo de baphomet cosido en la parte del pecho, con la capucha echada sobre la cabeza. Se acercó hacia un lado de la habitación donde se escondía un gran almohadón sobre el que reposaba una antigua espada.

¡Oh!, gritó para sus adentros Ángela, que se había dado la vuelta y miraba aterrorizada cómo Pablo tomaba lentamente la espada con sus manos. No me dijeron que sería así. Yo no quiero que me atraviesen con una espada... Y este vestido... El vestido no se merece ningún corte... No pueden rasgarlo... No...

Una delgada y cálida lágrima resbaló por su mejilla dejando un cristalino rastro a su paso. Y esa lágrima no era una lágrima de pena, era una lágrima de locura. Y era todo lo que tenía que llorar. No necesitaba más que una sola lágrima para desahogarse, para quitarse todas sus preocupaciones humanas y sentirse libre y preparada para ser entregada y llegar a mi presencia. Una única lágrima resumía todo su dolor y su locura.

Pablo se situó ante Venom con la espada entre los dedos y tomó la mano de su señor con la suya y la dirigió hacia sus labios.

—Sea lo que está escrito —susurró; y besó la mano de Venom.

Pablo se dio la vuelta y dirigió una gélida mirada a su víctima. Sí, la iba a matar, a ella, una chica que no conocía de nada pero que había elegido morir. Ella había tomado la decisión y a Pablo le tocaba el trabajo sucio, la parte que más le gustaba.

Alzó la espada con un rápido gesto.

Ángela sintió miedo y no pudo más que cerrar los ojos y soltar un grito antes de sentir cómo la espada se clavaba en su cráneo y lo destrozaba. Durante una milésima de segundo sintió que se le tensaba el cuerpo entero y una especie de relámpago blanco le nublaba el cerebro. Todos los sonidos eran lejanos, el tiempo parecía haberse detenido. Pero después de eso, nada. Estaba muerta, muerta al fin.

Pablo lo había hecho tal y como debía, justo en el momento exacto. Las doce de la noche. Como estaba escrito. A los ojos de Venom todo había sucedido tal y como debía haber sucedido. Él pensaba que con eso era suficiente, que no había nada más, pero estaba equivocado. Pablo conocía cierta información que había ocultado a su señor. Y Venom nunca lo sabría.

En ese momento, justo al atravesar el filo de la espada la cabeza de la joven, llegué a este mundo. No lo hice tal y como nadie lo hubiera imaginado, eso también formaba parte de mi plan. Porque debía combatir contra Luis. La clásica lucha entre el bien y el mal de vuestras películas iba a tener por fin un ejemplo real. Y por fin vencería el que tenía que vencer.

En la capilla se había formado un silencio que no se quebrantó hasta muchos minutos después. El cuerpo de Ángela había caído al suelo y estaba mojado en sangre, al igual que el blanco vestido. Su cabeza estaba destrozada y de ella emanaba la sangre que seguía inundando la sala. Todos los que habían presenciado la escena estaban fuera, cada uno preparándose para estar en su puesto, pues esperaban mi llegada como la de un ser humano superior o un superhombre.

Sólo Venom y Pablo se habían quedado en la capilla unos minutos más. Pablo limpiaba la espada con esmero con un trapo húmedo. Venom le observaba sentado en su trono.

—Por fin ha ocurrido —dijo su cavernosa voz.

Pablo no contestó; seguía con su labor de limpieza.

—Siempre supe que al fin todo esto pasaría. Muchos años he tenido que esperar para ver llegar este momento.

Pablo depositó con cuidado la espada sobre el almohadón y se postró ante Venom. Se quitó la capucha.

—No tiene sentido —dijo.

Y antes de que Venom se hubiera dado cuenta, había atravesado la puerta de la capilla.

martes, 24 de noviembre de 2009

¿Atracción psicológica?

