viernes, 20 de noviembre de 2009

El grito

Una vez, hace ya mucho tiempo, oí una historia que me heló la sangre. Esta historia la narraba un hombre que no conocía por entonces, un anciano con apariencia de loco que más tarde se convirtió en mi maestro. No solo fue la historia lo que me llamó la atención, sino también el cómo la contaba, con gestos y paradas inesperadas, con cambios de intensidad a lo largo de la narración...
La historia era algo parecido a esta.
Era de noche, pero podía ser cualquier hora, pues dentro de aquella casa siempre estaba oscuro. Las ventanas permanecían cerradas completamente, las persianas bajadas evitaban que en cualquier momento entrara luz en la habitación, pero tampoco había luz en el resto de la casa. Aunque el resto de zonas de la casa estaban en desuso. Solo la habitación aquella, una de paredes amarillas que no se veían debido a la oscuridad, una habitación que medía más o menos tres metros cuadrados, pero que en la oscuridad se antojaba amplia debido a la falta absoluta de mobiliario. Era una habitación vieja, sin ningún tipo de iluminación, totalmente oscura.
Nunca nadie habría imaginado que se llegaran a hacer cosas tan terroríficas, tan alocadas y sin sentido. Aunque sí que tenían cierto sentido, solo que no era el sentido de los cuerdos. Solo un loco puede conocer ese sentido, solo alguien que ha perdido el juicio puede comprender la razón y encontrar el sentido a tales descabelladas atrocidades.
Nunca nadie entró en la habitación después de la noche del 20 de noviembre de 2009. Nunca nadie volvió a preguntarse el porqué de tales aberraciones, nadie ha tenido desde entonces la valentía de cuestionárselas.
Cuando faltaban quince minutos para la medianoche, un grito alumbró la estancia y fue solo ese grito lo que iluminó la habitación. Las cochambrosas paredes, macizas hacía años, se derrumbaron por la fuerza y la presión. Aquella mujer murió aplastada, después de haber sufrido las más dolorosas torturas que solo un loco puede imaginar. Pero... aún hay algo más.
El loco murió con ella.
Murió.
Desde entonces, todas las noches, cuando faltan quince minutos para la medianoche, un terrible grito que es copia del de la mujer, amanece e inunda las ruinas de la casa.
Y no hay noche que no oiga el grito, ese grito que se me quedó grabado en la memoria.

Mi maestro me contó esta historia, yo solo quería hacerla conocer. Mi experiencia como artista me ha enseñado a valorar lo que uno puede llegar a soñar.

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