Sira se movía entre sus sueños como un ave que aletea entre las nubes, volando, desplazándose suavemente, sin giros bruscos, ni dirección fija, ni objetivos, con la mirada en el horizonte invisible de sueños que nunca llegó a tener. Y vivía esa fantasía como si fuera la vida misma, creyendo que cada uno de los objetos de su imaginación que esa realidad fantasiosa creaban era un objeto real, que todo aquello era lo único que realmente existía. No sabía cuán equivocada estaba. Estaba viviendo una realidad que solo era real para ella, pero que era del todo falsa, un sueño tras otro que formaban trombos imposibles, muchas veces fundiéndose unos con otros, llegando a crear realidades contradictorias que solo ella podía llegar a comprender, pero que ni comprendía, ni buscaba en su interior de dónde provenían.
Todo era irreal, de una falsedad tal que, un solo chasquido, un mínimo sonido, podía derrumbarlo todo, derruirlo para convertirlo en las ruinas de la peor de sus pesadillas. La situación era complicada. Viajar por los propios sueños puede llegar a ser peor que viajar entre los recuerdos. Y Sira lo sabía. Por eso, volaba cuidadosamente, a veces rápido, unas más despacio, pero siempre con la tranquilidad que solo en sus sueños le era propia.
Un sueño aquí, otro allá, pero nada más lejos de la realidad. Una visión del mundo, un mundo que solo ella podía comprender. Una visión más allá de la vida y de la muerte. Una visión del mundo de los sueños.
Bienvenidos a la realidad.
Bienvenidos al mundo de los sueños.
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