Una de mis teorías en las que baso muchas cosas es la de que el amor no existe. El amor como tal, pues lo ha inventado la sociedad.
El amor como mentira, como idea abstracta de algo que no existe, que no se tiene...
Pero sí que existe la atracción sexual, por su puesto. Y es esa la física, que es un hecho químico, por la cual el hipotálamo segrega feromonas que el otro puede percibir (¿mediante el olfato?) y por ellas producir otro tipo de hormonas. Es un hecho bioquímico, un proceso natural, nada fuera de lo normal.
Pero también he llegado a una conclusión: dentro de esa atracción sexual debe existir, además, una atracción psicológica, una atracción guiada por el subconsciente, que es irracional y subjetiva, que en cada uno es diferente...
Esa es la parte más complicada de explicar, pues tiene una semejanza extrema al amor que la sociedad conoce. Es un proceso mental, un ente que hace que estés dándole vueltas a un asunto en tu cabeza continuamente, que a veces no te deja pensar... Pero, vaya, no es más que un proceso biológico, al fin y al cabo. Mental, sí, pero biológico.
Y la parte más enrevesada es la de que es subjetivo, es irracional, no tiene ningún tipo de explicación racional. Esta afirmación no es del todo correcta, pues seguramente tenga su explicación y cualquier médico o especialista en el cerebro humano sería capaz de explicarnos con todo lujo de detalles lo que ocurre en nuestra cabeza. O tal vez no. Es un tema poco conocido, nos conocemos muy bien por fuera y por dentro, pero no conocemos nuestra forma de pensar.
¿Y un psicólogo? No sé si un psicólogo podría explicarlo. Tal vez sea cosa de la sociedad, tal vez sea una reacción habitual contra una sensación extraña. ¿Amor? Quién sabe. Yo, por ahora, no tengo pruebas de que exista. O por lo menos eso es lo que quiero creer.

domingo, 22 de noviembre de 2009

200

Aunque no lo parezca, esta es la entrada número 200 en este blog.
He escrito 199 veces y he escrito de todo. Creo que es hora de evaluarlo, pero eso no es trabajo mío, es trabajo tuyo, sí, tuyo, que estás leyendo esto.
Así que... me gustaría que evaluaras o dijeras algo acerca del blog con un comentario.
Muchas gracias, aunque sé que nadie comentará.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Idiota

Soy idiota.
Soy imbécil.
Soy tonto, tonto, tonto...
Maldita sea mi timidez.
¿Por qué?
¿Por qué tengo que ser así?
Soy tonto...
¡Joder!
Nunca más tendré una ocasión así.
¡Oh! Maldito sea yo mismo.

viernes, 20 de noviembre de 2009

El grito

Una vez, hace ya mucho tiempo, oí una historia que me heló la sangre. Esta historia la narraba un hombre que no conocía por entonces, un anciano con apariencia de loco que más tarde se convirtió en mi maestro. No solo fue la historia lo que me llamó la atención, sino también el cómo la contaba, con gestos y paradas inesperadas, con cambios de intensidad a lo largo de la narración...
La historia era algo parecido a esta.
Era de noche, pero podía ser cualquier hora, pues dentro de aquella casa siempre estaba oscuro. Las ventanas permanecían cerradas completamente, las persianas bajadas evitaban que en cualquier momento entrara luz en la habitación, pero tampoco había luz en el resto de la casa. Aunque el resto de zonas de la casa estaban en desuso. Solo la habitación aquella, una de paredes amarillas que no se veían debido a la oscuridad, una habitación que medía más o menos tres metros cuadrados, pero que en la oscuridad se antojaba amplia debido a la falta absoluta de mobiliario. Era una habitación vieja, sin ningún tipo de iluminación, totalmente oscura.
Nunca nadie habría imaginado que se llegaran a hacer cosas tan terroríficas, tan alocadas y sin sentido. Aunque sí que tenían cierto sentido, solo que no era el sentido de los cuerdos. Solo un loco puede conocer ese sentido, solo alguien que ha perdido el juicio puede comprender la razón y encontrar el sentido a tales descabelladas atrocidades.
Nunca nadie entró en la habitación después de la noche del 20 de noviembre de 2009. Nunca nadie volvió a preguntarse el porqué de tales aberraciones, nadie ha tenido desde entonces la valentía de cuestionárselas.
Cuando faltaban quince minutos para la medianoche, un grito alumbró la estancia y fue solo ese grito lo que iluminó la habitación. Las cochambrosas paredes, macizas hacía años, se derrumbaron por la fuerza y la presión. Aquella mujer murió aplastada, después de haber sufrido las más dolorosas torturas que solo un loco puede imaginar. Pero... aún hay algo más.
El loco murió con ella.
Murió.
Desde entonces, todas las noches, cuando faltan quince minutos para la medianoche, un terrible grito que es copia del de la mujer, amanece e inunda las ruinas de la casa.
Y no hay noche que no oiga el grito, ese grito que se me quedó grabado en la memoria.

Mi maestro me contó esta historia, yo solo quería hacerla conocer. Mi experiencia como artista me ha enseñado a valorar lo que uno puede llegar a soñar.

martes, 17 de noviembre de 2009

Manuscrito encontrado


Los resultados académicos no deben influir en mi estado de ánimo.
Los resultados académicos no deben condicionar mi estado de ánimo.
Las notas no son motivo para cambiar mi estado anímico.
Los resultados de los exámenes y las notas no deben ser condicionantes de mi ánimo.
No puedo alterar mi estado de ánimo debido a mis notas.
El estado anímico no debe estar condicionado por los resultados académicos.
Cualquier resultado académico refleja solamente lo
que he dado a conocer que sé en un examen y por ello no puede ser motivo de alteraciones en mi estado de ánimo.
Las notas son en su esencia entes abstractos que reflejan de forma subjetiva lo que el profesor cree que he puesto que conozco, lo cual no debe cambiar mi estado de ánimo ni mi conducta.
Y eso que todavía no me han dado las notas.
Es que me estoy preparando.
________________________________________
Hace unos días encontré un manuscrito en la casa de los abuelos de un amigo mío (la abuela acababa de morir) y he decidido ponerlo por escrito aquí.
Aquí comenzaría la historia, solo que no hay ninguna. Este es el método del manuscrito encontrado, y así es como podría empezar cualquier novela o relato. No sirve más que para abstraer al lector, o para evitar ser acusado de haber escrito lo que has escrito, pues te sirve como excusa. ¿Qué puede ser lo que escribo? En realidad sólo son palabras sueltas que, tal vez con un poco de suerte, en la complejidad del azar, puedan llegar a significar cosas tan bellas como aquellas que no se pueden describir.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Tu voz

He buscado la verdad en tu voz,
he intentado acallar esos lamentos,
me he alejado de ese vivir atroz
del que mi tiempo ha olvidado momentos,
del que mi vida ha querido huir, veloz,
hasta el agotamiento.

Pero tu voz estaba vacía y hueca
y tenía síntomas de locura.
Tu voz me mentía, lloraba seca,
jamás encontrarás para ella cura.
Se sentirá mal porque siempre peca,
no se siente segura.

ED-BS

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La Hermandad de la Medianoche

"—¡Rofar, Deimes! —gritó—. Venid aquí.

Los dos guardianes, vestidos ambos con sendas túnicas negras, se acercaron.

—Sí, mi señor —dijeron al mismo tiempo.

—¿Está todo en orden? —preguntó Venom—. Llamad a Balphomet, tengo que saber si el chico sigue encerrado. Y también mandad a alguien al cementerio antiguo para ver dónde demonios está ese descerebrado de Julián. No sé por qué, pero ese hombre me da mala espina. ¿Entendido?

—Sí, mi señor —dijeron de nuevo.

Y salieron de la habitación, dejando a Venom solo en esa densa oscuridad, donde sólo la luz de dos velas permitían distinguir su silueta. Pasaron unos minutos y pensó en volver a una de las habitaciones destinadas a satisfacer sus deseos carnales. Hacía unos momentos había salido de una de esas habitaciones, pero no se sentía satisfecho en ese momento.

No, no puedo hacerlo. Ya no queda tiempo, pensó.

Se levantó del trono y se dirigió a la gran puerta de la sala. Iba a supervisarlo todo otra vez más. Estaba seguro de que todo iba bien (exceptuando a Julián, que todavía no había llegado con el cáliz), sin embargo, quería cerciorarse él mismo de que no había nada que pudiera salir mal. Era para él la noche más importante de su vida, una noche que había ansiado y que había esperado desde hacía muchos años, cuando había entrado a formar parte de la Hermandad de la Medianoche. Esos tiempos le parecían muy lejanos."

Esto es un fragmento extraído de la novela que estoy escribiendo, Apocalipsis a medianoche.

martes, 10 de noviembre de 2009

Poemas y relatos de un loco

Bien, he cambiado el nombre y la URL del blog. Es que a veces uno ya está hasta las narices de que le vacilen a sus espaldas y tiene que tomar esta clase de medidas.
Y este cambio de nombre y de alojamiento web me da que pensar.
¿Por qué empecé este blog?
¿Qué me llevó a escribir las primeras entradas?
¿Qué me hizo continuar con ellas, transmitir nuevas historias, inventar nuevos mundos, crear personajes y amar el arte?
Creo que conozco la respuesta a esas preguntas. Modestia aparte, soy un artista. Ese el el motivo, eso es lo que me ha movido para crear. Tal vez no sea arte lo que aquí haya escrito y tal vez ni lo pretenda ser, pero el hecho es que he sido movido a hacerlo por una faceta de mí que no es otra que la del artista que soy o que quiero llegar a ser.
Ser un artista no es como ser ingeniero, o médico, o economista, o profesor. Amar el arte no es como amar una materia, no se estudia con la razón.
Ser un artista no se busca, surge, como un rayo de luz dorada en una gran nube negra de ceniza y polvo.
Me gusta transmitir el arte, ya sea bueno o malo. Todo lo que uno escribe merece ser leído por otros. Esa es la razón de este blog. Y así seguirá siendo hasta que me canse de él o se pierda en el olvido.

domingo, 8 de noviembre de 2009

La mujer de vapor

Dice Ruiz Zafón en uno de sus relatos que puedes descargar desde su página web:
"LA MUJER DE VAPOR
Nunca se lo confesé a nadie, pero conseguí el piso de puro milagro. Laura, que tenía besar de tango, trabajaba de secretaria para el administrador de fincas del primero segunda. La conocí una noche de julio en que el cielo ardía de vapor y desesperación. Yo dormía a la intemperie, en un banco de la plaza, cuando me despertó el roce de unos labios. «¿Necesitas un sitio para quedarte?» Laura me condujo hasta el portal. El edificio era uno de esos mausoleos verticales que embrujan la ciudad vieja, un laberinto de gárgolas y remiendos sobre cuyo atrio se leía 1866. La seguí escaleras arriba, casi a tientas. A nuestro paso, el edificio crujía como los barcos viejos. Laura no me preguntó por nóminas ni referencias. Mejor, porque en la cárcel no te dan ni unas ni otras. El ático era del tamaño de mi celda, una estancia suspendida en la tundra de tejados. «Me lo quedo», dije. A decir verdad, después de tres años en prisión, había perdido el sentido del olfato, y lo de las voces que transpiraban por los muros no era novedad. Laura subía casi todas las noches. Su piel fría y su aliento de niebla eran lo único que no quemaba de aquel verano infernal. Al amanecer, Laura se perdía escaleras abajo, en silencio. Durante el día yo aprovechaba para dormitar. Los vecinos de la escalera tenían esa amabilidad mansa que confiere la miseria. Conté seis familias, todas con niños y viejos que olían a hollín y a tierra removida. Mi favorito era don Florián, que vivía justo debajo y pintaba muñecas por encargo. Pasé semanas sin salir del edificio. Las arañas trazaban arabescos en mi puerta. Doña Luisa, la del tercero, siempre me subía algo de comer. Don Florián me prestaba revistas viejas y me retaba a partidas de dominó. Los críos de la escalera me invitaban a jugar al escondite. Por pri-mera vez en mi vida me sentía bienvenido, casi querido. A medianoche, Laura traía sus diecinueve años envueltos en seda blanca y se dejaba hacer como si fuera la última vez. La amaba hasta el alba, saciándome en su cuerpo de cuanto la vida me había robado. Luego yo soñaba en blanco y negro, como los perros y los malditos. Incluso a los despojos de la vida como yo se les concede un asomo de felicidad en este mundo. Aquel verano fue el mío. Cuando llegaron los del ayuntamiento a finales de agosto los tomé por policías. El ingeniero de derribos me dijo que él no tenía nada contra los okupas, pero que, sintiéndolo mucho, iban a dinamitar el edificio. «Debe de haber un error», dije. Todos los capítulos de mi vida empiezan con esa frase. Corrí escaleras abajo hasta el despacho del administrador de fincas para buscar a Laura. Cuanto había era una percha y medio palmo de polvo. Subí a casa de don Florián. Cincuenta muñecas sin ojos se pudrían en las tinieblas. Recorrí el edificio en busca de algún vecino. Pasillos de silencio se apilaban debajo de escombros. «Esta finca está clausurada desde 1939, joven —me informó el ingeniero—. La bomba que mató a los ocupantes dañó la estructura sin reme-dio.» Tuvimos unas palabras. Creo que lo empujé escaleras abajo. Esta vez, el juez se despachó a gusto. Los antiguos compañeros me habían guardado la litera: «Total, siempre vuelves.» Hernán, el de la biblioteca, me encontró el recorte con la noticia del bombardeo. En la foto, los cuerpos están alineados en cajas de pino, desfigurados por la metralla pero reconocibles. Un sudario de sangre se esparce sobre los adoquines. Laura viste de blanco, las manos sobre el pecho abierto. Han pasado ya dos años, pero en la cárcel se vive o se muere de recuerdos. Los guardias de la prisión se creen muy listos, pero ella sabe burlar los controles. A medianoche, sus labios me despiertan. Me trae recuerdos de don Florián y los demás. «Me querrás siempre, ¿verdad?», pregunta mi Laura. Y yo le digo que sí."

lunes, 2 de noviembre de 2009

Soneto 8

He hallado una luz entre mis lamentos
y he tendido hacia ella, la he perseguido.
No se ya si son todo mis inventos
o si algo de verdad es que ha surgido.
.
Cientos de veces he creído en ello
y seguiré creyendo hasta el infinito.
Siempre que sea la verdad y lo bello
aquello que me enseñe el cierto rito.
.
No puedo asegurar haberlo hallado
y ni si quiera afirmar que es real.
Pero en el fondo sé que es figurado.
.
He creído que ahora existe un ser fatal
que me aprisiona y me deja cegado.
Pero sé que no es un ser natural.
.
ED-BS